Se muerden la lengua
Mireille Roccatti
La temporada electoral ha comenzado y con ello se nos ha venido encima un verdadero tsunami de spots en radio y tv mediante los cuales los ahora diez partidos contendientes pretenden llegar a los presuntos electores. El alud, sin ritmo, ni tono, engarza uno tras otro las cápsulas de los partidos, sin secuencia diferenciadora, por lo cual tras oír o ver las del PAN, enseguida se programa la del PRD o del PRI o cualquier otra, con lo cual lo único que se logra es irritar, fastidiar o por decir lo menos cansar al radioescucha o al televidente.
Resulta risible en ocasiones y en otras produce enojo, el cinismo galopante con el que se abordan los mensajes, recuerda el viejo dicho del ladrón que tras robar, huye gritando “al ladrón, al ladrón” para distraer la atención, así, hemos venido sufriendo anuncios de los partidos condenando la corrupción, cuando es de todos sabido que esos partidos que los están utilizando cayeron en graves actos de corrupción en el ejercicio del poder. Y así, podríamos seguir ejemplificando con los contenidos de los mensajes hasta ahora publicitados, en los cuales se busca hacer señalamientos de condena contra acciones repudiables, precisamente por quienes las realizan, Es decir se muerden la lengua.
La sociedad también observa, hasta cierto punto estupefacta, la cuantía del dinero público que vía prerrogativas se otorgará a los diez partidos políticos con registro, que asciende a la importante cantidad de 5,356 mmdp; repartidos así: PRI, 1,376; PAN, 1,158; PRD, 886; PV, 444.7; PT,389.7; Panal, 371.2; MC, 368, y 120.9 a cada uno de los tres nuevos, encabezados por Morena. Algunos, con estas cifras, han reciclado la vieja crítica de que resulta muy cara nuestra democracia, sobre todo al dividir las cantidades otorgadas a las formaciones políticas entre los votos que obtienen y luego comparar con otros países el costo del voto; análisis que para otros resulta banal y superficial.
El tema también exhumó las impugnaciones condenando que se otorguen dineros públicos a los partidos y cuantificando las escuelas, hospitales y carreteras que pudieran construirse con esos recursos fiscales, aunado a que en la práctica lo que se buscaba evitar, que era que llegaran recursos sucios a las campañas electorales, no se logró. Y de poco sirve y no convence al elector medio la implementación de nuevos sistemas de control en el ejercicio de los recursos o el anuncio de la contabilidad en tiempo real. La verdad es que se percibe un crecimiento del índice de abstención, agravado por quienes —equívocamente— están llamando a no votar. Están en su derecho de hacer esos llamados, pero olvidan, ellos que se dicen demócratas, que la esencia de la democracia es el voto.
En el ámbito de los partidos, la perspectiva no es halagüeña; en varios, las disputas internas son una verdadera carnicería en donde se cobran afrentas reales o imaginarias del pasado inmediato, como en el PAN, o las consabidas guerras tribales del PRD, y así en casi todas las formaciones políticas. La lucha por las primeras posiciones en las listas de diputados plurinominales de las cinco circunscripciones son eufemísticamente a sangre y fuego.
La cantidad de posiciones en disputa en este 2015 no es menor, los quinientos escaños de la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas, varios congresos locales y más de mil ayuntamientos, entre ellos las 16 delegaciones del DF. Por ello, la disputa será álgida, trabada, ríspida y volveremos a vivir —en mala hora— episodios de “guerra sucia” en los que privan el insulto, la diatriba, la calumnia, la infamia, y se olvidan de las propuestas. Tampoco se puede soslayar la existencia de grupúsculos violentos que pretenden impedir —y así lo han anunciado— la realización de elecciones en algunos estados. La respuesta ciudadana debe ser salir a votar en masa. El enemigo real es el abstencionismo.