Bernardo González Solano
No sé si Barack Hussein Obama juegue billar (carambola o pool), tampoco si practique el ajedrez. En el caso de que sea aficionado a estos dos juegos creo que no sea malo, pues pese a que una gran mayoría de analistas políticos— nacionales y extranjeros— aseguraban, después de perder estrepitosamente las elecciones intermedias de su segundo y último mandato en el mes de noviembre de 2014, que el primer presidente afroamericano de la Unión Americana no solo era un clásico “lame duck” (“pato cojo”, es decir un mandatario estadounidense casi sin poder y que solo espera el fin de su gobierno), sino más bien un “ánade rostizado”.
Los republicanos estaban seguro de eso, ya que desde el gobierno del trigésimo primer presidente de Estados Unidos de América (EUA), que no fue reelegido para un segundo mandato, el cuáquero Herbert Clark Hoover (10 de agosto de 1874—20 de octubre de 1964), ningún mandatario demócrata había presentado un “estado de la Unión” ante un Congreso con tan amplia mayoría republicana. Esa mayoría les asegura que el presidente en turno difícilmente podrá hacer aprobar leyes que no cuenten con el apoyo de diputados y senadores cuyo símbolo partidista es un elefante.
Pero, en política, sea donde sea, nada es para siempre. Algo sucedió con el “derrotado” Obama. Cuando casi todo mundo —incluyendo varios demócratas— creían que el “moreno” esposo de la exuberante Michelle estaba listo para el “entierro”, la economía gringa se aceleró y su figura creció. Por primera vez desde el mes de mayo de 2013, su índice de aprobación alcanzó el 50%. Es más, en apenas dos meses “resucitó” de entre los muertos, como aquel personaje de la Biblia, con aires de jaquetón, sin ya nada que perder apostando el todo por el todo. Primero con las nuevas disposiciones sobre política migratoria; después, con la reanudación de relaciones diplomáticas con la todavía Cuba de los hermanos Castro, y en su penúltimo informe sobre el estado de la Unión, se enfrenta al embate de la República Popular China y dijo que pretende aumentar impuestos a los estadounidenses más ricos y reducirlos a los más pobres y a la renaciente clase media. Desplantes que, obviamente, purgaron a los republicanos que creyeron que el residente afroamericano de la Casa Blanca era figura de otros tiempos. Craso error, aunque esto no signifique que Obama logre, en dos años, todo lo que se propone. Misión casi imposible. Por lo menos, el mulato originario de Hawaii no dejó apabullarse ante la adversidad. Ahora, el dolor de cabeza es para los republicanos que tienen que actuar con cuidado de frente a la sucesión presidencial cuando el voto latino tendrá una gran importancia.
Tras una década de guerras desgastantes —la de Afganistán la más larga de su historia—, e inútiles, aunada a una desesperante recesión, en poco años Estados Unidos deberá definir su modelo de país: uno donde las desigualdades se agudizan incesantemente con un Estado modesto para controlar la economía u otro de mayor equidad y un sistema fiscalizador redistributivo en el que los impuestos sean altos para los ricos y menores para las clases medias.
El martes 21 de enero Obama dijo: “Esta noche, pasamos página. En este momento, con una economía en crecimiento, déficits menguantes, una industria desbordante y un boom en la producción energética, hemos salido de la recesión más libres para escribir nuestro futuro que cualquier nación en la tierra. Nos corresponde a nosotros elegir qué queremos ser en los próximos 15 años, y en las décadas venideras”. Y empezó a cantar verdades: “Y a todos los de este Congreso que aún rechazan subir el sueldo mínimo les digo esto: Si realmente creen que se puede trabajar a tiempo completo y mantener a una familia con menos de 15,000 dólares al año, pruébenlo, pruébenlo”. Resulta que la marea de la crisis con una fuerte destrucción de empleos y la pérdida de poder adquisitivo en zonas deprimidas y sectores en bancarrota, dejó huellas que llevará mucho tiempo superar. Hay muchos estadounidenses que son incapaces de montarse en el tren de la recuperación; que no pueden “pasar página”.
Una de las claves en el discurso de Obama fue la “desigualdad”. No obstante los buenos deseos del presidente su tarea no será fácil en los próximos 24 meses, sobre todo el alza a los impuestos a los pudientes –lo que redundaría en alivios fiscales a las agobiadas clases medias–, amén del crecimiento del salario mínimo y, otra novedosa propuesta que facilite el acceso a la educación superior: la gratuidad de los primeros dos años de los community college. El 9 de enero, el presidente anunció su propuesta en Tennessee: “En América, una educación de calidad no debe ser un privilegio que esté reservado para unos cuantos”. Por cierto, actualmente el 45% de los estudiantes universitarios del país asisten a instituciones universitarias de este tipo. La educación, enfatiza Obama, es el principal motor de desarrollo, sobre todo en los momentos en que en el mundo se tiende a la privatización de los estudios superiores.
China, Cuba e Irán son los puntos básicos de la política exterior de Obama. Máxime que en el mes de octubre pasado el Fondo Monetario Internacional informó que el PIB de la República Popular de China superó al de EUA con una diferencia de 215,761 dólares. En su discurso, planteó la necesidad de frenar la ofensiva china: “China desea establecer las reglas de la región con el crecimiento más rápido del mundo. Eso pondría a nuestros trabajadores y nuestras empresas en desventaja. ¿Por qué deberíamos dejar que eso ocurra? Somos nosotros quienes deberíamos establecer esas reglas. Somos nosotros quienes deberíamos fijar condiciones equitativas”.
Hoy por hoy, sin embargo, la prioridad en la diplomacia bilateral de este sorprendente “pato cojo”, se llama Cuba. En los 59 minutos y 57 segundos que duró el discurso de Obama, cuatro veces llamó a la isla por su nombre, mas el gentilicio “cubano”, e Irán también cuatro ocasiones. Por simple comparación, ni una sola vez dijo México ni mexicanos. El mensaje fue claro: “Cuando lo que estás haciendo no ha dado resultado durante 50 años, es tiempo de iniciar algo nuevo, nuestro cambio de política en Cuba tiene el potencial de poner fin a un legado de desconfianza en nuestro hemisferio, acaba con excusas absurdas para imponer restricciones a Cuba y defiende los valores democráticos, amplía nuestros lazos de amistad con el pueblo cubano”.
Para reafirmar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con La Habana, el mandatario número 44 de EUA, nacido en Honolulu, Hawaii, el 4 de agosto de 1961, citó al Papa Francisco (que tuvo injerencia en las secretas negociaciones para lograr dicho acuerdo) para destacar las razones porqué el Congreso debe probar otra estrategia con el régimen de los Castro para promover la apertura económica y democrática: “el Papa Francisco ha dicho que la diplomacia es el trabajo de pasos pequeños y esos pasos pequeños han creado una nueva esperanza para el futuro en Cuba”, dijo.
Respecto a cuestiones internas básicas, como la reforma migratoria, Obama fue más que claro, incluso retador: a los republicanos les advirtió que reviven o “refritean viejas batallas sobre inmigración, cuando la obligación es resolver los problemas de este sistema; y si llega a mi escritorio una legislación que no busque concretar esos objetivos, se ganará mi veto”. Más claro ni el agua.
Obama escribe el relato de su presidencia. Se niega a que los libros lo recuerden solo como el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. Por esfuerzo no quedará, aunque todavía no puede cantar “misión cumplida”. VALE.
