En la lucha por el poder

Manuel Espino

En la carrera hacia las elecciones intermedias los partidos de reciente creación están cayendo en errores aciagos que a mediano plazo pagarán en las urnas y a corto en la arena de la opinión pública, por el repudio social que ya comienzan a ganarse debido a rencillas y prácticas autoritarias funestas, justo aquello que durante 2014 prometieron desterrar.

A escasas semanas de recibir dineros públicos evidencian que los mueve la lucha por el poder pero no un espíritu de servicio. Ya han demostrado que la democracia, la pluralidad, el respeto, la paz son para ellos tan solo palabras, pero no realidades.

Los dos casos más evidentes y que han llegado a ocupar espacios prominentes en la prensa nacional involucran al Partido Humanista y al Movimiento Regeneración Nacional.

Morena ya ha sufrido su primera escisión importante, comenzando a recorrer el camino de disputas y desencuentros, siguiendo el mismo camino de su padre político: el Partido de la Revolución Democrática. Esta semana renunció Eduardo Cervantes, líder de dicho partido en el Distrito Federal, argumentando “diferencias insuperables con la dirección de facto en el Distrito Federal”, lo que es una manera discreta de denunciar que Andrés Manuel López Obrador designó una serie de candidatos de manera antidemocrática, “saltándose” a la dirigencia local. La renuncia de Cervantes deja claro, por si alguien tenía alguna duda, que sigue viva la tradición pejista de nombrar “juanitos” y ejercer el supremo “dedazo”.

Por su parte, el Partido “Humanista” ya desde diciembre inició un pleito mayúsculo cuando dos de sus dirigentes se aliaron para destituir al coordinador nacional, quien según reportes de la prensa se habría negado a “repartir” equitativamente las coordinaciones estatales. La polémica llegó al grado de que se ha hablado de la toma violenta de las instalaciones.

Considerando que el buen juez por su casa empieza, estos nuevos partidos no tienen cara para hablar de una democracia que ni siquiera son capaces de ejercer para sí mismos, menos para los demás. Además, ¿con qué autoridad pueden llamar al diálogo cuando ni entre ellos se ponen de acuerdo? ¿Cómo hablan de paz quienes han actuado de manera violenta?

Claro está que estos nuevos partidos se definen por viejas mañas y viejos personajes, que los harán naufragar en las elecciones, pues en este momento los mexicanos no conocen una sola de sus propuestas pero ya han visto su verdadero rostro: el de la ambición por el poder.

 

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