Ayotzinapa, Tlatelolco, sismos, explosiones…
Mireille Roccatti
Durante cerca de cuatro meses, la muy lamentable tragedia de la desaparición y casi segura cremación de cuarenta y tres jóvenes estudiantes normalistas de Ayotzinapa acaparó la atención mediática de los mexicanos. Al irse conociendo los detalles sobre cómo se desarrollaron los proditorios hechos con el inaceptable concurso de agentes estaduales, la justa indignación de los padres y familiares de los jóvenes asesinados fue acompañada por la solidaridad y exigencia de justicia de los mexicanos todos.
Otro hecho lamentable acaecido en la ciudad de México, en el Hospital Infantil de Cuajimalpa, en el cual perecieron cuatro personas y resultaron lesionados más de setenta, entre ellos una treintena de recién nacidos, generó un efecto inmediato de solidaridad social desde el momento mismo de los hechos. Aún ardían las llamas producto de la explosión de la pipa de gas que ocasionó la tragedia, cuando los vecinos y transeúntes que pasaba por el lugar acudieron a remover escombros y rescatar heridos y quemados, resaltando nuevamente esa arista del modo de ser del mexicano que, en una situación de crisis colectiva, se despoja de cualquier atisbo de egoísmo e individualidad para generar un ente colectivo unido y solidario.
Este acontecimiento desplazó del centro de la atención mediática el caso de Iguala, lo que ocasiona esta reflexión, sobre cómo, las historias de la historia han ido construyendo una identidad nacional y moldeando el modo de ser del mexicano. Esa identidad colectiva de la que se ocuparon en su momento Samuel Ramos, en su incomparable El perfil del hombre y la cultura en México en el que se inspiró Octavio Paz para su inolvidable ensayo El laberinto de la soledad. Este tema también ha sido abordado por otros autores contemporáneos con títulos como La fenomenología del relajo o La jaula de la melancolía de Roger Bartra.
El porqué los mexicanos nos unimos frente a la tragedia y somos capaces de generar ejemplos de sinergia social generosa que nos despoja por momentos del feroz individualismo, del egoísmo proverbial que nos distingue, del desinterés, de la apatía, de la indolencia, y participamos colectivamente en apoyo y ayuda de nuestros compatriotas aquejados por una tragedia natural o provocada por el actuar del hombre.
En un breve recuento de solo unas décadas atrás, podríamos recordar la noche de Tlatelolco del 2 de octubre del 68, un verdadero parteaguas en nuestra historia reciente. El temblor del 85, que generó una galvanización social tal que, para Monsivais dixit, ahí se gestó el nacimiento de la sociedad civil en nuestro país. La explosión en Guadalajara en 1992 producto de la acumulación de gasolina en la red de drenaje de esa ciudad.
A esta recordación podríamos señalar los incontable huracanes que destruyen periódicamente nuestras ciudades, cobran vidas y pérdidas del patrimonio de los mexicanos que las habitan, en el Caribe, en el golfo de México y el Pacífico.
Y así, de tragedia en tragedia vamos los mexicanos construyendo nuestro devenir, armando un inconsciente colectivo que moldea y condiciona nuestra conducta y nuestro actuar ante la autoridad toda y en nuestra relación en la vida comunitaria.
Por ello y por otros factores, algunos lúcidos observadores de la vida nacional alertaban de no despertar al México bronco, ése que subyace y que se une y actúa colectivamente, en ocasiones de manera impredecible.
Y en esta coyuntura ya algunas voces voltean la mirada a los hechos recientes en Grecia y a los muy previsibles en España, para tratar de encontrar una salida pacífica al innegable descontento social.
En ese contexto, lo que mayoritariamente se percibe es el rechazo a los actos violentos y de barbarie que hemos testimoniado recientemente y que a nada conducen.