Jaime Luis Albores Téllez
Las historias que presenta Óscar Benassini en Caduceo. Ocho relatos desoladores por insanos, estremecen al lector —sin importar su marco de referencia intelectual— porque no depende del conocimiento que tenga sobre Hermes, quien tenía multiforme ingenio, de astutos pensamientos, ladrón, jefe de los sueños, espía nocturno, o simplemente considerado el mensajero de los dioses y que utilizaba un báculo con dos serpientes enrolladas —signo de adivinación y poder entre los griegos. O sobre los “Herméticos” —escritos de los partidarios del filósofo griego— donde se dice que el báculo (caduceo, atributo principal de Hermes) significa la columna vertebral del hombre donde se encuentra un gran poder cuando el semen no es derramado por causa de la sensualidad o en coito. Y que cuando esto sucede, el ser humano puede encontrar el equilibrio entre lo que piensa y hace. El autor escribe: “Cada serpiente debía representar una fuerza antagónica, opuesta a la otra, porque cuando conseguimos que fuerzas opuestas se entrecrucen estamos consiguiendo el equilibrio. Del juego de las serpientes hubo quien concibió también un báculo, un bastón largo y recto para que fuera en su longitud donde los reptiles se enredaran. El número ocho es así el báculo en el que se han enroscado los reptiles… para representar a la prudencia, la sabiduría si se quiere, la pertinencia y a fin de cuentas la sanidad”. Pero si el lector está poco inmiscuido a éste conocimiento, los relatos simplemente le pueden parecer ingeniosos y macabros. Un ángulo de visión, donde el ser humano vencido por las circunstancias llega a hacer atrocidades.
Óscar Benassini a través de cada uno de los ocho relatos retrata al ser humano como un desequilibrado, cerrado e incapaz de lograr armonía en su cotidianidad. El primer relato: “Misereatur”: “Misereatur tui omnipotens Deus, et dimissis pecattis tuis, perducat te ad vitam aeternam” —se repetía hasta el infinito en la mente de Ángela (personaje principal en la historia). Esto sucedía cada vez que creía pecar en su pensamiento, al recordar la forma que la veía el padre y cómo la tomaba entre sus manos que ella sentía utilizaba el chamuco para hacerla errar como religiosa. Hasta que un día decidió acabar con la tormenta que le hacía padecer el padrecito de la iglesia: de sentirse pecadora: le cortó el pene y los testículos, pero eso no fue suficiente, pues “cada pensamiento de los que habían traído la lascivia volvió. Uno por uno, con el gozo y el temor de Dios que traían consigo”. En otro relato: “Único”, cuenta la historia de una madre que tiene una hija mongol y que en su desesperación por no poderla controlar la trata de envenenar con raticida y al final termina la madre envenenándose. Los otros seis relatos tienen historias que suceden en hospitales: una cancerosa que tiene miedo de morir mientras su pareja trata de desconectarla y se abraza a él; otros que se enamoran en un manicomio: ella siendo médico y él artista que realiza obra pictórica, etcétera.
Lo interesante de cada una de las narraciones es que nos invitan a reflexionar sobre los pensamientos y sus consecuencias en los actos. Y parecen decirnos que al no concordar pensamiento y acto, —pensar una cosa y hacer otra— la razón se vuelve endeble, confusa, tal como si la locura se hiciera presente en nuestra existencia.
Óscar Benassini, Caduceo. Ocho relatos desoladores por insanos. Palabras y Plumas Editores, México, 2014; 166 pp.


