Fuerzas armadas
Mireille Roccatti
El pasado 9 de febrero, se conmemoró el 102 aniversario de la denominada Marcha de la Lealtad, ocasión en que los jóvenes cadetes del Colegio Militar escribieron una de las páginas más bellas de la historia patria. Esa mañana de 1913, el presidente Francisco I. Madero fue alertado del levantamiento militar de los generales Bernardo Reyes, Félix Díaz, Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, todos ellos exporfiristas.
En el caso de Reyes, el más destacado divisionario del ejército federal, y de Díaz, sobrino del desterrado exdictador, unos meses antes, el presidente Madero les había perdonado la vida a ambos, tras derrotarlos después de su levantamiento en armas en contra del gobierno legalmente constituido, lo cual hizo más proditoria su traición.
Las primeras noticias fueron devastadoras: los rebeldes habían tomado Palacio Nacional; sin amilanarse el presidente Madero, en el Castillo de Chapultepec, que era la residencia oficial del presidente de la república, se alistó para dirigirse al Zócalo a enfrentar su destino, se sorprendió al encontrarse a los jóvenes cadetes del Colegio Militar, listos para acompañarlo y quienes al intentar disuadirlos le expresaron con firmeza que su obligación era acompañarlo y procedieron a escoltarlo.
Y así,el recorrido por el Paseo de la Reforma significó un compromiso imperecedero de disciplina y lealtad del Colegio Militar para con el presidente de la república y por extensión de las fuerzas armadas, que en ese momento tras los primeros momentos de confusión, recuperaron Palacio Nacional, repeliendo y dando muerte al general Reyes.
El epílogo de la traición es de todos conocidos: el execrable Victoriano Huerta dio muerte a Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez, ahogando en sangre el proceso revolucionario de 1910, que dio fin a la larga noche en que terminó convirtiendo el régimen porfirista.
En los tiempos que vivimos, de pérdida de valores, abandono de convicciones y ausencia de compromisos deontológicos, resalta el papel fundamental que para la república ha tenido en el devenir histórico el Ejército. Y, sin duda, resulta propicio reflexionar sobre el relevante papel que tiene en la actualidad la actuación de nuestras fuerzas armadas.
La génesis de la actual institucionalidad de nuestro ejército se produce cuando el general Joaquín Amaro profesionaliza las fuerzas armadas revolucionarias e incluso asimila contingentes de las facciones derrotadas, significativamente villistas y zapatistas.
A partir de entonces, nuestras fuerzas armadas han mantenido incólume e invariable su respeto y lealtad al poder político legalmente constituido: junto a Lázaro Cárdenas, frente al general Plutarco Elías Calles, “jefe máximo de la Revolución”, y fieles a los presidentes civiles que encabezaron los sucesivos gobiernos.
Posteriormente, cuando en la segunda mitad del pasado siglo en medio de la guerra fría, en la mayoría de los países hermanos de Latinoamérica se entronizaron sangrientas dictaduras militares, nuestro ejército siempre se mantuvo leal a las instituciones.
Es también de destacarse que en diversas ocasiones las fuerzas armadas en acatamiento al supremo valor de la lealtad, obedecieron a los civiles que detentaban el poder y apoyaron acciones que les permitieron a éstos sortear conflictos sociales con la clase trabajadora y las clases medias, absorbiendo la institución castrense con estoicismo el costo político y el desgaste resultante.
Hoy nuestras fuerzas armadas constituyen el soporte principal de la política de seguridad pública, y si bien es cierto que en esas tareas se han producido hechos lamentables, éstos obedecen a conductas desviadas de algunos elementos castrenses, y que no pueden devenir en una condena a la institución.
En estos momento de la vida nacional debe apreciarse a cabalidad la importancia que para la estabilidad política e incluso para la viabilidad misma del Estado ha tenido la lealtad republicana de nuestras fuerzas armadas.
Y en relación con la vida pública inmediata, conviene recordar que nuestras fuerzas armadas, como cuerpo institucional, no se inmiscuyen en política electoral. El Ejército, que quede claro, sólo tiene una lealtad inquebrantable con el pueblo de México y con las instituciones de la república.