Reconocimiento de virtudes y faltas
José Elías Romero Apis
Esta semana se conmemoró el Día del Ejército. No se trata de un mero ceremonial cívico ni de un festín de aniversario. Por el contrario, se trata de un ritual de honor y reconocimiento a una de las instituciones más prestigiadas de la nación y de las que más enorgullecen a los mexicanos.
El Ejército de México es un referente de todas las fuerzas bien intencionadas del país. Sin distinción de ideologías se le tributa el reconocimiento de sus virtudes. No es un festejo de militares para militares. Es un homenaje de toda la sociedad civil sin distinción.
En el evento en comento estuvimos políticos de todos los partidos y de todas la ideologías. Estuvieron empresarios y comunicadores. Asistieron intelectuales y académicos. La congregación de todos los que pensamos en las buenas manos en las que está depositada nuestra fuerza militar.
En un primer impulso, muchas veces he pensado que el Ejército y todas las fuerzas armadas mexicanas son la institución nacional que menos “me quita el sueño”. Confío en ellas como confían todos los mexicanos, casi sin excepción. Sé que van muy bien y que cada vez van a ir mejor. Pero, además, confío mucho en Salvador Cienfuegos y en el equipo que lo acompaña.
Pero, en una reflexión más pausada, me asaltan los temores. Es una institución que hemos arriesgado durante muchos años. La hemos comprometido en una función ajena como es la lucha contra el narcotráfico. En los años setenta eso tenía un sentido político. Había temores de guerrilla en algunas sierras. La erradicación de plantíos era un buen pretexto para que los soldados las recorrieran con machete de siega sin demostrar patrullaje de seguridad. Se hizo así y sirvió para ello. Pero, más tarde, “nos la creímos” y ya no los sacamos de esa ingrata y ajena misión.
Después seguimos desbarrando. Empezamos a solicitar generales para dirigir nuestras policías civiles, pensando que así se limpiarían. Pero, sobre todo, pensando que así lucirían los jefes de ellos. Yo mismo fui de los que cometí ese pecado cuando tuve que contratar a directores de policías judiciales. Pero, no obstante siendo honestos todos ellos, al recibir invitaciones, atenciones o adulaciones de los civiles “lambiscones”, sentí que empezaron a tener más apego a la “charola” de policía que a las insignias de militar. Creo que, con eso, a algunos les quitamos su espíritu institucional.
Más tarde, empezaron a tirarles piedras anónimas. Después llegaron las consignaciones y los aprisionamientos. Altos jefes militares fueron a dar a las mazmorras civiles. Para rematar, pasados los años, ya no les pedimos que dirigieran las policías sino que se convirtieran en policías. Que patrullaran calles. Que persiguieran pandillas. Que ayudaran o, peor aún, que suplieran o suplantaran a los gendarmes.
Los discursos de los altos jefes del Ejército nos pueden ayudar. Lo dicho ese día por Peña Nieto y por Cienfuegos puede servirnos para corregir lo que todavía se pueda. Para reparar lo que tenga remedio.
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