Beatriz Pagés

 

La Comisión Global de Políticas de Drogas, integrada por varios ex jefes de Estado, ex secretarios de Naciones Unidas, directores de organismos financieros internacionales e intelectuales cercanos a Washington, anunció hace pocos días el “fracaso de la guerra mundial contra el narcotráfico” y propuso la legalización de las drogas como solución.

Aunque poco después, el director antinarcóticos de Estados Unidos, Gil Kerlikowske, calificó de absurda la propuesta lo cierto es que dentro del gobierno de Barack Obama avanza la intención de darle un drástico giro a la política antidrogas a nivel internacional.

¿Qué hay detrás de este cambio radical y repentino? Todo indica que es el mal estado en el que se encuentra la economía de Estados Unidos.

El retiro de las tropas norteamericanas de Afganistán —anunciado recientemente por Obama— y el fin de la guerra militarizada contra el narcotráfico, tienen el mismo origen: una crisis financiera que tiene prácticamente paralizada a la potencia norteamericana y cuya principal ancla es una deuda pública de 14.3 billones de dólares.

Hillary Clinton llegó tarde, de prisa y en actitud de “lavarse las manos” a la Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia de Seguridad de Centroamérica, que se llevó a cabo en Guatemala el 23 de junio, por esa misma razón.

A pesar de que los mandatarios centroamericanos ahí reunidos —entre ellos Felipe Calderón— le hacían ver a la secretaria de Estado que su país estaba obligado a aportar más recursos por ser Estados Unidos el primer consumidor de drogas y el principal responsable en la venta y tráfico de armas, la funcionaria les contestó con un “si quieren más dinero aumenten los impuestos a los ricos”.

El imperio está pasando por un proceso de disolución al parecer irreversible. De acuerdo a la FED (Reserva Federal) la primera economía mundial sólo crecerá este año entre 2.7 y 2.9 por ciento; la tasa de desempleo, hasta hoy de 8.9 por ciento, va en aumento y no hay señales claras de recuperación.

La aprehensión y linchamiento mediático del ex director del FMI, Dominique Strauss-Khan, confirma la desesperación de Estados Unidos no sólo por evitar convertirse en una economía de segunda, sino por evitar compartir su hegemonía con alguien más.

Hoy todos saben que Strauss-Khan fue llevado a juicio más por su “hiperactividad financiera intelectual” que por su “hiperactividad sexual”. Pretendía que Estados Unidos, como consecuencia de su enorme e inmanejable deuda, abandonara el liderazgo dentro del sistema financiero mundial y que el dólar fuera sustituido —como divisa internacional— por otra moneda.

El principal reto del Presidente norteamericano, a un año de que intente reelegirse, es evitar convertirse en el “sepulturero del dólar”.

Para muchos, sin embargo, la extinción de esa divisa es inevitable. El mismo Strauss-Khan consideraba que, debido a la enorme deuda de Estados Unidos, el dólar se ha convertido en el principal obstáculo de la recuperación económica mundial.

Muchas de las decisiones que hoy toma Washington en materia de política exterior, como es la promoción de la legalización de las drogas, tiene que leerse a la luz del desmoronamiento del gigante.

La administración Obama sabe que al colocar sobre la mesa la despenalización de las sustancias ilícitas, abre la puerta a un largo y complejo debate con conclusiones y acuerdos inciertos. Se trata, tal vez de ganar tiempo. Por lo pronto, sacará a su país de una costosa guerra que —como muchas otras— convino en su momento a los intereses de Estados Unidos, pero que ahora —por las razones expuestas— le estorba.