EDITORIAL
El PRI paga innecesariamente un alto costo por mantener en sus filas a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre.
Hasta ahora no se ha podido demostrar que el exdirigente del PRI en el Distrito Federal sea culpable de explotar y abusar sexualmente de mujeres; de utilizar la nómina del partido para obtener favores sexuales.
Sin embargo, de lo que sí es responsable es de la “historia negra” que se obsesionó y esmeró en construir en la capital de la república durante muchos años.
Innumerables testimonios periodísticos y personales hablan de su estilo de hacer política. El chantaje, la amenaza y la violencia física fueron siempre los recursos utilizados por él y su gente para conseguir cargos, sabotear proyectos e imponer decisiones.
Uno de los casos más recientes es el de Rosario Guerra, una expriista, dos veces diputada federal, agredida por los “porros” de Gutiérrez de la Torre para impedir que registrara una planilla para elegir el Consejo Político del PRI en el Distrito Federal.
Golpeada al grado de tener que permanecer cinco días en un hospital y sin que la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal hiciera caso de la denuncia presentada.
Gutiérrez de la Torre hoy se dice víctima. Asegura tener cáncer de próstata como consecuencia del estrés y las presiones. Señala como responsables de las imputaciones que se le hacen a sus enemigos políticos que, señala, están en el PRI.
Pero de lo que no habla es de su violencia, de su método gansteril para conseguir lo que quiere. Un estilo avalado, aprovechado y patrocinado por varios regentes y jefes de gobierno, entre ellos Marcelo Ebrard Casaubón, para operar en las alcantarillas y hacer el —a veces inevitable— “trabajo sucio”.
Aunque Gutiérrez de la Torre asegura ser muy priista, y haberse enamorado de la ideología de ese partido desde muy joven, lo cierto es que ha sabido vender, si no favores sexuales, sí favores políticos a todos los partidos. Es lo que se dice un diestro mercenario de la política.
El desprecio hacia este personaje nada tiene que ver, como algunos han dicho, con su origen social o su aspecto físico. Pertenecer al gremio de los basureros no es una deshonra. Al contrario, se hubiera esperado que un líder tan “aguerrido” hubiera dedicado toda su fuerza para hacer de la basura una empresa moderna.
El tema, entonces, más que jurídico es político, pero sobre todo ético. Hace veinte o treinta años los caciques formaban parte del folclor nacional. Hoy la modernidad política, a la que muchos se refieren, ya no admite ni tolera personajes de este tipo. Y no los tolera porque para la sociedad actual el poder ya no puede ser ejercido al margen de la ética.
Y eso es exactamente lo que no se ha entendido. Gutiérrez de la Torre representa a esa clase de persona que le hace daño a la política, a los partidos y al país mismo.
Su permanencia en el PRI no se entiende. Nadie lo entiende. Gutiérrez de la Torre no puede garantizar ningún triunfo. Ninguna delegación o distrito. La fuerza de su estructura es parte de una mala leyenda. Sabe romper puertas, golpear, amenazar, usar mujeres, pero no ganar elecciones. Más aún, dejarlo políticamente medio muerto, sólo impide que el PRI recupere la ciudad de México.
Beatriz Pagés