BERNARDO GONZALEZ SOLANO
Hoy por hoy, el mundo está expectante por la diabólica sucesión de los actos terroristas de la yihad (guerra santa) global reclamados por el Estado Islámico: EI (o Daesh, acrónimo en árabe del propio grupo) y Al Qaeda o alguna de sus ramas. Tal y como se han desarrollado los acontecimientos, existe el peligro de más atentados en el Oriente Medio, Africa, Europa e incluso en el Continente Americano. Los sistemas de seguridad occidentales andan de cabeza. Y no es para menos. La ventaja la tienen los terroristas islámicos pues ellos no tienen que respetar ninguna regla internacional. Asimismo, se ha subestimado la feroz lucha entre Al Qaeda y Daesh por el liderazgo de la yihad mundial.
En los últimos días la atención se centró en Túnez y en Yemen. Primero sonaron las alarmas el miércoles 18 de este mes. Los disparos sobresaltaron a los que se encontraban en las proximidades y dentro del Parlamento tunecino en el capitalino barrio del Bardo, donde se ubica el famoso museo del mismo nombre. Cuando Yassine Abidi y Hatem Jachnaoui los yihadistas que primero fueron identificados y abatidos por las fuerzas de seguridad, y Maher Kaidi que se dio a la fuga (posteriormente reconocido por el Ministerio del Interior de Túnez y hasta la hora de escribir este reportaje no se había capturado), trataron de entrar en el recinto parlamentario, los diputados recibían a altos mandos militares que los ilustraban sobre el proyecto de reforma de la ley antiterrorista. Obviamente la sesión se suspendió pero una vez calmadas las aguas los congresistas retornarían sobre el tema. No tanto como reacción ante los atentados sino porque la ley antiterrorista en vigor fue aprobada en 2006 bajo la dictadura de Zine Abidine Ben Alí, que fue derrocado en 2011.
De tal suerte, los parlamentarios tratan de aprobar la nueva ley antiterrorista cuyo objetivo radica en proporcionar los medios necesarios a los órganos de seguridad para enfrentar al terror islámico respetando las reglas fundamentales del Estado de derecho. El proyecto legislativo ha motivado fuertes debates y algunas grupúsculos radicales del islamismo tunecino la han condenado de antemano. En tanto, el acto terrorista en el citado museo costó la vida a 21 personas, incluyendo a dos de los tres yihadistas, y varias decenas de heridos. El blanco era el turismo internacional que recibió un mortal golpe, así como la también discutida ley de finanzas que liberalice la economía y atraiga inversiones extranjeras bajo el nuevo poder dirigido por el presidente Beyi Caid Essebsi desde el mes de diciembre de 2014. Asimismo, para muchos es claro que los partidarios del dirigente del Estados Islámico, Al Bagdadi y su califato, al que incluso financian o han financiado, buscan que Túnez sea una dictadura militar como Egipto u otro país en guerra civil como Libia, Siria o Yemen.
Del norte de Africa, el sanguinario yihadismo islámico del Daesh pasó en cuestión de horas al sur de la península arábiga: en Yemen. El 20 de marzo cuatro terroristas suicidas convirtieron la concurrida oración del viernes en dos mezquitas de Saná en una espantosa carnicería. Los atentados contra sendos centros de oración, la mezquita de Badr en el centro de la capital, y la de Al Hashush, en el barrio septentrional de Al Yarraf, sumaban ya 154 muertos al redactar esta crónica y más de 350 heridos, muchos de gravedad. Ambas aljamas –que pudieron ser tres, pues la policía logro interceptar a otro suicida que pretendía hacerse estallar en la mezquita del Imán Hadi en el norte de Yemen– son frecuentadas tanto por fieles como por dirigentes del grupo chií rebelde de los huthíes. Este feroz golpe de mano agrandó la grave crisis política en el empobrecido país árabe, cuyo presidente, Abdo Rabu Mansur, lo condenó calificándolo de “actos atroces” y acusó a los autores de pretender llevar al país a una guerra confesional.
Poco después de los atentados, uno de los dos grupos del EI en Yemen, se atribuyó la autoría de los mismos, la primera acción de este tipo por parte de los yihadistas en territorio yemení. En un comunicado enviado por la autoproclamada Provincia de Saná, se advierte: “Esta operación no es más que la punta del iceberg, de lo que viene…Que sepan los hutíes politeístas que los soldados del Estado Islámico no descansarán y no se quedarán quietos hasta erradicarlos, hacer fracasar su asalto y abortar el proyecto safávida (una poderosa dinastía que gobernó Persia entre los siglos XVI y XVIII mencionada por el IS para referirse a Irán) en Yemen, con el poder y fortaleza de Alá”. El hecho es que los ataques de Daesh –que poco a poco amplía los territorios donde actúa–, dejaron en Saná imágenes espeluznantes. Un superviviente, Mohamed al Ansi, declaró a la agencia AP: “Las cabezas, las piernas y los brazos de los fallecidos estaban esparcidos por el suelo de la mezquita de Al Hashush. La sangre corría como un río”. Simplemente espantoso. Entre las víctimas resultó muerto el imán, Murtada al Mohadwari, considerado el líder espiritual de los Huthi.
Las dos mezquitas atacadas el viernes 20 son lugares habituales del rezo de los simpatizantes de Ansarullah, el grupo político armado mas conocido por el nombre del clan que lo dirige, los Huthi. Se trata de un movimiento al estilo del Hezbolá libanés que tiene su feudo en las provincias del norte de Yemen, en la frontera con Arabia Saudí. Sin embargo, desde el verano de 2014 avanzó hasta tomar la capital y trata de extenderse a otras partes del país con el apoyo del ex presidente Ali Abdalá Saleh, que en 2012 cedió el poder después de doce meses de protestas populares y de presión internacional.
Por su espectacular avance –apoyado en la lucha contra la corrupción y según sus adversarios, con la ayuda de Irán, que compite con el régimen saudí por la supremacía en la zona–, el líder regional de los chiíes ha agravado las divisiones políticas, tribales y sectarias de Yemen, país que lleva años al borde del abismo y que se considera el más pobre del golfo Pérsico. A la pobreza, la explosión demográfica, la escasez de agua y penuria de alimentos, se superpone el separatismo del sur, la revuelta Huthi del norte, la amenaza de Al Qaeda en la Península Arábiga: AQPA (la fusión más activa de las ramas local y saudí de Al Qaeda), ahora se suma la intervención del EI de acuerdo a su reclamación de los atentados.
Los yihadistas del Estado Islámico se han fijado como estrategia su expansión internacional, especialmente desde que hace diez meses instauraran el denominado califato en las zonas que tienen bajo su control en Siria e Irak. La reivindicación del ataque llevado a cabo en la capital de Túnez el miércoles 18 supone la primera aparición “oficial” del que se considera el grupo terrorista más poderoso del mundo en aquel país magrebí donde no se descarta que lleve a cabo más actos terroristas. Por cierto, como paradoja, Túnez es el país del mundo que mas combatientes extranjeros “exporta” al frente abierto en Siria e Irak. Las estimaciones son entre 1,500 y 3,000 hombres, la mayoría enrolados en las filas de Daesh.
Infernal y complicada son dos de las características de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y el Estado Islámico. La primera es la franquicia norteafricana del grupo fundado por Osama Bin Laden nacida de anteriores grupos terroristas argelinos y lleva una década extendiendo sus tentáculos por el Magreb y el Sahel. Así, todo indica que EI y AQMI ganarán mayor influencia en Túnez, país que, pese al ataque del día 18, está menos ensangrentado por las matanzas y las luchas yihadistas que otros países de la zona.
Todavía habrá que dar cuenta de peores atentados yihadistas. El terrorismo, talón de Aquiles del siglo XXI. VALE.
