Jaime Septién
(Segunda y última parte)

Alain Finkielkraut, describió la intromisión publicitaria de la que hablamos en la colaboración anterior, me refiero a la intromisión en la vida de las personas, en su intimidad, sobre todo en los niños y los jóvenes, con este argumento:

“Vivimos en la hora de los feelings: ya no existe verdad ni mentira, belleza ni fealdad, sino una paleta infinita de placeres diferentes e iguales […] Dotado de un mando a distancia así en la vida como ante su aparato de televisión, (el sujeto postmoderno) compone su programa, con la mente serena, sin dejarse ya intimidar por las jerarquías tradicionales”.

La hora de los sentimientos es la hora de transformar en opciones personales, egoístas, agradables, placenteras y, de ser posible, raras, lo que en la antigüedad, hace menos de dos décadas, se les llamaba obligaciones o deberes. André Bercoff resumió en una frase el pensamiento del sujeto postmoderno: “Dejen que haga conmigo lo que yo quiera”.

Las jóvenes generaciones poco entienden de las formas de la sociedad tradicional; de los valores “duros”, objetivos, no negociables. Y con tanta propaganda a favor de respetar, propiciar, inducir diversos modos de familias, matrimonios, relaciones, convivencias y conveniencias, tampoco entienden mucho de qué va aquellos de la tradicional forma ni la riqueza del mundo tal como venía siendo antes de que la pantalla lo absorbiera.

Así las cosas, las familias son cada vez más escasas, los hijos cada vez más raros, los matrimonios cada vez más cortos y los compromisos cada vez más efímeros. Los fenómenos de desintegración, aislamiento, violencia y vacío están ahí, y se convierten, con el paso de los días, en auténticas bombas sociales de tiempo.