De la ciudad y los ferrocarriles
Roberto García Bonilla
Para Lorena Hernández
La ciudad de México es una constante pendular en la vida y en la obra de Juan Rulfo (1917-1986). Poco después de llegar a la capital, en 1935, permaneció unas semanas en el Colegio Militar. Desertó: la milicia no era su vocación. Ingresó en la Secretaría de Gobernación en 1936 al Departamento de Migración, conoció al escritor Efrén Hernández (1904-1958), lector de sus primeros textos; se ha dicho con un sesgo de leyenda que sacó varios textos del cesto de la basura, como “La cuesta de las comadres”.
Callejón de Valerio Trujano
Ante un desastrado escritorio del Palacio de Covián, Rulfo escribió la novela El hijo del desaliento: “muy larga, muy retórica, muy llena de adjetivos”. Trataba de un personaje que platica con la soledad; es cierto, había un trasunto del escritor. Parte de ese texto llegó a Juan Rejano, director de la revista Romance. Nunca se publicó. Tiempo después su autor recuperó la novela y tomó un trozo, lo pulió y se publicó como “Un pedazo de noche” en la Revista de la Universidad (1959) con la inscripción al final: “Enero, 1940”.
El texto fue llevado al cine por Roberto Rochín de manera impecable en un cortometraje (1999) y luego lo integró a la película Purgatorio (2008); se sitúa en una zona proletaria cercana al edificio que en el siglo XVI fuera el Hospital de los Desamparados y un siglo después lo adquiriera la Orden de San Juan de Dios; ya en el siglo XX fue el Hospital de la Mujer y desde 1986 alberga el Museo Franz Mayer. En el íncipit se lee: “Alguien me avisó que en el callejón de Valerio Trujano había un campo libre…”
Los protagonistas viven en la marginalidad: ella es una prostituta y él, un sepulturero; pertenecen a la masa de pobladores que día a día siguen llegando a la ciudad de México por la extrema necesidad y, también, con la esperanza de una vida digna.
La novela La cordillera de la cual existe, incluso, una reseña publicada por la gaceta de la editorial que la publicaría, el Fondo de Cultura Económica (1964), se centra en una familia del siglo XVI que vive en el centro de la montaña y de ahí se despliegan los personajes por toda la cordillera. Gracias a los Cuadernos de Juan Rulfo —publicados después de la muerte del escritor (1990)— sabemos que la historia también abarcaría el siglo XX y se incluirían personajes como Guerrero Galván y Siqueiros; un esbozo fragmentario de esa novela menciona zonas de la ciudad como Popotla y lugares como el Colegio Militar. De esa novela sólo se sabe que el mismo escritor la destruyó.
Ciudad ausente
Una de las preocupaciones de Juan Rulfo fue el frágil y áspero vínculo entre el campo y la ciudad, la cual está ausente en El Llano en llamas y en Pedro Páramo, si se exceptúan algunas líneas del cuento “Paso del Norte” —que encierra un misterio: su exclusión de la novena reimpresión (1970) y la reaparición en 1980 aunque con la supresión de dieciséis líneas. Entre los renglones que desaparecieron se mencionan los patios ferroviarios de Nonoalco. La presencia del tren también está presente en “El Llano en llamas” en un descarrilamiento, la atmósfera de este cuento —también significativo porque deja entrever el único final feliz en la obra rulfiana— recuerda una de las novelas más importantes de la literatura de la Revolución (y el libro más vendido del Fondo junto con la novela y los cuentos de Rulfo): Los de debajo (1916) de Mariano Azuela quien convierte el tren en un icono de la cultura popular de la primera parte del siglo XX, como elemento de la modernización colectiva.
Uno de los más grandes retos de Rulfo, después de la escritura de Pedro Páramo, fue conciliar el vínculo campo-ciudad en su mundo creativo. Si Rulfo se hubiese decidido a publicar textos de ficción, después de 1955, sus mundos se habrían conformado de vestigios de un pasado histórico entre la recuperación de geografías, la invención de ambientes, personajes, hablas sincréticas y la presencia en contrapunto de la ciudad del México actual contemporáneo.
200 fotografías
Un año después de la publicación de Pedro Páramo, el fotógrafo Juan Rulfo toma doscientas fotografías en los patios ferroviarios de Nonoalco. Al igual que su colega Cartier Bresson lo hiciera con el pintor Ignacio Aguirre y el escritor Andrés Henestrosa, en 1934 —durante sus andanzas por la Merced, la Candelaria de los Patos, Chimalpopoca, el Cuadrante de la Soledad y Cuáhtemotzin— Rulfo realiza un fotorreportaje que supera la crónica con imágenes; por instinto y revelación encuentra en los intersticios de la memoria urbana uno de sus grandes símbolos: el tren, en el cual ha viajado nuestro imaginario por la vida cotidiana; la iconografía de viajeros que se buscan, entre flashazos del recuerdo, en escenas cinematográficas o fugacidad entre líneas en las narraciones literarias. La vida cotidiana, las estrategias milicianas, el movimiento armado llamado “Revolución” se truecan, chocan entre el sobresalto, la pérdida, la revelación: la vida y la muerte se abrazan alrededor de los “toros acerados” para decirlo con palabras de Efraín Huerta.
Memoria en movimiento
En los ferrocarriles (RM, 2015) se reúnen 61 fotografías de Rulfo tomadas poco después de la publicación de su novela; cinco fotografías tomadas en la filmación de La escondida (Roberto Gavaldón, 1956) muestran un tema apenas conocido: los diversos proyectos de Rulfo en el cine. El caso más conocido es el guion para El gallo de oro (que en su origen fue otra novela, también abandonada: El gallero).
A lo largo de siete secciones, podemos confirmar la pasión de Rulfo por la ciudad y al fotógrafo que —cuando en el imaginario colectivo, la presencia del escritor deje de apabullarlo— será valorado un día entre los tres más importante del siglo XX mexicano por retener la realidad con austeridad vibrante; emerge la precariedad que el artista sublima y transfigura.
Las fotografías de Rulfo significan la memoria en movimiento, en reconstrucción, aun, actualizada. La fotografía no transcurre por las mismas sendas de la literatura; Rulfo no dejó tarjetas postales contenidas en sus imágenes, ni una educación sentimental regional en su literatura; no buscó el naturalismo ni la reproducción figurativa; penetra en el insondable vacío, rescata la sordidez y las oquedades de la existencia con sabia vitalidad, asentado en un impulso de búsqueda de lo primigenio, de lo elemental y proverbial que encarna la condición humana. Sus imágenes son memoria histórica que cada espectador sitúa y fecha, ad libitum.
El fotógrafo Rulfo recupera territorios de la ciudad ya desaparecidos adonde el vendaval de la pobreza del campo alojó a pobladores que llegaban aspirando la salvación, la sobrevivencia.
Manuel Perló observa en uno de los seis textos que incluye esta selección deslumbrante: “merece revalorarse [a Rulfo] también como un fotógrafo urbano, más específicamente como un fotógrafo de la ciudad de México”.
El fotógrafo y el escritor mantienen una profunda coherencia en torno a la ciudad desde la memoria; como hábitat, refugio, purgatorio y megalópolis anónima.
En los ferrocarriles. Juan Rulfo. Fotografías,
RM-UNAM-Fundación Juan Rulfo, 2015.