Venezuela se ha convertido en el foco de las discusiones de la Cumbre de las Américas en Panamá. Prevista como un gran escenario para el histórico encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y de Cuba, nuevamente los enfrentamientos ideológicos hacen estragos: al “problema” de Cuba, aún no completamente resuelto, le sucede ahora al de Venezuela.

En medio de un escenario de mayor debilidad para Venezuela y en un ambiente de presión generalizada se ha transformado en lo que el propio presidente Nicolás Maduro ha calificado como “una nueva era de relaciones” con Washington.

Lo que supone un sorprendente giro a base de presión tras las intensas llamadas efectuadas por países cercanos, entre ellos Brasil, instando a la calma para evitar que el régimen entrara en Panamá como suele hacerlo: entre gritos y empujones.

Las difíciles relaciones entre Washington y Caracas habían permanecido en calma en las semanas anteriores, sin embargó, el detonante fue la decisión de Barack Obama de apelar a una “emergencia nacional” ante Venezuela para sancionar a siete funcionarios chavistas por violaciones a los derechos humanos y corrupción.

El castigo, considerado en gran parte de Latinoamérica como una injerencia, provocó que Maduro recargara su retórica antiestadounidense, marcar una nueva divisoria entre el norte y el sur, además de lograr el apoyo de los 12 cancilleres de Unasur, organismo al que pertenecen Brasil, Argentina o Colombia.

El miércoles pasado el consejero del Departamento de Estado, Thomas Shannon, se reunió con Maduro en Caracas; en una entrevista hecha pública el jueves, en la que aprovechaba para recordar las relaciones comerciales entre ambos países, Obama declaró “no creemos que Venezuela sea una amenaza para Estados Unidos y Estados Unidos no es una amenaza para el Gobierno de Venezuela”.

Sus palabras, precedidas de otras similares del asesores de la Casa Blanca, lograron calmar los ánimos; ese mismo día, el presidente Nicolás Maduro admitía públicamente su reunión con Shannon y afirmaba que Venezuela está preparada para una “nueva era de relaciones” con Estados Unidos.

“Venezuela siempre ha demostrado una diplomacia de paz y de respeto a las otras naciones. No somos antiestadounidenses, sino antiimperialistas”, dijo.

La denuncia lanzada por 25 ex presidentes iberoamericanos, entre ellos, los españoles Felipe González y José María Aznar, por la persecución política emprendida por Maduro contra la oposición, supondrá una prueba de fuego de su credibilidad.

En un país con la inflación más alta del mundo (cercana al 70 por ciento) y que ahora es azotada por la caída del precio del petróleo (el 95 por ciento de sus exportaciones), la búsqueda de un enemigo exterior siempre ha sido un recurso habitual, por lo que cualquier golpe recibido es bien administrado.

La reunión acabará sin declaración final debido a la exigencia de Venezuela de incluir un párrafo contra las sanciones que Estados Unidos aplicó a funcionarios chavistas.

La histórica aproximación no sólo eleva la figura de Obama, sino que indirectamente distancia a Caracas de su más fiel aliado, Cuba. En este juego de equilibrios, la política de gestos que Raúl Castro practique en su estreno será determinante para medir los cambios de posiciones y pesos que surgirán tras esta cumbre.

Información de El País, España y ABC, España