Proceso electoral: en sus marcas…
Mireille Roccatti
El proceso electoral ha comenzado y con ello, los ciudadanos habremos de sufrir un verdadero tsunami de spots que rondan en cerca de 13 millones de estos mensajes con los que partidos y candidatos se enfrascarán en una verdadera guerra de calumnias, afrentas, insultos, descalificaciones y sólo un porcentaje menor de la espotiza será de propuestas, aunque habrá algunos de promesas incumplibles. Y ese espectáculo es todo, menos democracia. Hemos afirmado que para que haya democracia se requiere de demócratas, y eso es lo que le falta al país.
También en este proceso con motivo de la más reciente reforma electoral se pondrá a prueba la fortaleza de la nueva institución responsable de organizar y calificar las elecciones, por la manera en que fue concebido y sus dimensiones, que para algunos atropella el federalismo. El INE asemeja un Cuasimodo que tendrá que superar lo logrado en décadas por el IFE y de su desempeño dependerá la recuperación ciudadana de la confianza en el árbitro electoral. Tarea nada sencilla, cuando los partidos políticos buscan siempre los recovecos legales para violar la norma, y actúan con la convicción de viole hoy y pague mañana, además de que lo hacen con los mismos recursos fiscales que se les otorgan vía prerrogativas.
En estas elecciones intermedias, se renovarán 500 curules de la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas, 641 diputaciones, 993 alcaldías —en 17 entidades— y las 16 jefaturas delegaciones en el Distrito Federal. Como consecuencia de la nueva normatividad electoral, en esta ocasión las campañas serán más cortas y se adelantará la fecha de los comicios al primer domingo de junio, en lugar de realizarse en el mes de julio, como acaecía en el pasado reciente.
Usualmente, en las elecciones intermedias, el nivel de participación comicial baja de manera sustancial, las últimas encuestas serias indican que si bien nos va, tendremos un abstencionismo del 60%, lo que ha venido a sumarse a los amagos de las organizaciones de mentores disidentes de impedir las elecciones en Guerrero y Oaxaca. Así como las exhortaciones por voces ciudadanas críticas — algunas muy respetables— de anular el voto. Aunado al fenómeno del hartazgo por los excesos de la partidocracia que se traduce en abstencionismo y desinterés de la ciudadanía en las elecciones.
Es cierto que el abstencionismo no puede considerarse como una conducta antidemocrática, dado que la libertad de voto incluye la libertad para no votar, solo que esta omisión conlleva una perniciosa desatención de los asuntos públicos que atañen a toda la sociedad. Y como dice la sentencia popular: la política es una cosa tan seria que no podemos dejársela solo a los políticos.
Una consecuencia entre varias de lo nocivo que puede resultar el abstencionismo es que permite a los partidos pequeños reducir el umbral de votos a obtener para alcanzar o mantener su registro y seguir gozando de las prerrogativas que ya alcanzan niveles del orden de los cinco mil millones, que bien pudieran canalizarse a atender la pobreza lacerante que nos agobia.
La participación ciudadana en los comicios es vital en la coyuntura actual de nuestro país. Si es cierto que las elecciones intermedias constituyen en los hechos un referéndum, acudir a votar en contra o a favor del régimen sería un sano ejercicio democrático. El ejercicio del voto es la mejor y quizás la única manera como la sociedad puede generar un cambio real de la nación. Los ciudadanos debemos informarnos bien sobre a quién otorgar nuestro voto y no permitir que otros decidan por nosotros. Recordemos al politólogo italiano Sartori, quien afirmaba que los males de la democracia sólo pueden curarse con más democracia.