EDITORIAL

 

 

La renuncia de David Korenfeld era políticamente necesaria e inevitable. El error, aparentemente pueril del ahora extitular de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), obligó al gobierno a demostrar que este sexenio no es, como sus adversarios aseguran, un paraíso de la impunidad. Se trató de una prueba moral que el presidente de la república y su administración estaban obligados a avalar.

Si usted, lector, lee el código de ética del personal de la Conagua, va a tener la impresión de que se encuentra en un país de primer mundo, pero cuando se entera, como todos lo hicimos, de que quien era su titular decidió utilizar un helicóptero de la institución para trasladar a su familia de su residencia en Huixquilucan al aeropuerto, confirma una vez más que el mal de México es el vértigo que experimentan ciertos políticos con el poder.

El error de Korenfeld fue mucho más que una falta administrativa. Las fotografías tomadas y publicadas en Facebook por un vecino del funcionario contienen todos los elementos que explican la decepción que hoy siente el ciudadano hacia sus gobernantes y el repudio que hoy experimentan los mexicanos hacia la política y los partidos.

En esas fotografías, decíamos, hay más de un ingrediente que debe ser analizado para entender por qué Korenfeld tenía que renunciar.

La imagen de un helicóptero de la Conagua, estacionado en lo que parece un campo de golf, resulta perturbador. Y lo chocante, lo molesto a la vista, pero sobre todo al ánimo, es llegar a la conclusión de que ese aparato no debería estar ahí sino en alguna población marginada de Guerrero, Chiapas o Oaxaca donde los niños mueren de diarrea, todos los días, por falta de agua potable.

Eso es lo que explica la explosiva irritación y las severas críticas contra Korenfeld. La Conagua es una de las instituciones que más responsabilidad tienen en llevar justicia social, a través del abastecimiento del líquido, a las zonas más pobres y apartadas.

Enterarse de que se desvían recursos para atender las necesidades vacacionales de un funcionario, cuando hay 22 millones de mexicanos sin acceso al agua potable y 43 municipios, según datos del Inegi, con una carencia absoluta del líquido, impacta negativamente la credibilidad y confianza gubernamental.

Korenfeld se ha destacado como un funcionario ágil, pero en esta ocasión se equivocó. Al funcionario no sólo se le olvidó cuidar la imagen de la Conagua sino la del gobierno y más específicamente la del presidente de la república a quien, otra vez, por si hiciera falta, se le volvió a poner a prueba.

Enrique Peña Nieto hizo lo correcto al aceptar o promover la renuncia del funcionario. Cumplió con lo prometido el 3 de febrero de este año, cuando anunció una serie de acciones para cerrar espacios a la corrupción dentro de su gobierno, y ordenó la creación en la Secretaría de la Función Pública de una unidad especial para vigilar el comportamiento ético de los funcionarios.

La severidad de las críticas por el mal uso de un vehículo oficial no sólo tiene su origen en lo electoral, como algunos aseguraron. Hay causas o motivos más importantes. La sociedad mexicana ya no está dispuesta a perdonar la corrupción de los políticos. No hay nada en este momento que lastime, ofenda y decepcione más al ciudadano que la arrogancia, soberbia y abusos de la clase gobernante.

Algunos estudios presagian para las elecciones del 7 de junio un abstencionismo histórico del 70% y atribuyen el fenómeno a que los comicios intermedios siempre atraen pocos votante; también a la crisis económica y a la inseguridad.

El distanciamiento del electorado de los partidos y de la política tiene otra razón de igual o mayor peso. La causa se llama corrupción. Así, nada más.