Latinoamérica y Estados Unidos

 

Mireille Roccatti

La recién concluida VII Cumbre de las Américas que reunió hace unos días en Panamá a la mayoría de los países del continente americano puede calificarse de exitosa. En este escenario, México, está recuperado un papel importante y parece decidido a recobrar el liderazgo regional perdido ante Brasil y Argentina. La participación de México es muy importante en virtud de la experiencia que tenemos en la siempre compleja y espinuda relación con nuestro vecino del norte y porque históricamente hemos aglutinado los países hermanos del continente.

En paralelo a nuestra actuación en este escenario, tenemos que observar y actuar con prudencia en el complejo momento de las nuevas relaciones geopolíticas que se tejen en el mundo: la recuperación por parte de Rusia de su esfera de intereses; la siempre compleja situación del Oriente Medio; la coyuntura en Irán; la carrera nuclear de Corea del Norte; la creciente influencia mundial de China y de India, y desde luego manejar el entorno geoeconómico cuyo punto central de inflexión es la volatilidad del mercado mundial de crudo y la caída del precio del barril de petróleo, que adicional al componente netamente económico contiene un gran porcentaje de forcejeo geoestratégico.

En los últimos dos años, la diplomacia mexicana ha logrado la recomposición de las relaciones con las naciones hermanas de Latinoamérica, luego del tiradero que dejaran los regímenes precedentes, al abandonar los principios que rigieron la tradición diplomática del país y que le valieron el respeto de la comunidad Internacional. Ahora, se recupera la dignidad y el liderazgo que desde siempre ejerció México en la región.

La crónica de esta VII Cumbre tendrá como eje central el deshielo de la política injerencista de Estados Unidos que arranca formalmente con la decisión tomada en 1962, en plena guerra fría, de expulsar a Cuba de la OEA. La medida de entonces y la adoptada ahora —no hay que engañarnos— obedece a los intereses político económicos de Estados Unidos.

Lo que habrá que destacar o lamentar es que México no desempeñó un papel, ya no digamos estelar, simplemente no protagonizó nada en este nuevo episodio de las relaciones internacionales en nuestra zona de influencia natural. Lo que por historia era simplemente obligado y políticamente necesario para mantener una zona de influencia, y hasta por seguridad nacional.

Sería deseable que en la necesaria reconfiguración de la política Internacional se abandonaran de una vez y para siempre algunos enfoques de los “pragmáticos” de infausta memoria que sueñan vernos como “estado libre asociado” al estilo de Puerto Rico, y se privilegiara la voz de los diplomáticos de carrera que tanto prestigiarán nuestra cancillería.

Por ello debemos celebrar que se normalicen las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. El restablecimiento de la relación con Cuba resulta muy significativa por lo que históricamente en su momento representó el apoyo de México a la isla. Debemos continuar apegados al principio de la libre autodeterminación de los pueblos. Apoyar a Cuba, hoy como ayer, significa apoyar a México. Haciendo a un lado las ideologías, nuestro país tiene un papel importante en la transición cubana, transición que tienen que realizar los propios cubanos sin intromisiones del exterior.

El hecho mismo del lenguaje utilizado tanto por varios presidentes de diversos países latinoamericanos como por el presidente Obama resulta inédito y es muestra inequívoca de un nuevo equilibrio, de una nueva era en las relaciones entre los países del continente, que están enviando, por lo menos discursivamente, al cesto de la basura la perniciosa doctrina Monroe. Y lo más valioso, sin insultos, recriminaciones o ajustes de cuentas; habrá que reconocer sin ambages el papel desempeñado por la diplomacia norteamericana, que sin duda obedece a los nuevos equilibrios geopolíticos y económicos del mundo, actualmente en plena reconfiguración.

En este contexto, la recomposición de las relaciones con Venezuela, Bolivia, Perú, Argentina e incluso con Brasil se observan con beneplácito. En materia de política exterior debe cuidarse la observancia de los principios rectores que dieron prestancia y prestigio a México. Recuperar el liderazgo en la región y volver a ser actor escuchado y respetado en la comunidad internacional es la meta, y los hechos nos indican que caminamos en la dirección correcta.