Stella Calloni

Buenos Aires.-A Eduardo Galeano nunca le interesó saber a qué género pertenecía cada uno de sus libros. Podía ser literatura, ensayo, historia, simplemente sueños. Amaba escribir para la vida. Su lenguaje en todo caso siempre cargado de poesía, lograba transmitir una maravillosa sencillez, sin rebuscamientos inútiles, enseñando a enseñar que esas bellísima palabras, siempre encontraban el corazón, el alma, el ánima de aquellos a quienes sus libros abrigaban

Recogía historias en una pequeña libreta, donde escribía con letras muy pequeñas, casi ilegibles para otro que no fuera él, cada historia que escuchaba, detalles invisibles para otros, detalles de la vida o de la muerte.

“Uno anda navegando de naufragio en naufragio” decía y consideraba que aquel su primer libro que sigue hoy siendo tan buscado como en aquellos principios de los 70 cuando “Las venas abiertas de América Latina” fue un estallido. La historia de nuestra región contada con una alquimia maravillosa de palabras, aunque él pensara que ese libro era un puerto de partida, desde donde salió en un largo  hacia y que ese libro que no consideraba “un puerto de llegada”  lo llevaría a millones de casas en esta su América Latina , su Caribe, sus amores para siempre.

Porque si hay un escritor que ha entrado a vivir en  cada rincón, incluso perdido en las inmensidades de esta región donde la realidad es mágica, dura, de color, de músicas , de imaginaciones desbordadas, de antiguas y eternas resistencias, ese es Eduardo Galeano que supo encender tantos fuegos desde montañas de cenizas desde tantas doloranzas.

Ese libro, que se multiplicaría en tantos otros que siguen andando por el mundo, hijos rebeldes que provocan rebeldías e insisten en ponernos a soñar, fue su partida, sin duda, pero ¡qué multiplicación¡ en una obra que abarcó todos los géneros, a los que no reconocía como tales.

Todos son trascendentes, Memorias del Fuego va recogiendo las pequeñas historias como un malabarista, un  eterno tejedor de palabras  y luego tantos otros  entre ellos “PATAS ARRIBA: la escuela del mundo al revés” que cada día se hace más imprescindible para entender el mundo en que vivimos, para saber porque rechazamos ese mundo ofrecido como un gran mercado.

Un libro que va desgranando, etapas, momentos únicos “Hace ciento treinta años después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del  milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies” escribe en la contratapa.

Un mundo donde en el norte oscurece cuando en el sur aparece la aurora. Un libro para no errar caminos y encender hogueras y donde la verdad duele y maravilla a la vez. “Yo ando por los mares, me llaman los mares del mundo, la prodigiosa aventura de vivir. No creo que valga la pena una literatura que no te invite a vivir. Porque, después de todo, somos grupitos que andan por ahí lanzados, buscando el calor de otros cuerpos. Me gustaría que las palabras que uno dice fueran capaces de invitar a los demás a vivir, a pesar de todo, a vivir plenamente, a pesar de todo. Porque yo siento que la vida está muy mutilada. Estamos muy reprimidos por los mil miedos que el sistema nos mete cada día, para que no seamos capaces de ser, capaces de amar, de pensar, de ver, de correr riesgos, de soñar en voz alta, capaces de locuras. En el fondo, el acto de vivir a pesar de todo, es un acto sagrado de locura y todo te invita al miedo, a no darte, a no recordar”.

Su clara visión sobre la ideología del sistema “que es una ideología que se impone en nombre del fin de las ideologías. Diciendo negarlas impone la más enmascarada de todas las ideologías. Una que niega la realidad y que sirve de coartada para un sistema enemigo  de la naturaleza y del hombre, de la gente. Según esa ideología dominante, la pobreza no es como era, un resultado de la injusticia, sino que es el castigo que la ineficiencia merece. Dentro de la escala de valores dominantes, que es la escala de valores del mercado, el mercado les dicta a las personas los valores de la vida. Las cosas son más importantes que la gente  y la vida es una carrera de obstáculos, donde todo consiste en poder aniquilar al prójimo. Yo no creo que esa sea la única concepción del mundo, aunque en este fin del siglo, los medios de comunicación propagan todos los días esta visión. Si lo creyera así me suicidaría, porque, a mi juicio, los valores que valen la pena no son los valores rentables, son valores que tienen que ver con la solidaridad, con la voluntad de justicia,  con la voluntad de belleza. No acepto la idea de un mundo reducido a mercado, donde sólo tienen derecho a la existencia los más fuertes, como si los más fuertes fueran los mejores. Se confunde calidad con cantidad, fuerza con músculo, la grandeza con lo grandote. Por eso todo lo que he escrito hasta ahora tiene como sentido las cosas chiquitas, la reivindicación de los despreciados, de los vencidos, y, al mismo tiempo, la denuncia de lo grandote y del sistema  que confunde la grandeza con lo grandote”.

Por eso siento con el pecho apretado que hubiera estado feliz de escuchar los discursos vivos de esta última cumbre de las Américas, en Panamá, país que también le dolía, y recuerdo su última foto, tan simbólica junto al presidente Evo Morales, acompañando su reclamo y el derecho de su país a tener una derecho de salida al mar, que le fue robada.

Andando como un navegante de todos los mares que siempre “lo llamaron”  se había multiplicado su visión del mundo, en una inacabable navegación marcha como de río que pasa, anda y en algún momento “llega al lugar de su quietud” como se lee en el Popol Vuh, que tanto amaba Galeano. Encontró el lugar de su quietud, seguramente allí en su amado Uruguay, en ese Montevideo por cuya rambla solía pasear cada mañana, como uno más, un hombres sencillo, generoso, buen amigo, un enamorado irredento de la vida viva.