BERNARDO GONZALEZ SOLANO

En muy poco tiempo el grupo yihadista Estado Islámico (EI), que apenas en junio de 2014 adoptó ese nombre, después de varias denominaciones que en su origen formaba parte de Al Tawhid al Yihad dirigida por Abu Musab al Zarqawi, subió al poder muy rápido y había pasado prácticamente inadvertida, hasta ahora, cuando todos los días los medios de comunicación informan de los innumerables videos en los que la organización difunde la ejecución sumaria –decapitación o fusilamiento–, de “infieles” y de islámicos rebeldes a sus consignas.

En 2010, Abu Bakr al Bagdadí se convirtió en el líder principal del grupo, que supo arrogarse todo el poder y la obediencia de sus militantes. Sus tareas junto a Zarqawi se centraban en pasar ilegalmente a combatientes extranjeros a Irak. Poco después se convirtió en emir de la fronteriza ciudad de Rawa, donde encabezó su propio tribunal de la sharía  (la ley islámica) donde se hizo famoso por su brutalidad  en las ejecuciones públicas de “sospechosos”  de colaborar con las tropas de la coalición estadounidense. Su brutal forma de “gobernar” en Rawa fue el origen de la administración del actual Califato Islámico, que hizo renacer en junio de 2014, aunque había desaparecido con la disolución del Imperio Otomano por obra del famoso militar y estadista turco, Mustafá Kemal Atatürk en 1924. Desde hace diez meses, la bandera negra y oro del Estado Islámico está izada en un territorio más extenso que el del Reino Unido o del estado de Texas en EUA, desde el Mediterráneo en Siria hasta el centro de Irak, la zona tribal sunita, donde únicamente impera la ley del salafismo radical so pena de sufrir las consecuencias en caso de no aceptarla.

A dos meses de festejar su primer aniversario, el EI ha logrado trastocar –desde la Primera Guerra Mundial–, el mapa del Oriente Medio que fue trazado en la segunda década del siglo XX por Francia y la Gran Bretaña. Se han borrado las fronteras trazadas a raíz del acuerdo Sykes-Picot en 1916. No obstante, el EI es una organización anacrónica que pretende retrasar el reloj de la historia basándose en los principios de su religión.

Al Bagdadí, nacido en 1971, en Samarra (Irak), reclama ser descendiente directo del profeta Mahoma, “hombre de familia religiosa…entre sus hermanos y sus tíos hay imanes y profesores de lengua árabe, de retórica y de lógica”; especialista en estudios islámicos por la Universidad de Bagdad. Muy pocos yihadistas cuentan con experiencia teológica tan académica. En la primera aparición oficial como nuevo califa islámico, en la mezquita de Mosul, Bagdadí habló ataviado con las vestiduras de los imanes, con un tono de religioso sabio y pragmático, difícil de equiparar con un terrorista inhumano: “Soy el wali (líder, jefe) que preside esta reunión, aunque no sea el mejor entre ustedes; por ello, si ven que tengo razón, ayúdenme. Si ven que me equivoco, denme consejos y guíenme hacia el recto camino, y obedézcanme del mismo modo que yo obedezco a Dios en ustedes”.

Así las cosas, el fenómeno mediático que ha provocado el novísimo Estad Islámico, no es un mero asunto de brutalidades terroristas, inexcusables por más razones históricas que se esgriman. El dirigente del EI trata de ofrecer una imagen política contemporánea en plena debacle de la política en el Oriente Medio. Bien lo explica Loretta Napoleoni en su libro The Islamic Phoenix. The Islamic State and the Redrawing of the of the Middle East (El fénix islamista. El Estado Islámico y el rediseño de Medio Oriente, 2014): “Durante décadas, islamistas e intelectuales islámicos han repetido que la grandeza y el esplendor del califato, paraíso en la tierra, renacerá. La restauración del califato ha sido el sueño de los predicadores musulmanes, al menos desde la década de 1950 cuando Hizb ut Tahrir comenzó a reivindicarla (como) el líder talibán Mulá Omar (y) Osama Bin Laden (que) mencionaba con frecuencia la restauración del califato como el objetivo final. Pero ninguno de los dos llegaría a ver cerca la meta; para ellos, el califato no fue más que un dulce sueño irrealizable”.

“Abu Bakr al Bagdadí –continúa Napoleoni–, es el primer califa islámico desde el 31º, Abdülmecid I (1823-1861), en reivindicar el título, y en colmar la nostalgia de un mundo desaparecido, de una sociedad vinculada a la época dorada del Islam histórico, cuando bajo el liderazgo de los cuatro primeros califas sucesores del Profeta, el Islam llevó a cabo su expansión territorial y su florecimiento cultural”. Y, por el momento, ha sido el Estado Islámico, no Al Qaeda ni ningún otro grupo, el que parece cumplir el sueño de los sunitas radicales.

                     En tales circunstancias, en junio de 2014, la opinión pública mundial reaccionó con disgusto por la noticia de que, tras apoderarse de Mosul, las fuerzas del Estado Islámico perseguían a mujeres y a niños chiítas residentes en la zona. Sacrificaron a centenares de inocentes ametrallándolos y arrojaron sus cuerpos a fosas comunes. Asimismo, incendiaron santuarios y mezquitas decididos a borrar todo signo de chiismo en su territorio. Y así ha continuado la “limpieza religiosa” que muchos consideran la interpretación más fanática del salafismo, La característica del nuevo califato es la violencia brutal y el ejemplo más impactante, sobre todo por haber sido el primero,  fue el asesinato del periodista estadounidense James Foley: el video de su decapitación dio la vuelta al mundo en las redes sociales y en todos los canales de televisión. Y han continuado.

Hace menos de una semana, el EI difundió otro video en el que muestra la ejecución de por lo menos 16 etíopes con un disparo en la cabeza y de otros 12 que fueron decapitados, todos ellos por el terrible “delito” de ser cristianos. Las ejecuciones se realizaron en alguna parte de Libia. Antes de tirarles a quemarropa, uno de los asesinos habló en inglés y aseguró que el EI llevaba a cabo una batalla entre “la fe y la blasfemia” y  “la verdad y la falsedad”; que había sido enviado “para luchar contra la gente de la cruz hasta que testifique que no hay otro Dios salvo Alá…La sangre musulmana que fue derramada bajo las manos de su religión, no es barata, de hecho, es la sangre más pura”. El video tiene una duración de treinta minutos e intercala la decapitación con los muertos a tiros. Es posible que en los momentos en que se escribe esta reportaje el EI haya enviado más videos de sus aterradores crímenes.

Aparte de buscar la forma de que se le considere un Estado –en el que impere la ley de la sharía–, el EI explota de manera sistemática todos los medios de comunicación modernos, especialmente los videos. El pasado 14 de abril, el periódico británico Daily Mail, publicó un reportaje sobre el contenido de un video yihadista titulado We Will Burn America (Quemaremos América), en el se advierte que hoy en día “no hay seguridad para ningún estadounidense en el mundo”. Advierte la organización terrorista que su objetivo es el territorio de USA y asegura que llevarán a cabo un nuevo atentado como el del 11 de septiembre de 2001 en el que Al Qaeda destruyó las Torres Gemelas de Nueva York causando miles de muertos y miles de miles de millones de pérdidas. La grabación, de once minutos convoca a los fanáticos del grupo extremista a dirigir sus ataques en territorio de la Unión Americana y glorifica las atrocidades que ha cometido con muchos rehenes, incluso la quema de personas vivas enjauladas. Aparte de ser una advertencia a Washington, es un llamamiento a todos los extremistas que odien a EUA para sumarse a las filas del EI para acabar “toda la cultura estadounidense”.

“Por la voluntad de Alá, pronto el miedo se extenderá nuevamente entre ellos”, amenaza el material difundido por el Estado Islámico, que, hoy por hoy, no solo avanza en sus propósitos de renovar el Califato Islámico, sino que atrae a muchos jóvenes de distintos países que tratan de luchar por esa causa. En fin, como dice Loretta Napoleoni en su libro: “hay que buscar la manera de afrontar este nuevo poder con medios que no sean la guerra”. VALE.