EDITORIAL
La tesis periodística según la cual policías federales asesinaron a civiles en Apatzingán, Michoacán, coincide con la versión que al cártel de Los Viagra le ha interesado difundir desde el primer momento.
Así lo demuestra el audio que fue dado a conocer poco después de lo sucedido el 6 de enero pasado y que hoy vuelven a reproducir diferentes medios electrónicos, después de la publicación del reportaje titulado La masacre de Apatzingán.
La revisión y análisis de los audios lleva a concluir que La masacre de Apatzingán se apega más a lo que dice Nicolás Sierra Santana, alias El Coruco, y otros comandantes de Los Viagra, que a la verdad a secas.
La línea editorial de ese reportaje —que obligó tanto a la Secretaría de Gobernación como a la Comisión Nacional de Derechos Humanos a exigir una nueva investigación— llega al extremo de poner en labios de unos lo que fue dicho por otros.
Por ejemplo, que los verdaderos autores de la frase: “¡mátenlos como perros!” no fueron policías federales, sino uno de los narcotraficantes. Al caer muerto uno de sus elementos, dice: “Ahorita me la van a pagar los hijos de su puta madre, eso sí se lo brindo, me la van a pagar los perros!”, al referirse a la policía federal.
El audio deja ver también cómo el cártel utiliza a la población civil para responsabilizar a la policía de lo que va a suceder ahí.
Cuando en la plaza de Apatzingán ya están presentes los cuerpos policiacos para enfrentarse a Los Viagra, se escucha a uno de ellos exhortar a la ciudadanía para que salga a las calles: “…salgan todos, todos vamos a apoyar, todos sin armas, si nos van a matar que nos maten sin armas…”
Obvio es decir que quienes sí tenían armas y las utilizaron contra la gente que ellos mismos llamaron fueron Los Viagra.
El lamentable epílogo de esos hechos es que hay quienes prefieren legitimar el crimen organizado a través de versiones que tienen como claro propósito desestabilizar el país a través del descrédito de las instituciones.
México se encuentra en la parte más crítica de una guerra donde ya no se sabe quién está del lado de qué o de quién. Albert Camus sostiene en uno de sus ensayos que, durante la ocupación nazi en Francia, una parte de la prensa francesa terminó sirviendo consciente o inconscientemente a los invasores más que a la libertad de su país.
Pero Apatzingán es también la crónica de una tragedia anunciada que deja o debería dejar importantes lecciones al gobierno federal.
Los hechos del 6 de enero y sus consecuencias son resultado de un escenario confuso prohijado por las propias autoridades.
Aquí en estas mismas páginas nos hemos referido a las razones por las cuales Manuel Mondragón tuvo que renunciar a la Comisión de Seguridad. El excomisionado siempre estuvo en contra, como el mismo Ejército mexicano, de que las autodefensas fueran militarizadas e incorporadas a la Secretaría de Seguridad de Michoacán.
Muchas de esas autodefensas —sostenía Mondragón— eran de dudosa procedencia y con esa medida la ciudadanía quedaba, como ha quedado, en medio de dos columnas enfrentadas: entre los cárteles y las autodefensas.
Eso es exactamente lo que sucedió en Apatzingán. Los Viagra, que en algún momento fueron incorporados al G-250, agrupación integrada por el entonces comisionado Alfredo Castillo, para combatir a Los Caballeros Templarios, se volvieron contra el gobierno, utilizaron a la ciudadanía para vengarse y hoy aparecen —gracias a ciertas versiones periodísticas— como víctimas, si no es que como auténticos héroes. Ésa sí es justicia, señores.