1, enviado
Madrid.-Al salir de México, se cree que se deja el peor de los mundos y que en la Unión Europea (EU), por ejemplo, está el mejor de los continentes, lo non plus ultra. No es así. Tanto en España como en el resto de la Unión, los fortísimos problemas económicos que los afectan desde hace muchos años se agudizan por otro tipo de razones. La sociedad ibérica se conmociona, una vez más, por un caso de corrupción al más alto nivel: el del ex vicepresidente del gobierno con José María Aznar, Rodrigo Rato, que también fue el principal directivo del Fondo Monetario Internacional (FMI), ha sido acusado por varios delitos financieros del más alto nivel de “cuello blanco”. El escándalo puede afectar al Partido Popular en las próximas elecciones municipales del 24 de mayo. Conclusión: la corrupción es la misma en todas las latitudes, aquende y allende el océano. Los políticos son iguales en todas partes. La piel de cordero les cala igual. Y todavía arden los rescoldos de la organización terrorista ETA.
Al mismo tiempo, toda Europa está (hipócritamente) “conmocionada” por el drama cotidiano de los centenares de desgraciados inmigrantes africanos—tan solo cinco mil semanalmente llegan a Italia—; que se ahogan al naufragar las pésimas embarcaciones en las que son transportados por los criminales “polleros” europeos. Inmigrantes que solo buscan sobrevivir al hambre, a la pobreza, En Europa, el problemas de la inmigración es una bola de nieve que crece —como el de América con destino a Estados Unidos— diariamente, En esto, por lo menos nos parecemos mucho.
Además, en el Viejo Continente todavía no cierran las heridas que han dejado, aunque parezca increíble, la Primera y la Segunda Guerras mundiales. Las matanzas que asolaron prácticamente a todo Europa durante esos enfrentamientos bélicos todavía duelen y avivan el enfrentamiento de los antiguos bandos. Un siglo más tarde, el viernes 24 de abril pasado, tuvo lugar un nuevo pulso entre Armenia y Turquía, países enfrentados diplomáticamente por la matanza (“genocidio” le denominan los armenios con toda razón), de más de un millón y medio de connacionales y de otros grupos vecinos entre 1915 y 1923 a manos de las autoridades del ya desaparecido Imperio Otomano. El diferendo ha provocado una enemistad secular por la negación de Turquía a aceptar que la masacre fuera genocidio, que según las leyes internacionales es muy difícil de probar. En esta ocasión, el enfrentamiento volvió a repetirse. Cada parte conmemoró a su manera, uno en Ereván y el otro en Estambul. Este último forzado por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que adelantó la fecha del aniversario de la batalla de Galípoli para eclipsar la reivindicación de los armenios respalda por 22 de los 193 países que forman la ONU, incluyendo Alemania y el Papa Francisco como jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, lo que molestó tremendamente al presidente turco.
A Ereván llegaron varios líderes internacionales, entre los que se contaban el jerarca ruso Vladimir Putin y el mandatario francés, François Hollande. En su discurso, el presidente armenio, Serge Sargsian enfatizó que sus connacionales “fueron deportados y aniquilados por los turcos según un plan estatal con participación directa del ejército, la policía, otras instituciones y grupos de criminales liberados específicamente con ese fin
…El reconocimiento del genocidio no es el tributo mundial al pueblo armenio y a sus mártires. El reconocimiento del genocidio es el triunfo de la conciencias humana y la justicia sobre la intolerancia y el odio”. Algunos historiadores califican al terrible hecho como “el primer genocidio del siglo XX”.
Como una terrible coincidencia, vale recordar —casi como burla del destino— que precisamente fue en abril, de sus respectivos años, que se desencadenaron el Holocausto (la Shoah, en hebreo), judío y los genocidios en Ruanda y en Camboya por esto, Sargsian hizo el llamamiento a la comunidad mundial para que no se repita algo parecido en el siglo XXI. Buen deseo, pero parece que el ser humano no aprende de los errores ajenos.
Recep Tayip Erdogan, por su parte, en Estambul volvió a defender a sus antepasados, asegurando que éstos jamás cometieron genocidio contra los armenios. Aún así, ofreció sus condolencias a esa comunidad y dijo “compartir el dolor de sus hijos y sus nietos”. No obstante sus palabras la tensión entre las partes no disminuyó, sino al contrario, por la ceremonia turca que hizo coincidir las fechas, para hacer sombra a los actos del centenario del genocidio. La fecha del 24 de abril es simbólica, porque ese mismo día en 1915, aproximadamente unos 250 intelectuales armenios fueron detenidos por las autoridades otomanas, lo que dio comienzo a la persecución, deportación y asesinato masivo de esta comunidad.
La exterminación había dado principio, no solo a manos de los oficiales otomanos, sino también por bandas armadas, organizadas por los servicios secretos, los “chetés”, que eran criminales, beduinos y kurdos que alimentaban un viejo antagonismo con los armenios. En todo Anatolia se desarrollaron los acontecimientos casi de manera similar. Los decretos fueron colocados en todas las ciudades y las aldeas ordenando el arresto de los armenios. Los varones mayores de 12 años eran separados de las mujeres para ser malasia rasos. Las casas sufrían pillaje, las Iglesias destruidas, y los bienes confiscados. Las mujeres y los niños forma natural largas columnas y dirigidos a pie con dirección al Sur a los desiertos de Siria. Esta marcha rumbo a la muerte fue la siguiente etapa del genocidio. Sin agua ni alimentos las columnas de deportados dejaban a su paso infinidad de cadáveres. Los que no podían caminar eran muertos en el lugar. Las jóvenes eran violadas o casadas a la fuerza, a veces los niños eran adoptados. Todos eran convertidos forzosamente al Islam. El país se convirtió en una gigantesca carnicería. Los árboles y los postes telefónicos estaban cargados –como frutas dantescas– de personas colgadas. Las fotos que se tomaron de los ahorcados recordaba escenas similares de las vías férreas en el Bajío mexicano con los colgados de la Guerra Cristera, solo que esta fue una guerra con gente armada de lado y lado, mientras que en Armenia solo el bando oficial tenía las armas. Los ríos estaban llenos de cuerpos sin vida y los cadáveres se amontonaban a la vera de los caminos. Los armenios no fueron las únicas víctimas. Los asirios, denominación que agrupa a las viejas poblaciones cristianas del Imperio. Nestorianos, caldeos y sirios ortodoxos también fueron masacrados.
Las masacres continuaron hasta fines de 1915 y se alargaron hasta el fin de la guerra. Pero desde el 14 de junio Talal Pacha declaró que las deportaciones representaron “una solución definitiva a la cuestión armenia”. Al final del conflicto internacional los armenios prácticamente habían desaparecido de las provincias donde habían vivido desde tiempos inmemoriales. Aunque las cifras precisas no son fáciles de establecer, incluso los negacionistas del genocidio admiten que entre 600,000 y 800,000 armenios perdieron la vida durante la guerra, pero los historiadores evalúan el número de víctimas entre uno y uno y medio millones de muertos.
Desde el momento de los hechos éstos fueron denunciados por muchos testigos. Sobre todo misioneros y diplomáticos estadounidenses, como el embajador Morgenthau que incluso se reunía frecuentemente con Talaat Pacha, Periódicos internacionales denunciaron las carnicerías y el 24 de mayo de 1915, las potencias aliadas advirtieron a los otomanos que tendrían que responder por sus crímenes de “lesa humanidad”. Hasta el momento.
En fin, como rescoldo de la II Guerra Mundial, Europa también está pendiente del juicio que acaba de iniciarse en contra del “contador” del campo de exterminio de Auschwitz, Oskar Groening, de 93 años de edad, acusado de ser cómplice en el asesinato de 300,000 personas. Quizás Groening –que contaba 21 años de edad cuando “trabajaba” en el campo que enorgullecía a los nazis en su eficiencia para matar judíos en 1942–, sea el último nazi en ser juzgado por estos crímenes porque el resto de los culpables ya murieron sin haber pagado sus culpas.
Así vive la Europa a principios del siglo XXI: rodeada de sus fantasmas de guerra que a cien años de distancia no quieren morir. VALE.
