EDITORIAL
El editorial de esta semana podría haber llevado un título más elaborado, menos directo, sobre todo para evitar que el INE lo interpretara como un llamado a la abstención. Pero la verdad es que la ciudadanía está decidida a cruzarse de brazos el 7 de junio.
Es cada vez más común escuchar en la calle, café, casa o mercado, la expresión: “No voy a votar”.
Y no es que el electorado haga caso a la propaganda de la CETEG para boicotear las elecciones. Se trata de algo más simple, pero también más profundo y delicado: la sociedad ya no cree en nada, ni en nadie.
Hay una apatía nacional. Una mezcla de enojo y decepción. Un “ya no me importa lo que digan o hagan”.
La ciudadanía mira, escucha, pero sobre todo aguarda el momento para castigar a candidatos, partidos, instituciones electorales y el sistema político.
Éstas han sido las peores campañas de la naciente democracia mexicana. Y lo son no porque antes las haya habido mejores, sino porque los tiempos han cambiado. Porque la sociedad cambió, porque el mundo ya es otro y los partidos y candidatos siguen tratando de reproducir y de representar un tipo de país que ya nadie quiere.
Especialistas y autoridades tratan de minimizar el abstencionismo que viene. Siempre, aseguran, sucede lo mismo en las intermedias.
Sí, siempre sucede, pero en un contexto político diferente a éste. El 2015 en nada se parece al 2003 y el 2003 nada tiene que ver con el 2009.
Hoy, en 2015, el gobierno federal, las instituciones, el Estado mexicano necesitan de la confianza y el respaldo de los mexicanos para impedir que el crimen organizado, con su violencia, resulte el gran ganador de la contienda.
Sí, el crimen organizado, porque si a alguien le conviene que el elector no vaya a las urnas, se multiplique el repudio y la desconfianza hacia la autoridad legítimamente instituida, es a la delincuencia. La abstención significa hoy ceder espacios al poder del crimen.
Así que éstas no son unas elecciones más. Más que unos comicios, está en juego la estabilidad del país, su viabilidad y destino.
Sin embargo, en las campañas mediocres, en los spots burdos y vulgares, no hay ideas que permitan suponer que en los municipios del país ya no habrá más “ayotzinapas” o “tlatlayas”.
Pero esto no lo ha entendido nadie. Menos los partidos, menos los candidatos.
Se equivocaron quienes palomearon las listas. Los que, de acuerdo con la tradición, promovieron al amigo, al pariente, al colaborador leal. Como alguien dijo: “la mediocridad empieza cuando se forma un equipo a partir de la confianza y no del talento”.
El país va a pagar el costo de la ceguera política. Los partidos no leyeron los indicadores. No eligieron a los candidatos y futuros legisladores y gobernadores que el país necesita en uno de sus momentos más infaustos.
El Índice Mundial del Estado de Derecho acaba de ubicar México en el lugar 79 de 99 naciones en materia de justicia, criminalidad y corrupción. Para el mundo y para nosotros mismos somos una de las naciones más violentas y corruptas.
Tal vez, los comicios intermedios no tengan a primera vista mayor trascendencia. Irá a parar a las urnas el voto duro. Pero en el abstencionismo que hoy se avizora está el germen de una rebelión silenciosa.