Calderón
Mireille Roccatti
El protagonismo del expresidente Felipe Calderón, quien parece ajonjolí de todos los moles electorales y que parece desatado en un activismo por todos los rumbos de la geografía, ha recordado a muchos, con nostalgia, las llamadas reglas no escritas del viejo sistema político mexicano. Una de ellas consistía en que al terminar su mandato, el presidente saliente guardaba silencio y se alejaba de la política activa, dejando el escenario al nuevo protagonista del presidencialismo y a sus sucesores.
Es cierto y hay que decirlo claro, no existe impedimento legal alguno para que el ciudadano Calderón haga política y proselitismo electoral por sus correligionarios y por su partido, y desde luego está en su derecho de hacerlo; sólo que se expone a descolones y golpeteos mediáticos como el que le propinó el Bronco en Nuevo León, quien recordó a tirios y troyanos la supuesta adicción alcohólica que se decía del exmandatario.
Quienes hacen política saben que en tiempos electorales acusaciones como ésa es lo de menos, pues luego de su intervención Calderón hubo de sufrir un chaparrón de críticas escritas, radiofónicas, televisivas, aunado al humor mordaz de nuestros cartonistas, recordando los miles de muertos durante su sexenio en la absurda guerra que declaró a la delincuencia organizada. Otro sector de la tribuna, se quejó porque su activismo se sustenta —según afirman— en los ingresos por la pensión vitalicia que recibe por haber sido titular del Ejecutivo, esto es, hace política con gastos pagados con dinero fiscal.
Otros más, buscan explicar que su activismo tiene como propósito principal hacer política en el interior de su partido para buscar para su esposa, primero, la presidencia del PAN y luego, en 2018, su candidatura como presidenta del país; cualquiera que sea el caso, el tema no es menor. En principio en casi todo el mundo, los expresidentes o exprimeros ministros siguen participando activamente en la política del día a día, pero en nuestro México, no tenemos esa cultura y menos estamos acostumbrados.
Esas viejas reglas no escritas, al final del ancien regime, tampoco se observaban fielmente, quizás se rompieron a partir del pleito entre Echeverría y Díaz Ordaz, que obligó a Lopez Portillo a sacar como embajadores, a ambos del país; luego Salinas contra Zedillo o el propio De Lamadrid, aunque de manera transexenal con acusaciones contra su sucesor que fue obligado a desmentir. Y del lenguaraz de Fox, ni qué decir, hasta hizo propaganda electoral por el candidato presidencial del PRI.
La conducta que deben o debieran observar los expresidentes es digna de análisis y ponderación, entre otras muchas razones para evitar que se les falte el respeto o que ellos con sus acciones agravien a sus correligionarios o al resto de la ciudadanía, por su intromisión en procesos que debido a su propio peso específico desbalancean y además, que por el calor y apasionamiento propio de los procesos electorales pierdan compostura, elegancia y estilo, y arrastren la misma investidura de expresidente, al entrar al toma y daca comicial.
En fin, no digo que Calderón se equivoca o que debiera reconsiderar, sólo recuerdo el dicho popular que dice que “El que ya bailó que se siente”, sentencia popular que mucho tiene de la sabiduría ancestral de nuestro pueblo. Por lo demás, es tiempo de romper paradigmas, de impulsar cambios culturales que modifiquen no sólo las formas de hacer política, también las percepciones de cómo debe hacerse la política y, desde luego, de que las mayorías descontentas hagan política, y una de ellas es votando. Recuerdo también para terminar otra frase popular: “La política es tan importante que no se la podemos dejar sólo a los políticos”.