Jaime Luis Albores Téllez

En México hay muy poca investigación sobre la música catedralicia de España y América, esto no ha permitido que se tenga una idea clara de la práctica musical en la época colonial. Pero gracias a esos pocos estudios sabemos que el término “música catedralicia” se refiere a todos los servicios religiosos de un año litúrgico, donde se incluían el officium divinum (música latina) y villancicos (canciones de alabanza en la lengua vernácula). El officium divinum estaba estructurado para santificar por medio del rezo algunas horas del día llamadas canónicas y cada tres horas se hacían estos rezos, llamándose: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, y por último completas. Y solamente en las horas menores: prima, tercia, sexta, nona, se permitía el canto gregoriano. Después desde Aragón, Cataluña y Andalucía y en las colonias en América empezaron a cantar villancicos para maitines —horas clasificadas como mayores (importantes), donde se daba lugar a la música polifónica— y estos villancicos se empezaron a cantar en las catedrales de todo México, que siempre contaban con una o más capillas musicales, donde había un maestro de capilla, un grupo pequeño de cantores, todos hombres, donde también había niños de coro, llamados seises, que hacían voces agudas para sustituir a las voces femeninas, acompañados de instrumentistas que doblaban las partes vocales de la polifonía. Y cuando Sor Juana Inés de la Cruz es llamada para escribir las letras de algunos villancicos, se ve involucrada en la historia de los capones en México, término español que hace referencia al cantante sometido desde niño a una castración para que siga teniendo la voz aguda. Y es una historia oscura, no develada, que empieza, según ciertos investigadores, en el momento que Sor Juana asiste a la catedral de México para los maitines de San Pedro Apóstol, el 29 de junio de 1694, diez meses antes de su muerte, 17 de abril de 1695, y que fueron cantados en el ciclo de villancicos de Sor Juana. Y esta historia inicia al terminar los maitines: la Décima Musa caminaba por la torre, por el campanil, y escuchó unos gritos de niño y eran tan desgarradores que quiso ir a ver lo qué pasaba, y sabía lo que pasaba, al abrir la puerta de la torre vio el piso manchado de sangre, acababan de castrar a un niño que ella había escogido, semanas antes, como un cantante excelso. Lentamente cerró la puerta, mientras veía al niño cubierto por una sábana gris. Supo que había muerto, como a muchos les sucedía después de la castración. Sor Juana siempre tuvo conocimiento de esto. A partir de esta fecha (29 de junio de 1694) dejó de escribir villancicos, poesía y se dedicó totalmente a las labores religiosas. Abandonó todo arte.

La historia de la música catedralicia y los vínculos de Sor Juana y los capones en México es muy poco conocida y aún más el del capón Thomás Pascual, cantante y compositor indígena de la misión de San Juan Ixcoi, Guatemala, que vivió en México entre 1599 y 1600. Pero esto es otra historia que después, en otra colaboración, abordaré.