EDITORIAL
Telegrama porque sin explicación, sin argumentos de peso, se anuncia una medida que —en contraste con lo escueto del mensaje— ya comenzó a tener el efecto de una bala expansiva en el corazón del Estado.
¿A quién se le habrá ocurrido hacer un anuncio de ese tipo y con qué objeto?
La noticia significa una sola cosa: la cancelación de la reforma constitucional más importante de este sexenio. En el extranjero debieron haberse quedado de una sola pieza. ¿Si hoy México suspende la reforma educativa —calificada por el mismo gobierno como “la madre de todas las reformas”—, cuándo dará marcha atrás a las otras? ¿Qué sucederá con la energética o la de telecomunicaciones?
El telegrama terminó debilitando, aún más, la ya de por sí mermada credibilidad en el país. Como bien lo señaló el presidente de Mexicanos Primero, Claudio X. González: el terreno se vuelve “pantanoso” para la inversión.
Pero también se vuelve pantanoso para la gobernabilidad porque la lectura interna es, inevitablemente, sólo una: el gobierno se dejó doblegar por un grupo de delincuentes.
Delincuentes que parecen haber puesto una pistola en la sien del gobierno para obligarlo a suicidarse. Lograron que violara la Constitución, que diera un golpe de facto al Congreso y pusiera el futuro del país, de los mexicanos, en manos de quienes han convertido la anarquía en una lucrativa industria.
La CNTE busca el suicidio del gobierno.
Para algunos especialistas no hay razón para hacer tanto escándalo por una “reforma que ni es reforma ni es educativa”; puede ser. Sin embargo, esa ley con todas sus ineficiencias y debilidades, con todas sus omisiones, había logrado que el Estado mexicano comenzara a tratar de rescatar la educación del secuestro sindical.
En realidad, para eso fue pensada en una primera instancia: para liberar la educación de la corrupción y el cacicazgo de los líderes magisteriales. Al menos ésa fue la señal que se dio al encarcelar a Elba Esther Gordillo, ¿o no?
Pero, a ver: lo único que no puede hacer la autoridad, en medio de la crisis política y de Estado por la que hoy atraviesa el país, es caer en ingenuidades.
En alguna ocasión publicamos en este mismo espacio un editorial titulado “La trampa”. Los mismos que hoy chantajean al gobierno para que cancele la reforma educativa son los que participan, desde hace meses, para tirar el gobierno de Enrique Peña Nieto.
La CNTE, la CETEG, el crimen organizado y todas las agrupaciones anarquistas que participan en una serie de actos violentos no buscan la reaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, ni tienen objetivos de carácter pedagógico; su única tirada es abortar el sexenio. Su principal propósito es arrebatar, por la fuerza, el poder.
Esto es una guerra y así hay que entenderlo para aclarar posiciones. Una guerra entre el Estado mexicano, las instituciones y la ilegalidad; entre los principios democráticos y la violencia, generada ésta con recursos oscuros y en cantidades impresionantes.
En las actuales condiciones, rendir la plaza… el suicidio… es inaceptable.