Aunque el Papa Francisco –el pontífice número 266, de origen argentino descendiente de italianos piamonteses–, Jorge Mario Bergoglio Sívori (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936), que llegó del fin del mundo para ocupar la silla de Pedro desde el 13 de marzo de 2013,  y encabezar la grey católica (según el Anuario Pontificio de 2015, actualmente hay 1,254 millones de católicos en la Tierra, lo que significa el 17.9%  de la población global), no cuenta ni con una sola división de “guardias suizos” con armas modernas –lo que recuerda la preocupación del autócrata ruso José Stalin, que preguntó con cuántas divisiones contaba el pontífice romano–, en poco más de dos años se ha convertido, aunque a muchos no creyentes (y creyentes) les ha disgustado, en quizás el principal personaje internacional de referencia, sobre muchos temas. Desde el escandaloso la homosexualidad (“¿quién soy yo para juzgarlos?”); los divorciados; el recordatorio de la masacre de armenios a manos de soldados turcos a principios del sigo XX, hasta su sutil intervención en las secretas negociaciones entre Washington y La Habana para que reanuden sus rotas relaciones diplomáticas desde 1961, hace 54 años; amén de otros asuntos internos de la jerarquía católica como la antigua discusión sobre el celibato de los sacerdotes, la imposibilidad de que las mujeres sean sacerdotisas (“debiera haber obispas”), la reforma del llamado popularmente Banco Vaticano, que tantos escándalos ha provocado, y otros más que difícilmente se harán realidad.

Aunque Francisco –como ahora le llama todo mundo sin que nadie se escandalice–, no ha logrado muchos de sus empeños, tampoco soslaya ningún tema cuando la prensa lo interroga sobre los mismos. Prácticamente contesta todo, lo que le confiere una autoridad moral que no contaban pontífices anteriores. Por ello, con toda libertad puede opinar sobre muy diversos conflictos internacionales. Como de Sarajevo y de Caracas. Que es el caso.

El viernes 5, ante las principales autoridades de Bosnia Herzegovina, en Sarajevo, el sonriente argentino subrayó la necesidad de “hacer frente con éxito a la barbarie de quienes quieren utilizar cualquier diferencia como pretexto para la violencia cada vez más despiadada”. Al decir esto en aquella ciudad martirizada durante cuatro años de guerra –de 1992 a 1995–, las palabras del “che” papa son una advertencia para los Balcanes, el Oriente Medio e incluso Europa, Ucrania es el extremo oriental del Viejo Continente.

El presidente en turno de la complicada presidencia tripartita del país (por un musulmán, un serbio y un católico croata), el serbio Mladen Ivanic, aseguró al sucesor de Pedro que “estamos a dispuestos a trabajar para reducir los nacionalismos”, el cáncer que desató la guerra de 1992 a 1995 entre la coalición de musulmanes y croatas católicos por una parte, y por serbios ortodoxos por la otra, con una terrible balance de más de 250,000 muertos. Al mediodía del mismo viernes, durante la misa a la que asistieron 60,000 fieles en el estadio olímpico de Sarajevo, el pontífice denunció que la multiplicación de conflictos internos en tantos países significa que “estamos viviendo una especie de Tercera Guerra Mundial ‘a pedazos’, y en la comunicación global se percibe un clima de guerra”. Asimismo, el obispo de Roma acusó a quienes “crean deliberadamente este ambiente bélico, en particular los que promueven el choque entre culturas y civilizaciones, y los que especulan con la guerra para vender armas”. Descobijados dejó el antiguo arzobispo bonaerense a los “barones de la guerra”.

En el encuentro con las autoridades, Francisco afirmó que había venido a Sarajevo “como peregrino de paz y de diálogo” hasta esta ciudad en que “cercanía de sinagogas, iglesias y mezquitas le valió el título de la ‘Jerusalén de Europa’ como encrucijada de culturas, naciones y religiones”. Al mismo tiempo, nadie olvida que precisamente en esta capital en el mes de junio de 1914, se cometió el atentado contra el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, que desencadenó una diabólica fiebre bélica imparable que dio pie a la Primera Guerra Mundial, el conflicto que cambió radicalmente la historia del Viejo Continente y del mundo. Así, en su homilía en el estadio, el Papa citó las palabras de Jesús en el Evangelio: “Bienaventurados los que hacen la paz…pero no de manera hipócrita, sino quienes crean la paz, hacen la paz”.

En su rápido viaje a Sarajevo, de un día, Francisco continuó el periplo de paz que inició en su primer viaje de pontificado a Albania por ser este país un ejemplo de buena convivencia entre cristianos,musulmanes y judíos. Posteriormente visitó otros países con problemas bélicos o división como Palestina, Israel, Corea, Sri Lanka y Filipinas, donde el pueblo sufre heridas profundas que no terminan de curar.

La historia reciente en los Balcanes apenas se empieza a escribir. El próximo domingo 11 de julio se cumple el vigésimo aniversario de la matanza de Srebrenica, casi al finalizar la guerra, en la que se asesinó a 8,000 personas a manos de las tropas serbias del general Ratko Madlic y el líder político de la República Serbia, Radovan Karadzic, ambos entregados, años más tarde, al Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia en La Haya. Con los acuerdos de Dayton, Ohio, EUA, el 21 de noviembre de 1995, Occidente puso fin a cuatro años de guerra que incluyeron más de tres años de asedio a Sarajevo, donde los francotiradores serbios se cebaron con la población civil causando 11,500 muertos, incluidos 1,600 infantes y 50,000 heridos, muchos de ellos son inválidos permanentes. En diciembre de ese mismo año, en París, las partes interesadas suscribieron la paz, que se mantiene hasta hoy. Las secuelas de esta guerra, con un cuarto de millón de muertos, en un país tan  pequeño siguen vivas: sobreviven miles de huérfanas y musulmanas víctimas de violaciones sistemáticas por parte de los serbios. La Bosnia Herzegovina que recibió al pontífice se divide en un 40% de musulmanes bosnios, un 30% de ortodoxos serbios y un 10% de católicos croatas, a los que se suman minorías como los 100,000 gitanos sin representación política. No obstante el mantenimiento de la paz, este es un país dividido pero que aspira formar parte de la Unión Europea (EU): por una parte, la República Serbia, que ocupa el 49% del territorio y es unitaria, y la Federación de Croatas y Musulmanes que ocupa el resto pero está dividida en diez cantones. La presidencia de ambos es tripartita y se rota cada ocho meses por uno de ellos. Y en las escuelas priva el “apartheid”, los niños croatas y los musulmanes utilizan aulas separadas; a veces, hasta patios separados. Historia que parece no tener fin.

No todas las “intervenciones” del Papa aterrizan felizmente. El último caso se debió a la inopinada suspensión de su visita al Vaticano –el domingo 7 de junio–, del presidente de Venezuela Nicolás Maduro Guerra, el sucesor del fallecido Hugo Chávez Frías, pretextando “un gripón (gripe) y una otitis fuerte”…”los médicos me prohibieron montarme en el avión y emprender un viaje de estas características”, aunque, la verdad, según propios y extraños, es que la visita de Maduro al Vaticano había suscitado muchas expectativas en la oposición venezolana y en los medios democráticos internacionales, que confiaban en la mediación del Papa para la liberación de los presos políticos encarcelados, la convocatoria de elecciones y el fin del hostigamiento a los medios de comunicación. La opinión en las redes sociales coincide en señalar que el mandatario no quiso correr el riesgo de que el Pontífice le pidiera la libertad de los presos políticos –especialmente Leopoldo López y Antonio Ledezma– y cesaran las violaciones de los derechos humanos en la República Bolivariana de Venezuela. Oswaldo Alvarez Paz,  exgobernador del estado Zulia, escribió en su blog: “sinceramente creo que Maduro le sacó el cuerpo al Papa por temor a la clara posición pontificia sobre la libertad, la democracia y, en especial, sobre los derechos humanos. A lo segundo creo que lo hizo por miedo a un nuevo ridículo que en segundos le daría la vuelta al mundo”.

De hecho, otros personajes internacionales ya habían pedido al Papa su intervención para lograr la libertad de los políticos venezolanos encarcelados, como los expresidentes, José María Aznar, Andrés Pastrana y Jorge Quiroga. Petición que fue secundada por el Club de Madrid –formado por más de un centenar de antiguos jefes de Estado y de Gobierno–, en la que solicitan a Francisco que “pida al presidente Nicolás Maduro la liberación de los presos políticos, el respeto a los derechos de participación social y de libertad de expresión y la celebración de elecciones justas y transparentes”. Algún día lo hará. Al parecer, el pontífice no descansa. VALE.