EDITORIAL

Beatriz PagesLos resultados electorales de 2015 han comenzado a tener el efecto de una fuerte sacudida que a futuro puede convertirse en terremoto político.

El castigo ciudadano a los partidos, reflejado en el desplome de la votación y en el triunfo de varias candidaturas independientes, ha provocado un cisma en el sistema.

Una de las primeras y más evidentes consecuencias de la derrota ha sido la “fiebre de destapes”. Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Madero, también en la recta, han alterado el reloj y el calendario de la sucesión.

Sorprende la facilidad con la que cualquiera —cualquiera— expresa sin rubor ni vergüenza, sin ambigüedad o muestra de humildad, el deseo de ser candidato o candidata a la Presidencia de México.

¿Es suficiente haber sido “primera dama” para aspirar al más alto cargo de representación popular? ¿Por qué un mesías autócrata, con vocación rupturista, repelente a la pluralidad democrática, cree ser el hombre que la nación necesita? ¿Y por qué gobernadores, secretarios de Estado o simples burócratas sienten ser merecedores de sentarse en la silla presidencial?

De cualquier forma, se trata de una ola imparable. Ni el INE o el Congreso podrán impedir que los dos partidos inmersos en la mayor crisis de su historia, PRD y PAN, sigan adelantando los tiempos para tratar de ganar o enfrentar sus respectivas guerras internas.

La pregunta obvia y consecuente es: ¿qué va a hacer el PRI?

El sismo también impacta, inevitablemente, a Insurgentes Norte. ¿Cómo resolver la encrucijada? Dar a conocer el candidato de ese partido hasta 2017 puede ser, en las actuales condiciones, demasiado tarde. Darlo a conocer desde hoy, implicaría no sólo un inevitable desgaste sino restar espacios de poder al presidente de la república.

Un escenario inédito va a exigir que el PRI construya fórmulas inéditas para elegir y presentar a su próximo candidato a la Presidencia de la República.

Más allá de la “fiebre de destapes”, los resultados electorales han colocado a México en la antesala de los gobiernos de coalición. La alianza PRI-Partido Verde es un ejemplo.

El pasado proceso electoral puso el país en condiciones similares a la mayor parte de los países europeos donde los partidos tradicionales dejaron de tener votaciones suficientes para alcanzar mayorías absolutas en el Congreso. Un hecho que los llevó a construir gobiernos de coalición.

Las causas u origen de esa resta es lo que se sabe: el descrédito, la animadversión del electorado hacia los partidos de siempre. Hacia los que han convertido la democracia en un politburó de autócratas.

En 2016 se renuevan 12 gubernaturas. Se trata de la elección más próxima a la presidencial que será en 2018. Si la tendencia va a seguir favoreciendo las candidaturas independientes y castigando a las fuerzas políticas tradicionales, México entrará de lleno a un escenario para el que, hoy, ningún partido está preparado.