Günther Maihold
El acuerdo de Bruselas, logrado en el largo fin de semana pasado por parte del grupo de países de la zona euro, sigue presente en los debates públicos no solamente en Europa. El rescate, comprendido en el paquete de reformas que deben ser aprobadas en Grecia para poder iniciar negociaciones para un nuevo plan de asistencia de emergencia, es objeto de muchos comentarios: Para algunos representan la última salida ante el temido GREXIT, para otros un acto de humillación de un país que defendió – hasta en un referéndum celebrado una semana antes – su dignidad como país. En esencia, es una derrota para el primer ministro griego Alexis Tsipras, que entró a la arena política nacional y europea con un discurso populista, y terminó aceptando las amargas realidades de la situación política, económica y social devastada de su país, devastación a la cual él mismo contribuyó sustancialmente en los pasados seis meses.
En este sentido el acuerdo de Bruselas es un acto de “domesticación” de un populista europeo, pero esta experiencia no va hacer desaparecer los móviles políticos del mismo Alexis Tsipras, que solamente en lo formal se está “casando” con los resultados de la negociación. Más bien habrá que esperar el clásico “obedezco, pero no cumplo” griego: se aprobarán con los votos de la oposición todas las leyes solicitadas por los ministros de finanzas de la zona euro; pero no se podrá esperar un interés real de implementación ni del partido Syriza, la coalición de izquierdas que llevó a Tsipras al gobierno, ni de los partidos tradicionales, las cuales tampoco desean cargar con los costos electorales de un nuevo proceso de ajuste económico. Se presenta de nuevo el panorama desolador de unos actores políticos que no desean asumir su responsabilidad de ejercer el liderazgo político en temas que no generan apoyo ciudadano, prefiriendo una actitud cómoda de promover posiciones que sean más cercanas a los juicios ciudadanos de las encuestas de opinión. No hay nadie visible en el panorama político de Grecia que asuma la tarea de convencer a la propia población de la necesidad de cambios – no solamente institucionales, sino también en las condiciones de vida y de la convivencia. Parece ser que este deber quede reservado a las “demonios externos”, llámense Angela Merkel, Wolfgang Schäuble, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, etc.
Lo que es de esperar es que pronto se volverán a ver los contrincantes del fin de semana pasado en una nueva vuelta de esta larga historia, sea por los problemas en la implementación de los acuerdos, las resistencias sociales en la población de Grecia, la falta de fondos para un sistema bancario acabado, la carga de deuda para el erario público griego. Pero esto no dañará a la integración europea como proceso institucional – la Unión Europea siempre ha vivido con esta lógico de acuerdos de último momento. Mucho más preocupante es el deterioro de la confianza en un proceso de integración europea que parece haberse convertido en una pelea de mercado, en un pleito en el vecindario donde unos imponen y otros tienen que agacharse ante el peso de los grandes y económicamente potentes. Pero Europa fue más que esto; fue un proyecto de paz, una promesa de bienestar y convivencia ciudadana – dimensiones que se han perdido en el camino y que costará mucho tiempo y esfuerzo en recuperar, más allá de la coyuntura actual del caso de Grecia.