Polvo de aquellos lodos

Mireille Roccatti

El desenlace de la negociación de la crisis de Grecia nos recordó la situación similar que tuvo que sortear nuestro país para superar la crisis económico social y de pago de deuda que de manera recurrente afrontamos el último tercio del siglo XX.

Al agotarse los modelos de desarrollo estabilizador y el que le siguió de desarrollo compartido, México hubo de aceptar y sujetarse a las duras condiciones impuestas por los organismos internaciones, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional o con el gobierno de Estados Unidos y, desde luego. las provenientes de los bancos extranjeros con los cuales teníamos deudas individuales o sindicadas. Las cartas de intención del FMI, impuestas en esas condiciones, fueron durísimas y tuvieron un alto costo político y social.

Los viejos de la comarca y algunos no tanto recordamos el “plan de choque” con que se impuso el modelo neoliberal en 1982, cuando prácticamente nos encontrábamos, como país, en una quiebra técnica. Los términos y condiciones fueron de tal magnitud que se elevó el índice de suicidios por la desesperación de quienes de un día para otro vieron esfumarse el patrimonio que habían construido a lo largo de su vida. Las escenas de los jubilados griegos nos arrojaron a la retina esos recuerdos extraviados en la memoria.

El congelamiento de los salarios, la liberación de precios, los despidos del empleo, la venta de los activos públicos, la liberación comercial, el alza de los intereses al crédito de consumo, bancarios e hipotecarios, el alza de los impuestos, la venta de las empresas públicas, et al.; uno tras otro se arrojaban como cubetadas de agua fría sobre la clase media emergente y, sobre todo, en los estratos sociales de menores ingresos.

Cual mendigo implorante de un mendrugo, nuestro entonces secretario de Hacienda recorrió todo Washington para negociar un acuerdo de renegociación y reestructuración de la deuda a mayores plazos, pero con mayores tasas y aceptando un crédito puente para afrontar las de vencimiento inminente. Y ese calvario se repitió varias veces para sortear las crisis recurrentes. Ocasión hubo que tuvimos que “empeñar” la renta petrolera para obtener un crédito de salvamento como en la crisis de 1994.

Hoy que testimoniamos la crisis griega, otra vez actúan los organismos internacionales conocidos en Europa como “la troika” que deciden el destino de Grecia y de su pueblo y, como en el pasado, parece no importarles más que el dinero que con créditos usureros le han prestado a Grecia. Es cierto que ahora, y en Europa, no existe una posibilidad remota, pero posibilidad, de una moratoria de pagos, como en su momento se planteó en Latinoamérica, porque no se crea que sólo era México, en esa condición, era casi todo el subcontinente, donde el modelo de desarrollo capitalista tardío hacía agua y afectaba todos los circuitos financieros globales.

La amarga medicina para sortear la crisis es casi cicuta para Grecia. La deuda —no hay que olvidarlo— se contrajo y amplió bajo un gobierno socialista. Los excesos en los gastos de las Olimpiadas del 94 agravaron el manejo racional de la economía y de las finanzas públicas, se vivió por encima de las posibilidades. La consulta popular al pueblo griego sólo fue un ejercicio populista, para terminar aceptando las durísimas condiciones impuestas para salvar financieramente a Grecia.

La receta prácticamente es la misma, echar a la calle a los obreros, disminuir los salarios, ajustar las prestaciones de seguridad social, comprometer los activos nacionales, una austeridad espartana en el gasto público y sobre todo seguir pagando las deudas al BM, FMI y a los bancos. El ajuste habrán de pagarlo la clase media y los pobres. En ese espejo nos vimos, ojalá los griegos no cometan los mismos errores.

A nosotros nos ayudó el petróleo, ellos no lo tienen, pero tienen el turismo. Hoy la mitad de los mexicanos son pobres y como nunca se concentró la riqueza en unos pocos.