Humberto Musacchio

La fuga de Joaquín el Chapo Guzmán pone en evidencia la fragilidad del sistema carcelario, las posibilidades siempre presentes de evasión y los ineficientes métodos de control y vigilancia de los reclusos, lo mismo que la inadecuada selección del personal a cargo de los centros penitenciarios.

Resulta inverosímil que nadie se hubiera enterado de que durante meses se cavó un túnel desde la celda de un preso hasta una casa en obra negra situada a kilómetro y medio, casa que por cierto se halla a setecientos y tantos metros de un cuartel militar desde el cual podía verse el movimiento diario de camiones que sacaban la tierra que se extraía del túnel.

Es inaceptable que las autoridades municipales no se enteraran sino hasta después de la de que había una obra en construcción que no contaba con los permisos respectivos. En fin, todo lo que se dice y se hace parece fuera de lugar, incluso la recompensa de 60 millones de pesos de nuestros impuestos para recapturar al reo.

Joaquín Guzmán, uno de los millonarios de Forbes, puede comprar voluntades a todo nivel, pero una nación no puede decidir su presente y su futuro en función de lo que un delincuente haga o deja de hacer. Ahí está la raíz del asunto. Ante la fuga de un capo, lo que se observa por parte del “gobierno” es la mera reacción ante lo ocurrido, un afán desmesurado por tapar el hoyo que abrió el delincuente en la muy escasa credibilidad en las instituciones.

Por supuesto, se requiere reformar el sistema carcelario, pero de poco sirve cambiar un aparato si los conductores van a ser los mismos que nos han llevado al fracaso. Cuando un Estado, para funcionar, tiene como combustible la corrupción y ésta se genera desde arriba, nadie debe extrañarse por que los de en medio y los de abajo quieran imitar a quienes están en las alturas del poder.

En México no hay un miembro del gabinete que sea pobre, que viva al día. Presidentes y expresidentes, gobernadores y exgobernadores, muchos alcaldes, senadores, diputados, directores y exdirectores de paraestatales son ricos, multimillonarios en dólares la mayoría. No hay razón para que los funcionarios menores, desde el más humilde policía o barrendero, obren patrióticamente, guiados por la idea de que tomar un centavo ajeno es traicionar a la nación.

Si recapturan o no al Chapo es lo de menos. Lo importante, lo grave, es que en el panorama político no se observa el mínimo interés por ir al fondo de esta crisis de Estado, reformular lo necesario y reformar todo lo que funciona mal o de plano no funciona. Los paliativos no sirven para maldita la cosa. Se requiere un cambio total, pero será difícil que lo dirijan los mismos que se benefician del desorden y la corrupción.