José Luis Camacho Acevedo
La decisión del presidente Enrique Peña Nieto de no suspender su histórica visita de Estado en Francia, sin duda fue complicadísima pero totalmente acertada. Era suficiente, tal como inmediatamente ordenó, enviar de regreso a su secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
¿Por qué?, imagínense a un Barack Obama o a un François Hollande cancelando una visita en nuestro país o cualquier otro, porque uno de sus criminales, uno muy poderoso, se fugara de una de sus prisiones. ¿Cuál sería el mensaje que estaría enviando ante la opinión internacional?, ¿qué señal estaría enviando al crimen organizado de su país? ¿Es el presidente un superhéroe capaz de solucionar todo con su sola presencia?
Pedir que se regrese de una visita oficial por una contingencia como la fuga del Chapo equivale a pensar que la gente cree que el presidente debe actuar como si fuera el Santo en su lucha contra los malos y no como un jefe de Estado en cumplimiento de sus funciones.
Es verdad que la fuga de el Chapo Guzmán Loera representa una gran crisis para el gobierno federal, pero pretender que por ello el presidente renuncie a todo el gabinete de seguridad es realmente inconcebible.
De acuerdo con cómo ha conducido el presidente Peña Nieto la primera mitad de su mandato, resulta complicado esperar que la presión por sí misma le provocaría u obligaría realizar cambios en su equipo de trabajo, pues ha demostrado que es un político que oficia solo.
Mi opinión es que el estilo Peña de conducir al gabinete hace predecir que, tal vez en este mes cuando menos, no habrá cambios ni en Gobernación ni en ninguna de las áreas del equipo encargado de la seguridad nacional.
Y es que algunas especulaciones mediáticas han asegurado que el Chapo no solo exhibió la corrupción del gobierno, sino que además el barón de la droga de origen sinaloense también está acelerando los esperados cambios en el gabinete peñista.
Por otro lado, después de conocer mayores detalles sobre la fuga de Guzmán Loera surgen cuestionamientos aún más persistentes que aseguran que la corrupción fue el principal factor que hizo posible este hecho.
Pues al parecer el dinero que tiene el cártel que comanda el Chapo permitió comprar vigilias de custodios y presumiblemente conciencias de mandos superiores, su logística de protección tiene que considerar todas las rutas de escape posibles para mantener en el clandestinaje al evadido, debe estar todavía mejor financiada.
Es cierto que, como en muchos países, el nuestro enfrenta un gran reto con respecto a lo que se refiere en materia de corrupción, ya que es existente en muchos reductos de la administración, es para resumir un fenómeno que debe combatirse, sin duda, con el mismo vigor con que se ha anunciado que se perseguirá al Chapo Guzmán.
Pero erradicar ese mal sistémico y en cierta medida endémico, es una tarea que no necesita de la fuga de un narcotraficante para otorgarle prioridad en la agenda presidencial. Porque estas conductas reprobables en los políticos y funcionarios que aprovechan el poder para medrar, existen desde mucho antes de la primera fuga del capo a principios del milenio.
Aunque quedó evidenciado que la corrupción existe en una parte fundamental del sistema de seguridad nacional, es decir, el sistema penitenciario y más aún si en éste se resguardaran prisioneros como Guzmán Loera.
Pero algo muy diferente tendrá que operar el gobierno para que no se confundan los esfuerzos —a los que está ahora más obligado en materia de seguridad— con promociones futuristas, que al paso de los días pueden forjarse teniendo encima los reflectores de una lucha contra el criminal más señalado, nacional e internacionalmente, como uno de los factores clave en el desarrollo y consolidación del narcotráfico en México.
Y es que ante el actual panorama, en los próximos días el gobierno de Peña Nieto se enfrentará a un clima de desconfianza e incredulidad, el cual se alimenta de algunas columnas políticas que exigen la renuncia de algunos miembros del gabinete como Osorio Chong.
A siete días de su segunda fuga de un penal de máxima seguridad, un hecho inédito, el Chapo, además de poderoso, es un ícono que está ya instalado en la mitología nacional que incluso ya es comparado en la prensa mundial con el mítico colombiano Pablo Escobar.
JGL volvió a demostrar que el poder corruptor de los barones de la droga es infinitamente superior a cualquier esfuerzo institucional por mantener cualquier forma de control sobre ese demonio de la nueva era.