Cuba-Estados Unidos
Mireille Roccatti
Esta semana que concluye, el proceso de normalización de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba avanzó sustancialmente con la apertura, después de medio siglo, de las respectivas embajadas en Washington y La Habana. Las correspondientes ceremonias, aunque simbólicas —puesto que seguían funcionando ambas sedes como oficinas encargadas de negocios y consulados—, tienen y tendrán una carga histórica importante.
Habrá que recordar que el presidente republicano Dwight Eisenhower en el lejano y frío enero del año 61 del siglo pasado —a unos cuantos días de entregar al joven, demócrata y católico Kennedy la presidencia de Estados Unidos, tras haber vencido al “costal de mañas” que era el vicepresidente Nixon—, anunció la ruptura de relaciones con el gobierno de Cuba emergido de la Revolución, invocando como causa la expropiación de bienes de estadounidenses por el gobierno de la isla.
Esa sinrazón histórica se explica en el marco de la guerra fría que libraban entonces la URSS y Estados Unidos, porque, si bien es cierto, en un principio los “barbados” que habían ganado la guerra al dictador Batista parecían encaminarse a un régimen nacionalista revolucionario, pronto rebasaron los parámetros clásicos de esos regímenes de reparto de la tierra y reordenación de la producción de bienes estratégicos, y comenzó a permear la ideología y militancia comunista de algunos de sus líderes.
Es también cierto que el régimen revolucionario castrista se apartó de los parámetros de los gobiernos nacionalistas revolucionarios latinoamericanos, fusilando a algunos batistianos y a los para ellos enemigos de la Revolución y esbirros del viejo régimen, así como al instrumentar el reparto agrario, afectar propiedades, entre ellos, ingenios azucareros de algunos estadounidenses, por no hablar del desmantelamiento de los casinos y hoteles de los mafiosos norteamericanos con influencias en el Departamento de Estado.
La ruptura de relaciones en ese contexto mundial llevó al régimen castrista a extremar sus posiciones y declararse abiertamente marxista y buscar construir una alianza estratégica política y económica con el gobierno de la URSS.
El joven presidente Kennedy heredó también la conspiración de la CIA para invadir y derrocar el gobierno de la isla, que fue enterrada en Bahía de Cochinos, con la estrepitosa derrota de la expedición contrarrevolucionaria, entrenada en la Florida y Centro America. Luego vino la expulsión de la OEA y el bloqueo económico que estranguló a Cuba.
La larga historia del enfrentamiento entre el mundo socialista y el capitalismo, en la cual la Revolución Cubana jugó un papel importante durante el periodo insurreccional y la vía guerrillera en America Latina, se zanjó como todos saben con el derrumbe de la “cortina de hierro” y la caída del socialismo, lo que agravó la débil y precaria economía de Cuba.
En la actual situación en que por la vía diplomática ambas naciones han decidido procesar sus diferencias, debe aplaudirse por igual la entereza y dignidad del gobierno y el pueblo cubano, que supieron aguantar el bloqueo que los asfixiaba y los llevó a una depauperación de sus condiciones de vida; como al gobierno estadounidense del presidente Barack Obama, que entendió que después de cincuenta años, el bloqueo no había servido de nada; que el mundo había cambiado y que geopolíticamente la apertura de relaciones más los beneficiaba que los perjudicaba. Adicionalmente, que —como algunos han señalado— se les abría un mercado con potenciales compradores y un paraíso para la inversión.
Finalmente, hay que entender que entre Estados Unidos y Cuba, con todos sus asegunes siempre ha existido una relación y ésta sólo se ha normalizado. Entender que este proceso está por encima de las diferencias ideológicas, privilegiando ambos gobiernos la inteligencia y la racionalidad.