Autor lejos de las definiciones

 

 

Roberto García Bonilla

La idea que de la literatura mexicana puede tener ahora un lector no especializado, asiduo o —incluso— mínimamente enterado, es muy ambigua cuando no rarificada: un gran acervo inmanejable no sólo por su volumen sino por la imposibilidad de situar a sus autores, los géneros y los títulos en el tiempo y el contexto en que se leen, se comparan se interrelacionan y se comparan dentro de las distintas genealogías que se han configurado de las nuestras letras.

Sinuoso es hablar de tradición como referencia para situarnos en la compleja geografía, cada vez con más territorios, algunos integrados, otros sobre puesto y no pocos más asumidos en la diferencia —entre la experimentación, los nuevos soportes de lectura y la autocomplacencia de los autores y cada vez más autoras— cuyas obras se explican como productos de la posmodernidad (que abarca, naturalmente, diversos disciplinas y corrientes de la cultura), la cual rechaza las estructuras preestablecidas; en medio de oleajes —algunas veces efímeros, o de plano evanescentes—; y uno de los rasgos que definen a la posmodernidad es la su definición precisa.

Entrañas de la vida

Hay pocos autores mexicanos vivos cuya obra está lejos de la especulación conceptual de las definiciones, y la glosa interpretativa —académica, periodística o impresionista, no siempre analítica—. Hugo Hiriart (1942) es un escritor total, desde cualquier enfoque; su trayectoria habla de sus ambiciones y posesiones estéticas y genéricas; además de ser alumno de filosofía en la UNAM, estudió en La Esmeralda grabado, escultura y pintura (es un miniaturista sorprendente).

Conoce como a sí mismo las entrañas de la vida, los ambientes y rituales de la política mexicana y las burocracias institucionales; esa familiaridad, entre otros factores, se debe la práctica del periodismo.

Además de narrador, es autor de alrededor de veinte obras de teatro (algunas memorables como La ginecomaquia, Minóstatas y su familia o La repugnante historia de Clotorio Demoniax) en las que sobresale un sentido del humor caústico —aquí sinónimo de crítica a los lastres, los dramas y las tragedias de la condición humana y de las instituciones y del Estado y sus sociedades.

Su pasión por la filosofía le llevó a decantar un sentido excepcional por la especulación, por la digresión; la reflexión que permite jalar los hilos de la racionalidad y abstraer lo inimaginable, en apariencia, para dar cuenta de cómo pasa el tiempo y la vida y de cuan vulnerable es la existencia frente ante todos sus imponderables.

Recordemos, por ejemplo, en La disertación de las telarañas donde la especulación del pensamiento se adopta como un ejercicio juguetón de erudición; las nimiedades adquieren trascendencia y las cosas un peso que su apariencia no muestra (“El alfiler…, cuerpo ascético y espíritu indagador; poblada teológicamente de ángeles la testa y mortificada la metálica carne erguida y solemne”).

Y en la novela La destrucción de las cosas (Era, 1993), Hiriart conduce —intencionadamente— con una prosa desencajada a personajes arribistas, inmorales, de una fragilidad grotesca que se sitúan en Puza en el año de 2010 con ropajes costumbristas de la “alta” política.

La ridiculización sólo queda encubierta por densas imágenes donde el habla coloquial se reitera —sin imitarse— y adquiere un sentido propio.

Y Descripción de un animal dormido es una meditación desde el insomnio, entre la desarticulación dialogal versificada. Uno de los rasgos de Hiriart en el teatro es la economía de medio; la contención, lo cual significa un hondo autoconocimiento de los límites que se plantea un autor.

Uno de los libros más aleccionadores racionales y emotivos sobre la memoria es de su autoría Sobre la naturaleza de los sueños (1995), cuya premisa fundamental es: todo sueño al verbalizarse, se construye y en esa construcción forma parte la invención. Nos entregó experiencia en ese viaje turbulento y fangoso con destellos fantasiosos de luz llamado alcoholismo en Vivir y beber (1987). Y nos entusiasmó, aun pedagógicamente, con Cómo leer y escribir poesía. Primeros pasos (2003).

 

Doña Uva y el Mosco

En Capitán Nemo. Una introducción a la política, la séptima novela de Hiriart —profesor universitario y académico de la lengua— se concentran sus virtudes narrativas. Con llaneza impecable —en su descripción narrativa y precisión al nombrar— la realidad reconocible de los bajos fondos atmosféricos de los ambientes en la alta política mexicana se mezcla con esa novela —proveniente de ese animal de polifórmica, representación que va de su monstruosidad temible a víctima de la depredación humana—: Moby Dick, o la ballena de Melville. Y con homónimo capitán de Veinte mil leguas de viaje submarino.

El subtítulo parece enfatizar la intención de su autor para que el lector advierta como entre, anunciaciones, sugerencias y narraciones aledañas, la simulación impera se proyecta y retrotrae. Hay que decidir entre el engaño o la perdición; la traición o el confinamiento; la bellaquería o el desprecio. Y no olvidar la obediencia para “estar en la foto”, si recordamos al líder del sindicalismo en México que vivió casi un siglo.

Los personajes parodian a sus cercanos y a sí mismos y nos llevan al regocijo incómodo; por ejemplo el matrimonio Doña Uva y el Mosco (los nombres mismos ya son significativos): él comenta a ella la envidia “incontrolable” que le tiene; ella le pregunta por qué: “Porque tú estás casada conmigo… Y me imagino lo que debe ser para una mujer gruesa y banal como tú estar casada con un hombre refinado, generoso, cálido, exquisito como yo…”

Ella responde: “…quiero que sepas que esta mujer a la que tanto envidias tiene lástima de sí misma […] por haberme casado contigo… Yo, una perla, una mujerona como yo, llena de vida, de candor y hermosura, con un hombre como tú […] fue como darle margaritas a los cerdos”.

El conflicto pervive aun entre los lazos más entrañables: “…Mosco tiene un corazón de oro, nos peleamos y todo, pero es puro corazón, y de oro”.

Capitán Nemo es una historia —en parte de equívocos, ambiciones e ideales encubierto o abandonados—, cuya lectura es un goce se escucha la sonoridad al interior mientras se lee en silencio. Los diálogos abarcan más ámbitos que la línea conversacional y fática (la función de la comunicación que permite mantener, reavivar o extender la comunicación).

Hugo Hiriart en un inventor, un creador, un esteta, un artesano de la palabra. Es el caso de un literato que respira la vida a través del arte y representa la vida por medio del arte.

               robertogarciabonilla@gmail.com

 

Hugo Hiriart, Capitán Nemo. Una introducción a la política, México, Océano-Conaculta, 2014.