Sicilia-Calderón

 

Al reunirse con los deudos de la guerra contra el crimen, Felipe Calderón recibió duros reclamos, demandas airadas y ruegos en todos los tonos, pero salvo en uno o dos puntos, tuvo el cuidado de no confrontarse con sus interlocutores, a los que mostró solidaridad en su pena y abrazó, consoló y alentó para salir triunfante de una jornada que se antojaba difícil.

Ese encuentro mostró las bondades de dialogar y compartir el sufrimiento, lo que acerca a las personas y ofrece la posibilidad de buscar conjuntamente solución a los problemas. No hubo coincidencia en lo sustancial, pero se abrió una rendija por la que podrán pasar nuevos acercamientos.

Un detalle ofensivo para los dolientes fue la presencia de Genaro García Luna, cuya renuncia exigió Javier Sicilia hace unas semanas. La presencia de este jefe policiaco fue una manera de recordar a los interlocutores que, con diálogo o sin él, las cosas seguirán como hasta ahora y que la Policía Federal Preventiva —una de las “instituciones podridas” a las que se refirió Sicilia— seguirá actuando con la impunidad que le conocemos.

En otro punto Calderón alzó la voz y pegó sobre la mesa. Fue al reiterar que continuará con su estrategia bélica, al costo que sea y con independencia de los resultados, que en diez años y medio han sido contraproducentes, pues el negocio del narcotráfico sigue creciendo.

Los términos en que planteó Calderón el asunto no dejan lugar a dudas, pues el huésped de Los Pinos se mostró dispuesto a pedir perdón “por no proteger la vida de las víctimas”, pero ratificó que no se arrepentía de haber sumido al país en esta guerra. Para el político panista, el dilema era emplear la violencia o no emplearla, pero del otro lado el planteamiento era distinto, pues no discutían tanto el qué como el cómo.

Es primerísima obligación del Estado proteger la vida y el patrimonio de los gobernados y para eso disponen las autoridades de la fuerza coercitiva que ofrecen las instituciones. Sin embargo, cuando la violencia por sí sola no es capaz de ofrecer soluciones, los gobernantes están obligados a poner en juego otros recursos. Si por la fuerza no se puede, entonces debe ponerse en juego la política, la negociación y el arreglo de los conflictos, en la idea de que a veces hay que conceder un poco para ganar mucho. Abundan los ejemplos, pero cuando no se conoce la historia los seres humanos, políticos o no, están condenados a repetir los errores. Esa es la desgraciada condición del poder panista, que su ignorancia le impide ver otro camino.