Patricia Gutiérrez-Otero

Con dos días y quince años de distancia nacieron en Argentina dos grandes escritores y traductores latinoamericanos del siglo XX. El 24 agosto de 1899 nació el poeta, cuentista y ensayista Jorge Luis Borges; el 26 agosto de 1914 el novelista, cuentista y periodista Julio Cortázar. Zodiacalmente ambos entran en Virgo, signo regido por mercurio y cuyo elemento es la tierra. Es un tipo de personalidad que gusta del orden, aunque pueda ser contrariado por el ánimo creador que también conforma a este temperamento; características de orden y creación que de manera diferente se reflejan en ambos autores.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació en Buenos Aires; de joven vivió en el extranjero, pues estudió en Ginebra y, un tiempo corto, en España donde tuvo contacto con escritores ultraístas. Su literatura nace más de la inteligencia misma, de las lecturas, de los mitos universales y locales, que del contacto directo con la realidad. Su universo es libresco: “Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”. La ceguera debió sumirlo aún más en el mundo de las palabras, la imaginación y la memoria: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Los temas filosóficos y teológicos se volvieron para él objeto literario, por eso su prosa impecable y sus innovadores versos giran en torno del tiempo, la memoria, los laberintos, las palabras, los espejos…

Julio Florencio Cortázar nació en Bélgica. Como adulto optó por la nacionalidad francesa, renunciando a la argentina, como muestra de rechazo de la situación política de su país de origen. Vivió en París, donde falleció. A diferencia de su magnífico predecesor, el cuento fantástico de Cortázar explora los terrenos del pensamiento a partir de situaciones cotidianas, más interesado en la vida concreta de sus personajes y en sus emociones, que suscitan en ellos cuestionamientos existencialistas cercanos a veces a los de Camus: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”, dice el argentino, haciendo pensar en el Sísifo del francés. La calidez de Cortázar desaparece cuando triunfa su sensación de étrangement: “Hacés (Sic) mal en ilusionarte, yo estoy lejos de todo. Tan lejos que me da asco”, dice con el tono que puede expresar La Náusea de Sartre o El extranjero de Camus.

Curiosamente, tanto Borges como Cortázar se encontraban en Europa durante el inicio de la Primera Guerra Mundial: la familia del porteño partió a Europa, el autor de Rayuela nació allá. Una diferencia relevante es la actitud de ambos hacia la esfera de lo político. Mientras Borges tuvo una etapa antiperonista y posteriormente una simpatía hacia el liberalismo económico, Cortázar vivió una inclinación hacia la izquierda a partir de su visita a Cuba, en 1962.

Dos grandes escritores que marcaron, cada uno a su manera, la literatura de nuestra época. Simplificando, quizá podríamos llamar al más viejo apolíneo, y al más joven, dionisiaco, pero un Dionisio en lucha sin tregua con su Apolo. Mi reconocimiento agradecido a ambos.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se respete la Ley de Víctimas, que se investigue seriamente el caso de Ayotzinapa, que el pueblo trabajemos por un Nuevo Constituyente, que Aristegui y su equipo recuperen un espacio radiofónico.