Al igual que muchos mexicanos

José Elías Romero Apis

Muchos mexicanos estamos escuchando sonidos que creíamos que ya habían cesado a estas alturas de nuestra evolución política e histórica.

Creíamos que dos siglos de independencia y cien años de revolución nos habían alejado de todos aquellos “malos pensamientos” que, otrora, nos llevaron a la confusión, a la conflagración, a la rebelión, a la invasión, a la traición, a la intervención, a la opresión, a la reacción y a la regresión.

Así, por ejemplo, el arrebato nos sugiere que ya no hay centralistas y todos somos federalistas. Que hemos llegado a la práctica del federalismo como los estadounidenses. Que nos complace que los congresos locales legislen como quieran en materia de secuestro, de aborto o de divorcio, sin pedir permiso a nadie. Que los gobernadores no tengan que reportarse con el secretario de Gobernación sino que éste los ande buscando. Que el federalismo simulado de antaño, hoy sea un federalismo real y verdadero.

Pero las voces nos advierten que, todavía, hay quienes proponen los mandos únicos, las legislaciones uniformes, el modelo idéntico, la auditoría central, el desafuero de gobernadores o la desaparición de poderes locales.

En otras ocasiones, el frenesí nos insinúa que ya no hay absolutócratas y que todos somos demócratas. Que hemos arribado a la práctica democrática de los franceses. Que nos satisface el pluralismo ideológico, el pluripartidismo electoral y la convivencia tolerante.

Pero los murmullos nos avisan que, todavía, hay quienes postulan la reducción congresional y, mejor aún, su desaparición. Que reniegan de las elecciones carísimas, olvidándose que la democracia es cara pero la dictadura es barata y hasta gratis. O que acusan que la gobernabilidad presidencial sufre y fracasa a diario por culpa del contrapeso congresional.

Así, también, la ilusión nos inspira que ya no hay déspotas conservadores y que todos somos republicanos liberales. Que hemos alcanzado la práctica liberal de los ingleses. Que nos embelesa el constitucionalismo, el garantismo, el respeto del gobernante hacia el gobernado, la evolución del sistema de amparo, la transigencia con las ideas de todos o la tolerancia con las preferencias de cada cual.

Pero los susurros nos anuncian que, todavía, hay quienes solicitan el ajusticiamiento sin juicio, el interrogatorio con tortura, los escuadrones de la muerte, la resucitación de Durazo, la supresión del amparo, la militarización de la policía, la centinelización de la justicia o la gendarmización de la política.

Así, también, el delirio y la apoteosis nos embaucan a creer que todos somos soberanistas, justicialistas, progresistas, equitativos o, por lo menos, racionales y sensatos. Que ya nadie quiere que nos subordinemos a las potencias extranjeras, ni que la concesionarias abusen de todos con la lenidad oficial, ni que haya tanta concentración de la riqueza, ni que exista tanta expansión de la pobreza, ni que el sistema educativo nacional sea una vía al fracaso individual del educando, ni que la seguridad social esté quebrada, ni que la capacidad energética esté condenada, por citar algo y no todo.

Pero la musitación nos alerta que, todavía, hay quienes no viven en el siglo XXI sino que añoran el XX, el XIX y, desde luego quienes extrañan, quizá sin darse cuenta, la Edad Media o la Era de las Cavernas.

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