Bernardo González Solano

Dice el viejo refrán español: “Eramos pocos y parió la abuela” y si algún mal le faltara a Sudamérica, el trastabillante gobierno bolivariano de Venezuela, encabezado por el heredero del fallecido Hugo Chávez, Nicolás Maduro Moros, encontró en la región limítrofe con el vecino Colombia, otro de los “enemigos” que suele inventar para distraer la atención de los graves problemas, de todo tipo, a que ha conducido a su país según la pauta que le dejó escrita el inventor del “socialismo bolivariano”.  Debido a un incidente fronterizo causado por el perenne contrabando en la zona, en el que resultaron heridos (o muertos)  tres militares venezolanos que Caracas adjudicó a paramilitares colombianos y contrabandistas, Maduro decidió cerrar un puente que marca la división entre ambos países, sobre el río Táchira, e inmediatamente decretó el estado de excepción, primero en cinco municipios y horas más tarde, en otros cuatro, de la frontera con su vecino y, sin mayor justificación, ordenó la deportación (un poco más de mil colombianos, hasta el momento de escribir este reportaje), sin proceso. La chispa se prendió.

La reacción de Maduro es un acto inaceptable, diplomáticamente hablando, entre países amigos y vecinos para la eternidad. Además, en su euforia “nacionalista”, Maduro envió tres mil soldados a la zona por donde ahora escapan los colombianos que temen ser deportados, lo que tampoco puede considerarse un “gesto amistoso”. De tal suerte, la gastada estrategia del mandatario venezolano de echar culpas a un enemigo extranjero para esconder el fracaso de sus políticas domésticas tensa las relaciones entre los dos países sudamericanos hasta un punto peligroso. El conflicto rápidamente se ha convertido en una crisis humanitaria que, además, amenaza con desestabilizar la región. Asimismo, pone en jaque el proceso de paz que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos desarrolla en La Habana con las FARC, con lo que pretende poner punto final al conflicto armado que enfrenta Colombia desde hace más de medio siglo. Tan solo por esto, el desencuentro colombiano-venezolano debe solucionarse rápido, por el bien no solo de ambos países sino de la estabilidad de Centro y Sudamérica. La gravedad del desencuentro se mide por la llamada a consultas de sus respectivos embajadores, lo que significa un paso previo a la ruptura de relaciones diplomáticas.

Quizás con una reacción demasiado “sensata”, el presidente colombiano Juan Manuel Santos no agudizó el conflicto y se encaminó por la vía del diálogo, lo que le costó inmediatamente críticas internas en un año electoral. El mismo panorama lo tiene Venezuela, solo que con el estado de excepción, por sesenta días, Maduro impide que la oposición haga campaña en toda esa zona. Como se sabe, las encuestas no favorecen al oficialismo, por primera vez en mucho tiempo. Santos tuvo que trasladarse al lugar para dirigir la ayuda a los deportados y a los que deciden salir de Venezuela donde han vivido durante muchos años e, incluso, algunos cuentan con la doble nacionalidad que por el momento no los protege de una probable deportación.

Después de llamar a consultas al embajador en Caracas, el presidente Santos pidió una reunión extraordinaria de cancilleres de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y de la Organización de Estados Americanos (OEA). El mandatario colombiano dijo: “Queremos contarle al mundo comenzando por UNASUR, lo que está sucediendo, porque es totalmente inaceptable”, refiriéndose a las más de seis mil personas afectadas por el cierre de la frontera por órdenes de Nicolás Maduro, entre las que se cuentan más de 1,000 deportados. No obstante las críticas que ha sufrido, Santos continúa insistiendo en buscar una solución dialogada: “Ojalá de parte de Venezuela tengan esa misma actitud porque, hasta ahora, no tienen voluntad de diálogo, solo de soluciones de fuerza o actitudes como las que han tenido con nuestros compatriotas, que merecen respeto”. La situación es tan grave que ya la ONU –que suele mostrarse lenta en este tipo de conflictos–, desde el viernes 28 de agosto alertó sobre las violaciones de derechos humanos que se cometen en la frontera de Venezuela y Colombia. El secretario general del organismo mundial, Ban Ki-Moon, pidió a los implicados mantener “un diálogo constructivo” para resolver el problema. A decir verdad, lo último que necesita Sudamérica es un  conflicto incontrolado entre estos dos países. Ya es más que suficiente que las relaciones entre ellos pasen su peor momento desde que Santos llegó al poder en 2010.

El hecho es que las relaciones entre ambas capitales habían cambiado mucho con el arribo del exgeneral Juan Manuel Santos a la presidencia hace un lustro. El cambio presidencial en Colombia terminó con una etapa de enfrentamientos continuos entre Hugo Chávez y Alvaro Uribe. Al grado que ni en 2013, cuando Santos recibió al líder opositor venezolano Henrique Capriles, cuando éste denunciaba fraude electoral, las relaciones se deterioraron hasta el punto en que ahora se encuentran.

Aunque la situación de los deportados es desesperante, a corto plazo no parece factible una reunión entre ambos mandatarios pues Nicolás Maduro inició el fin de semana otro de sus viajes internacionales en busca de ayuda para la deteriorada economía venezolana, a China y Vietnam. Antes de partir, Maduro manifestó otra de sus baladronadas: “estoy dispuesto a reunirme con el presidente Santos cuando quiera, donde quiera y como quiera. El y yo solitos y le pongamos el cascabel al gato, para que hagamos historia”. Aunque poco antes también había dicho lo siguiente: “Colombia se ha convertido en una exportadora neta de pobres que huyen de la miseria y de la guerra, de los descuartizadores paramilitares de Alvaro Uribe Vélez”. Como sea, el hecho es que en los últimos días alrededor de 2,665 colombianos tuvieron que abandonar Venezuela ya sea por órdenes de la Guardia Nacional Bolivariana o bien por miedo a perderlo todo, pues la policía amenaza con derribar sus casas.

Aunque también es cierto que Maduro no contestó las llamadas telefónicas que le hizo el mandatario colombiano después del 20 de agosto para dialogar sobre el cierre de la frontera y las deportaciones masivas, Santos precisó: “No es el momento de hacer sonar las trompetas de guerra que algunos quisieran escuchar. Es momento de obrar con firmeza, con sensatez”. El miércoles 26 de agosto, sin embargo, elevó el tono a Maduro durante un actor organizado por el Club de Madrid y la Fundación Buen Gobierno en Bogotá y dijo: “Quisiera que algo quede claro, los problemas de Venezuela son hecho en Venezuela, no en Colombia ni en otras partes del mundo”…”No quiero enfrascarme en una pelea con  el presidente Maduro”. También se refirió a las críticas que se le hacen no solo en Venezuela sino también en la oposición colombiana que dirige el expresidente Alvaro Uribe, su antiguo jefe y amigo que le nombró Secretario de Defensa y después le apoyó para que llegara a la presidencia.

Santos aclaró: “Es una paradoja, la extrema derecha de mi país me acusa de ser castrochavista y el socialismo del siglo XXI de capitalista neoliberal y lacayo del imperio…Yo solo digo que lo único que podemos hacer es comparar el modelo que está rigiendo en Venezuela con el que estamos aplicando en Colombia y ver que los resultados  hablan por sí solos…Colombia crecerá un 3%, mientras que Venezuela decrecerá un 7%; el desempleo ha bajado aquí un 30% y allí ha crecido un 50%; o las cifras de homicidios: fuimos el campeón del mundo durante años y ahora hay unos 30 asesinatos por cada 100,000 habitantes, mientras que en Venezuela hay 80. Esto nos muestra las profundas diferencias que tenemos. Nosotros hemos respetado su modelo, ellos deben respetar el nuestro”.

En fin, Santos concretó: “Allanar las viviendas, sacar a la fuerza a los habitantes, separar a las familias, no dejarles sacar sus pocos bienes y marcar las casas para luego demolerlas, son procedimientos totalmente inaceptables y recuerdan episodios amargos de la humanidad que no pueden repetirse”.

Y Maduro reiteró su denuncia de que el supuesto éxodo de colombianos pone al borde del colapso a los sistemas venezolanos de asistencia social. Hay algo en las palabras del sucesor de Hugo Chávez que hace recordar al boquiflojo de Donald Trump respecto a la migración mexicana a la Unión Americana. Por bien de todos, es necesario que el conflicto entre Colombia y Venezuela tenga su punto final muy rápido. Los tiempos no están para sonar tambores de guerra. En ninguna parte.

Sin embargo, parece que a Nicolás Maduro lo único que le interesa es avivar el avispero, pues aprovechando su gira por Vietnam, el 31 de agosto “denunció” a la televisión venezolana, en Hanoi, la conjura número 17 para matarlo: “Desde Bogotá nos agreden y hay planes para matarme con la anuencia y la vista gorda del gobierno de Juan Manuel Santos. Tengo pruebas que voy a mostrar. El presidente Santos se está dejando llevar por sus asesores, está perdiendo la sensatez”. Lo lamentable de estas denuncias de muerte es que Maduro nunca ha podido mostrar las “supuestas pruebas”, solo quedan en saliva. VALE.