Ramón Valdiosera

 

El niño está siempre dentro del hombre,

y no hay por qué no dejarlo pensar y sentir.

Juan Zorilla de San Martín

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

La vitalidad y entusiasmo con la que nos recibe el maestro Ramón Valdiosera Berman en su estudio-museo de la colonia Algarín, en la delegación Cuauhtémoc, contagia desde el primer instante. Las formas suaves y mirada aguda del casi centenario artista e intelectual mexicano expresan su orgullo y satisfacción por haber ubicado a México en el concurso de las naciones en muy diversas expresiones del quehacer artístico, pero señaladamente por haber demostrado a sus coetáneos la excelencia, elegancia y colorido de México.

Al maestro Valdiosera este país le debe la internacionalización del uso del “rosa mexicano”, color emblemático de nuestra nación que el veracruzano imprimió en un memorable desfile de modas en el prestigioso hotel Waldorf Astoria en el Nueva York de la posguerra, demostrando en las pasarelas que la moda mexicana triunfaría a pesar de los vaticinios de los más afamados modistos mexicanos de la época, con quienes el joven Valdiosera sostuvo un titánico debate en defensa de la riqueza textil y de diseño de la indumentaria tradicional de nuestros pueblos originarios.

No obstante sus sonados éxitos como diseñador de modas, ilustrador, pintor, cronista, investigador y promotor de la cultura nacional, el maestro Valdiosera recuerda las penurias y dificultades que tuvo para estudiar aquello que le gustaba. Vívidamente recuerda cuando su tío le auguraba un apocalíptico destino por dedicarse a dibujar “mamarrachos”, y cómo a escondidas y con la complicidad de su madre se hacía de papel y lápiz para capturar momentos, situaciones, colorido y la luminosidad que le rodeaban.

Llegado de Poza Rica a nuestra ciudad a los 8 años, rememora su estancia en una vivienda de las calles de Luis Moya y del Buen Tono, de donde veía salir cada domingo al torero Alberto Balderas y a su hermano, rumbo a la Plaza de la Condesa.

Evoca esa ciudad de “dimensiones humanas” que permitía recrear en su mirada la monumentalidad de sus hitos arquitectónicos y la belleza de texturas y colores de aquella urbe con la que se encariñó y a la que ahora pretende legar el extraordinario acervo que su temprano afán coleccionista le ha permitido incrementar a lo largo de más de siete décadas.

La generosidad de Valdiosera no deja de sorprender al constatar su convicción y compromiso por facilitar a los menores una educación artística. Su taller-museo-galería hoy resulta insuficiente para albergar tanto a alumnos como a las colecciones conformadas con paciencia y devoción; por ello, el maestro se ha propuesto solicitar a las autoridades de la ciudad a la que tanto ha dado, que lo apoyen para continuar esa labor solidaria que por décadas ha desplegado ese niño que a pesar de frisar los cien años, como sentencia Zorilla de San Martín, sigue pensando, latiendo y sintiendo por México y su niñez.