Trump y Basáñez

El patán y el embajador

Humberto Musacchio

Adolfo Hitler fue considerado simplemente como un loco cuando aspiraba a gobernar Alemania y escupía su antisemitismo y su desprecio por la soberanía de otras naciones europeas. El resultado ya se conoce: todo un pueblo envenenado por los nazis, una guerra mundial con 50 millones de muertos, el asesinato planificado de cinco millones de judíos y medio millón de gitanos y la destrucción de bienes e infraestructura en las naciones ocupadas, daños que por cierto no se le cobraron nunca con la saña con que Alemania le cobra a Grecia su deuda.

Por eso cabe seguirle la pista a un bocón como Donald Trump, pues si bien despliega un machismo ridículo, no hay que descartar que algunas de sus locuras racistas se conviertan en realidad. El hombre del peluquín ridículo dice que si él llega a la Presidencia de Estados Unidos va a deportar a 11 y medio millones de mexicanos. Vale más tomarlo en serio.

En 1932, cuando Estados Unidos padecía los estragos de la gran depresión, con el pretexto de que los extranjeros quitaban empleos a los estadounidenses blancos, se produjo una campaña de deportación masiva que mandó fuera de la Unión Americana a una cantidad indeterminada de mexicanos, entre 500 mil y millón y medio, según diversas estimaciones.

Por supuesto, la expulsión se desplegó en medio de una intensa y grosera campaña racista y antimexicana cuyos efectos se siguieron observando a lo largo de los años treinta, y que no amainó ni siquiera cuando ya estaba en el poder el segundo Roosevelt, y muchos mexicanos, con la esperanza de obtener la nacionalidad estadounidense, en la segunda guerra se alistaron en el ejército gringo, donde siguieron siendo objeto de discriminación y vejaciones, mientras eran enviados a las misiones más peligrosas.

Desplantes fascistas como los de Donald Trump son siempre esperables. Lo que irrita más es la timidez de las autoridades mexicanas, incapaces de mandarle un buen tapabocas al rufián millonario. No hubo una respuesta contundente con José Antonio Meade en la Cancillería y mucho menos la habrá con la sobrina de Carlos Salinas de Gortari en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Un gobierno que se asume como servidor de los intereses de Washington y de las trasnacionales no saldrá en defensa de los mexicanos que viven, trabajan, producen y pagan impuestos en Estados Unidos. El desprecio por nuestros connacionales se expresa en la falta de embajador en Washington desde hace medio año. “Que se defiendan solos”, parece decir el gobierno mexicano.

Para colmo, el flamante embajador que todavía no toma posesión del cargo, Miguel Basáñez, dijo ante los senadores que no hay que confrontarse con Trump porque “es un candidato más”. No el más facho, sino sólo uno más. Peor todavía fue lo que dijo sobre la eventual deportación, pues de acuerdo con las encuestas que hacía una empresa de su propiedad, “no había queja del trato en Estados Unidos; había quejas del trato al regresar a México”.

Por último, una perla de la comparecencia de Básáñez ante diputados: cuando le preguntaron si la corrupción no podía ser un obstáculo para las inversiones extranjeras, la respuesta fue que los corruptos son los recolectores de basura; los franeleros y en tercer lugar los gendarmes. ¿Y los gobernantes que compran casas blancas y terrenos a los contratistas del gobierno?

Lo triste es que ese señor va a representar a todos los mexicanos en Washington. ¿Qué hemos hecho para que nos castiguen de esta manera?