Se diluyó el reconocimiento internacional
Como todos los soñadores, confundí
el desencanto con la verdad.
Jean Paul Sartre
José Fonseca
Uno de los desafíos que enfrenta el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto es la percepción de un cierto desencanto, un pesimismo que a veces raya en la desesperanza. ¿Qué desencadenó tal sentimiento?
México tiene muchos problemas, algunos ancestrales, como la pobreza y la desigualdad, otros relativamente nuevos, como el casi crónico estancamiento que padece la economía y, por supuesto, el desencanto con la democracia.
Parece pertinente revisar las circunstancias, primero, aquéllas prevalecientes al inicio del sexenio peñista. Por supuesto que eran radicalmente distintas a las actuales. La economía globalizada mundial parecía reponerse del shock de la crisis de 2009, los precios del petróleo rondaban los cien dólares por barril, circunstancias que, vista la estabilidad macroeconómica mexicana, fueron propicias para hacer posible el Pacto por México, un instrumento de conciliación política que logró el respaldo de los tres grandes partidos políticos e hizo posibles reformas estructurales que hace cuatro años parecían impensables.
Por momentos parecía que el gobierno peñista conseguía el reconocimiento internacional y obtenía el impuso necesario para una transformación radical mexicana que propiciara que nuestra nación recuperara la posibilidad de ser, otra vez, una sociedad de oportunidades, con una permeabilidad social como la que tuvo hasta hace poco más de cuatro décadas.
Algo ocurrió a mediados de 2014. A pesar de que continuaba la aprobación de las reformas, se empezó a diluir el reconocimiento internacional. Lo que eran elogios se empezaron a convertir en ácidas críticas y en una persistente visión negativa de los acontecimientos nacionales.
En estas páginas de Siempre!, quien esto escribe preguntó: ¿qué se comió México? A la fecha, tengo hipótesis, pero ninguna certeza.
Como sea, a los críticos de siempre se unieron otros. Y pronto fue generalizado en las opiniones publicada e ilustrada, además de las naturales diatribas de la oposición, una tenaz campaña para sembrar la incredulidad en todo lo que se hacía y se hace en el gobierno peñista.
Ésa es la razón del desencanto. Para explicarme cito a una periodista en un viejo libro. Se refería al sentimiento antinorteamericano en muchas naciones europeas, a menos de 20 años de la Segunda Guerra Mundial.
Lo explicó así: ¿Cuánto tiempo, después de leer periódicos y revistas, de escuchar radio y televisión con mensajes antinorteamericanos, pasa para que el ciudadano común se contagie?
Si repasamos nuestros medios en los pasados dos años, bien podemos concluir que, más allá de errores gubernamentales, podríamos preguntarnos si no han influido al desencanto, al pesimismo y a la desesperanza. Conste, esto último es pregunta.
jfonseca@cafepolitico.com