La foto del niño migrante

Mireille Roccatti

La fotografía del cuerpo inerte de Aylan, un pequeño sirio de cuatro años arrojado por la marea a una playa perdida de Turquía luego de zozobrar la frágil lancha en la que buscaban escapar de la difícil situación que agobia Siria, logró despertar la atención de casi todo el mundo y mostró que aún existen buenos sentimientos en gran parte de la humanidad. Su muerte junto a su madre y su hermano, hizo que se generara una reacción benevolente a la marejada migratoria que huye de esa zona del Oriente Medio que desde hace muchos años sufre los estragos de una guerra interminable.

La crisis humanitaria actual en Siria no sólo es resultado del prolongado conflicto armado que desangra esas milenarias latitudes, con un Estado casi inexistente, guerrillas étnicas, grupos terroristas y milicias paraestatales. El origen de la crisis no radica únicamente en el gobierno autoritario de Bashar al Assad, el socialismo árabe o la intromisión de otros gobiernos. La región sufre una sequía de más de cuatro años que agotó pastos, arruinó cultivos y secó manantiales y pozos. Tal desastre natural afectó el medio rural de forma irreparable, al menos en Siria e Irak, y ocasionó daños graves en Jordania. La consecuencia es la migración de alrededor de un millón de personas en busca de sobrevivir dado que se devastó todo el sistema de producción.

Actualmente no existe ningún país que pueda sustraerse al impacto económico, social y cultural de los flujos migratorios. Las guerras civiles, los conflictos internacionales, los disturbios étnicos, la discriminación racial, la intolerancia religiosa, la degradación del medio ambiente, los desequilibrios económicos, la pobreza extrema o la búsqueda de mejores niveles de vida han provocado que millones de personas abandonen su lugar de origen, produciendo efectos directos en las sociedades y en las economías de los países receptores.

Este tema fue abordado en la Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo, celebrada en El Cairo, Egipto, en 1994, por el crecimiento constante de la población que se encuentra fuera de su lugar de origen. La mayoría de estos flujos migratorios corresponden a movimientos voluntarios, a diferencia de los millones de refugiados que se han desplazado a otro país o región por motivos de conflicto interno o internacional, o bien porque son perseguidos por razones políticas, étnicas o religiosas. En las postrimerías del siglo XX, la globalización de la economía a escala mundial, la creciente interdependencia entre los países y los notables desequilibrios entre el norte y el sur han contribuido al aumento de las corrientes migratorias internacionales motivadas fundamentalmente por causas económicas, principalmente en busca de trabajo.

Las peculiares circunstancias, internas y externas, que han influido en la necesidad de emigrar a otro país han propiciado también en los países receptores un ambiente hostil y adverso para con los migrantes, quienes se encuentran en la mayoría de las ocasiones en desventaja, debilidad y desamparo, y, en consecuencia, estas personas ponen en peligro su vida, como hemos testimoniado recientemente. La respuesta humanitaria de los países y de los pueblos europeos, luego de una reticencia inicial, nos llena a todos de esperanza porque viene a demostrar que existe solidaridad y fraternidad con aquéllos que por diversas circunstancias pierden todo y huyen en busca de sobrevivir.

La complejísima trama de relaciones, intereses y actores que presenta el Oriente Medio tiene que abrirse a una nueva era, en la que deben obligadamente privilegiarse el diálogo y la diplomacia. Es urgente que las Naciones Unidas actúe de manera decidida para terminar el conflicto armado y apoyar a quienes siguen viviendo en condiciones infrahumanas en sus tierras y de sus ancestros.