Llegó la hora de las damas
Humberto Musacchio
En unos días sabremos quién sucederá a José Narro Robles en la Rectoría de la UNAM, nuestra máxima casa de estudios por el número de estudiantes (345 mil), porque en ella se realiza la mayor parte de la investigación científica y porque su presupuesto de 2015, de 37 mil millones de pesos, es superior al de varias secretarías de Estado juntas.
La Universidad Nacional Autónoma de México tiene una importancia crucial en nuestra vida pública y quien ocupa la Rectoría es un personaje por su sola investidura. Por supuesto, lo que natura non da non lo presta el alto cargo, pues más de un rector ha pasado sin pena ni gloria y otros de plano han sido defenestrados por meter en honduras la institución y en ocasiones causar heridas irreparables.
Pese a que la Constitución establece en forma indiscutible que toda educación que imparta el Estado será gratuita, rectores dóciles a los mandatos del Poder Ejecutivo han intentado imponer cuotas, lo que ha sido el origen de huelgas y movimientos de protesta —legítima protesta, agreguemos— y causado serios problemas.
Narro Robles, académico de carrera y político de reconocida visión, ha tenido ocho años de un brillante rectorado en que logró duplicar los recursos de la institución, ampliar la matrícula e impulsar la investigación. Deja, por supuesto, asuntos pendientes, como el fortalecimiento de la planta magisterial, en la que hoy sólo 11 por ciento es de profesores de tiempo completo o medio tiempo, mientras el resto lo componen catedráticos “por horas”, lo que empobrece la trasmisión de conocimientos.
En el orden sindical se requiere de mucho tacto y muy delicadas negociaciones para elevar la productividad de la planta administrativa y manual. Con el concurso de todos los interesados, tendrá que crearse entre los trabajadores conciencia de la importancia que tiene la UNAM y del alto deber que implica servir a la institución.
Habrá de ponerse orden en ese inmenso negocio de particulares que es el equipo de futbol y todo lo gira alrededor de él, como el estadio México 68 y su administración. En esas instalaciones no tiene autoridad el STUNAM, sino un sindicato que ha hecho un mercado de ese espacio a costa, desde luego, de la propia universidad.
Otro caso por resolver es el del auditorio Justo Sierra o Che Guevara, patrimonio universitario expropiado y explotado por grupos que no reconocen frontera entre revolución y prostitución. En ese espacio ha habido (¿hay todavía?) fondas, venta de drogas y bebidas alcohólicas, alquiler de lugares para dormir y vivir, tráfico sexual y otros giros nada edificantes.
En fin, que quien resulte elegido rector tendrá que hacerle frente a ésos y muchos otros problemas, porque es comprensible que se tenga en el centro de las preocupaciones la calidad académica, pero hay lastres que la UNAM debe desechar.
Y algo más: en 300 años de historia de la Real y Pontificia Universidad de México hubo 210 rectores y de ellos ninguno era mujer. En más de un siglo de vida de la actual Universidad, ha habido más de 40 rectores, y entre ellos ni una sola mujer. Llegó la hora de acabar con esa historia de misoginia y poner una dama a la cabeza de la UNAM.