Los refugiados y Europa
Günther Maihold
Berlín.- Las imágenes son abrumadoras: por un lado, las filas interminables de migrantes y refugiados que se dirigen hacia el centro de Europa, y por el otro, las olas de ayuda voluntaria por parte de ciudadanos europeos que dedican sus horas libres a recibirlos y apoyarlos con sus primeras necesidades al llegar.
A veces da la impresión de que los gobiernos están siendo rebasados por la actitud de sus ciudadanos. En estos días los municipios en Alemania, Italia, Grecia y Suecia se sienten ya atestados como para poder albergar (además ante un invierno cercano) a la avalancha de personas que buscan un futuro seguro sin persecución y sin guerra civil. Los sistemas sociales ya no se dan abasto, ni hablar de la capacidad para poder registrar, comprobar su derecho de asilo y procesar burocráticamente a las 800 mil personas que se calcula llegarán en este año a Alemania.
Pero, más allá de éstas situaciones de emergencia y de sobrevivencia, es posible entrever muchos temas de la agenda política que ocuparán a las sociedades de Europa en los años venideros: ¿cómo se les dará a los refugiados un nuevo hogar, trabajo y futuro en sociedades nada preparadas para acoger a un alto número de nuevos conciudadanos? ¿Quién asumirá los costos de educación, salud y manutención de las familias que han llegado? ¿Cómo se evitarán procesos migratorios secundarios entre los diferentes estados de la Unión Europea?
Y ¿cómo podrán repartirse la carga los miembros de la Unión Europea ante el rechazo absoluto de algunos gobiernos de recibir refugiados del mundo islámico?
Múltiples migraciones
Los números de llegadas de refugiados son espeluznantes: en la central de ferrocarriles de Munich llegan al día 4 mil 500 personas provenientes tanto de los Balcanes occidentales, como de Siria. Pero las causas son diferentes. Los refugiados de Siria tienen razones bien fundamentadas de asilo político, mientras que, en el caso de los ciudadanos de los Balcanes occidentales, muchos sospechan que se trata más bien de una migración económica ante la desolada situación en sus respectivos países.
Además llegan personas de Afganistán, Pakistán y África del Norte que tratan de escapar de la inseguridad de sus países con el afán de mejorar las condiciones de vida de sus familias. Todo el sistema de “coyotaje” que permea las largas rutas de tránsito hacia el centro de Europa se ha vuelto un negocio importante al igual que un crimen, ante la muerte de más de 3 mil 500 personas al querer trasladarse en precarias lanchas sobre el Mediterráneo, desde Libia hacia Italia o Grecia.
Poder diferenciar estas migraciones y encontrar respuestas políticas a sus causas es uno de los mayores retos que enfrenta la política europea, tanto en el continente europeo como en su vecindario. Atacar el problema desde sus raíces parece muy —hasta demasiado— complejo para generar efectos inmediatos, sea en Siria, en África del Norte o en los mismos Balcanes.
Cruda realidad de los valores
comunes europeos
La crisis fiscal y bancaria de Grecia que dominaba la atención pública hace poco menos de un mes fue interpretada como el mayor reto para la solidaridad europea, exhibiendo para muchos la dura línea del ajuste que le fue recetado a este país. Hoy —ante las dimensiones de la avalancha de refugiados— la crisis de Grecia aparece como un episodio más en la eterna búsqueda de convergencia entre 28 países, un proceso difícil, pero al final logrado en las políticas económicas de los integrantes de la Unión Europea.
Ahora el reto es mucho mayor: se encuentra a disposición el núcleo duro de los valores que se consideran como legado europeo, como base de la identidad europea, como los derechos humanos, las libertades básicas, la democracia y el Estado de derecho. La ola de refugiados se ha vuelto una prueba de resistencia para Europa, sus Estados y ciudadanos, cuyo desenlace determinará en mucho cómo será considerado en el futuro este conjunto de nacionales a escala internacional. El trato que se está dando actualmente a muchos de los refugiados no parece cumplir con los estándares de las mismas sociedades europeas, la disposición de acoger a los refugiados será un reto adicional ante el discurso y las prácticas intolerantes y xenofóbicas que se vislumbran en muchas partes del continente.
Si los gobernantes no asumen responsablemente como su tarea generar activamente condiciones oportunas para la convivencia, cargarán con una pesada deuda política futura a sus sociedades y ciudadanos.
Revaloración de las fronteras
y su desplazamiento
Ante la crisis, la tentación de recurrir a los instrumentos tradicionales del Estado-nación está a la vista por todos lados: en la frontera entre Hungría y Serbia se levanta una cerca, Alemania y Austria reintroducen controles fronterizos, corridas de trenes entre diferentes capitales se cancelan para frenar el avance de los refugiados y poder canalizar mejor los flujos migratorios. Esta reacción indefensa demuestra, por un lado, la poca preparación que tienen los gobiernos ante la emergencia, por otro lado, refleja que el andamiaje institucional de la misma Unión Europea es muy débil.
El marco del Acuerdo Schengen que regula la abolición de los controles fronterizos entre los Estados miembro de este acuerdo parece haberse roto por la decisión de varias naciones de volver a controlar sus fronteras. Aunque la suspensión de esta política común por una emergencia temporal está permitida, asecha la duda de que esta situación temporal pueda convertirse en una condición permanente. Mucho más llamativa es la creencia de que vallas, muros, verjas y controles puedan realmente ayudar a controlar la presión de las personas que buscan refugio. Más bien, la misma experiencia mexicana debería ayudar a comprender a los europeos que estas medidas no son aptas para regular flujos migratorios si no se mejoran las condiciones de vida en las naciones de expulsión de migrantes.
De nuevo, la misma política del vecindario de la Unión Europea llama a actuar de manera más estructurada para evitar que se aplique la lógica del desplazamiento de las fronteras, conocida en México en la frontera sur.
Europa no puede permitirse la ilusión de creer que el desplazamiento de fronteras hacia los Estados no-miembros, como Serbia, Turquía, Jordania, representa una solución a la creciente presión sobre sus fronteras. Lo que necesita es diseñar una relación más inteligente con su vecindario, por cercana o distante que siempre fuera. Sólo con un planteamiento que contemple tanto una solidaridad interna como externa se podrán identificar soluciones sostentibles.