Son políticos, no escritores
José Elías Romero Apis
Cuando escriben los gobernantes, algunos producen obras de excelente factura, y otros, verdaderos bodrios ilegibles. Es que son políticos, no escritores. Saber hacer política no es lo mismo que saber escribirla. Y a ellos se les designa para hacerla, no para escribirla.
Dos presidentes de Estados Unidos, por cierto rivales irreconciliables, fueron buenos escritores. John F. Kennedy ganó el Pulitzer por su obra Perfiles de valor, escrita en 1955 desde su cama de una convalecencia tan larga que le permitió escribir un libro. Sin embargo, la brevedad de su vida lo privó de ser más prolífico y quedó como el escritor de un solo libro.
Richard M. Nixon, por el contrario, fue más profuso en su obra literaria, también dotada de virtudes. Entre sus libros destacan La verdadera guerra y La verdadera paz. Pero yo recomiendo Líderes, que es uno de mis libros de cabecera ya que, desde hace 32 años, forma parte de mis cien favoritos que integran el pequeño librero de mi alcoba. Además, me ha acompañado a casi todos mis viajes.
Pero aclaro que todos estos libros no son memorias presidenciales. Kennedy escribió antes de su presidencia y Nixon después de ella pero, tanto en Perfiles… como en Líderes, los protagonistas son otros grandes hombres, no son autorretratos. Ambos hubieran podido inventar extraordinarias novelas autobiográficas porque hubieran sido preclaros pero no hubieran sido sinceros. Qué bueno que no las escribieron.
En otras latitudes hubo buenos gobernantes literatos. Charles de Gaulle escribió muchísimos libros, quizá 20 o 30, pero destacan sus Memorias de guerra, donde hay inevitables referencias a sus recuerdos. Pero él no es el actor principal de sus libros. Lo mismo sucede con Winston Churchill, autor en cantidades similares y hasta receptor del Premio Nobel de Literatura en 1953. Éstos son, en realidad, libros de historia de sus respectivas naciones. Por cierto que mucha de su obra fue escrita desde el desierto político al que fueron confinados durante mucho tiempo, a mitad de su carrera.
En casi todo el mundo la autobiografía presidencial está condenada, de antemano, al fracaso. A los que les gusta la historia certera, casi nunca encontrarán sinceridad plena. Y a los que les gusta la novela imaginaria, casi siempre encontrarán planicie e insipidez. Y es que escribir sobre uno mismo es un ejercicio que requiere de mucha valentía o de mucho cinismo, al mismo tiempo que tener muy bien instalado un doble expertise: saber mentir bien o saber inventar bien. Sin ello, nunca intentemos la autobiografía. Sacrifiquemos la vanidad de la presunción por la vanidad del amor propio.
Yo no soy analista literario. No he estado cerca de la poesía ni del cuento ni de otros géneros. Tan solo he estado cerca del relato, de la historia, del ensayo y del tratado de la política.
Por eso creo que lo recomendable es no leer las autobiografías. Suplirlo escuchando, en la sobremesa, la reseña que haga algún amigo nuestro al que le guste leer eso.
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