No hay comparación
Félix Fuentes
Con mucho menos dio comienzo el Movimiento de 1968. El 22 de julio de ese año sucedió un pleito callejero entre estudiantes de la Vocacional 5 del Politécnico y la preparatoria particular Isaac Ochoterena en la Ciudadela. Y el 26 de septiembre de 2014 fueron desaparecidos 43 estudiantes de Ayotzinapa, sin precisarse cómo sucedió este hecho.
En 1968, los jóvenes peleoneros fueron macaneados por granaderos al mando del subjefe de la policía capitalina, general Raúl Mendiolea. Pudo ser sofocado ese conflicto con una simple amonestación a los rijosos, pero se impuso el autoritarismo del presidente Gustavo Díaz Ordaz, fielmente aplicado por segundos y terceros funcionarios.
Entre el 26 y 29 de julio de ese año surgieron las primeras protestas y las exigencias se referían a la desaparición del cuerpo de granaderos —imposible de conceder— y las renuncias del jefe de la policía, Luis Cueto Ramírez, y Raúl Mendiolea.
Supuestos escritores apuntaron que “el estudiantado de las universidades era un hervidero y la UNAM se convirtió en asamblea permanente”. Un “cronista” indicó que la pelea de la Ciudadela fue “entre pandillas” y en ella participaron “Las Arañas”. Debido a tantas estupideces ha sido distorsionado ese movimiento.
En ese entonces fue recordado el XV aniversario del asalto al Cuartel Moncada de Cuba y por ello, se dijo, empezó a ser penetrado el movimiento estudiantil por células comunistas.
Enardeció, con razón, que a la puerta histórica del siglo XVIII de las preparatorias 1 y 3, se le haya destruido de un bazucazo, lo cual condenó el rector Javier Barros Sierra, quien izó la bandera nacional a media asta en Ciudad Universitaria.
Después de otra arremetida a los jóvenes por granaderos, el 2 de agosto fue formado el Consejo Nacional de Huelga con tres representantes de cada escuela. El 13 de septiembre tuvo lugar la impresionante Marcha del Silencio.
Desesperado, Díaz Ordaz ordenó la ocupación de la UNAM por el Ejército y Barrios Sierra encabezó la marcha de protesta que enfureció al primer mandatario.
Así se llegó al trágico 2 octubre. Una versión indica que el gobierno ordenó a militares del Batallón Olimpia —creado para custodiar la Olimpiada— a vestirse de civiles e introducirse entre los estudiantes. Según eso, los soldados abrieron fuego desde el edificio Chihuahua en Tlatelolco, donde encabezaba un mitin el Consejo Nacional de Huelga.
Falso. Yo estaba en el centro de la Plaza de las Tres Culturas con el reportero de El Heraldo de México, Sotero García Reyes, y hasta las 18.10 horas no se escuchó ninguna detonación. En ese momento apareció un helicóptero que voló sobre la Secretaría de Relaciones Exteriores y dejó caer dos luces de bengala.
Al instante iniciaron la balacera los soldados que estaban apostados sobre el puente de la entonces Prolongación de San Juan de Letrán, frente a dicha plaza. Quedó claro que para ellos fue la señal de las bengalas.
Así culminó el autoritarismo de Díaz Ordaz, a quien nadie le estrechó la mano que extendió desde una casa del Lago de Chapala, Jalisco.
Hoy leemos historias inverosímiles del 68, como las que se escriben de Ayotzinapa. No hay comparación entre ambos eventos, porque en el primero fue ejercida la fuerza y hoy se permite, por ejemplo, que una turba de encapuchados penetre a cada conflicto, golpee a policías, saquee comercios y agreda a gente pacífica.
Parecen intocables. No son detenidos o si los detienen policías uniformados, de inmediato quedan en libertad. ¿Pertenecen acaso a alguna institución pública?
(De los muertos del 68, la diferencia es abismal. El periodista inglés John Rodda escribió que fueron 325 y después bajó el número a 256. La cifra oficial fue de 30 decesos y 70 heridos.)
