Norma Salazar
Allan Stewart Konigsberg nació en el Bronx, Nueva York, el 1 de diciembre de 1935, vivió en Flatbush, un barrio de familias económicamente solventes y aferradas a sus valores. Su religión judía alternaba con ir y venir a la sinagoga, interminables partidas de cartas a su favor el joven Woody Allen se refugiaba en las salas de cine que eran un lugar mágico. “Yo odiaba el colegio cuando era niño y solamente me gustaba el cine. Solía acudir a las salas de rodaje cada vez que me escapaba del colegio”.
Otra de las aficiones eran los juegos de magia y prestidigitación, algo que matiza en muchas de sus películas aunque poco a poco otra gran afición se complementa, la habilidad del jazz, tal vez porque quería emular a Glenn Miller. Lo verídico es su destreza que ha manifestado, aunque él ha reconocido en numerosas ocasiones, si la gente acude a sus conciertos es porque le admiran como cineasta y eso les obliga a soportarme tocando el clarinete. En sí, su infancia podría considerarse sensatamente feliz pero el joven Allen diría: “aunque no me faltaron ninguna de las comodidades de la infancia, yo era un niño triste, y todo me dejaba insatisfecho”. Poco a poco desarrolló un sentido del humor mordaz y sarcástico, buscando siempre criticar con sus chistes a las personas que le hacían daño, por lo que lentamente sus compañeros del colegio le comenzaron a apreciar mejor, aunque sólo fuera para reírse con él y de él.
A mediados de los setenta las películas de Woody Allen abordaron temas de la vida contemporánea americana directamente y más la insatisfacción aumentaba progresivamente en sus personajes donde quieren encontrar filosofías más sublimes, pero hacía falta algo en la vida del héroe de Allen, parte de su problema es descubrir exactamente ese algo. Por mencionar uno de sus personajes en Being and Being in the world, derivó que no afectaba a qué grupo pertenecía. Los pseudo-intelectuales son su blanco favorito. Allen como lector voraz lo sabe desde finales de los años cincuenta, se vio irresistiblemente atraído a tal ámbito, como resultado, hacia mediados de los setenta su obra empezaría a entrar en un conflicto con la comedia bullanguera, sus personajes comienzan a dudar del valor de sus dotes cómicos pensando que la vida es demasiado seria para seguir haciéndose el gracioso. Los intentos de Allen en sus películas serias como Interiores (1978) Otra mujer (1988), son un reflejo de su preocupación por el conflicto de la comedia.
Sus personajes cómicos encausan estar obsesionados por la visión del ser humano de Hobbes, una y otra vez oímos al héroe de Allen decir “Escucha: ¿Puedes confiar en mí?”. Esta necesidad de recibir y dar confianza ha sido el tema más importante en películas tales como Manhattan (1979) y Hannah y sus hermanas (1986). Revela la actitud de sus personajes hacia sus relaciones, su ciudad y la sociedad en general. Su propósito cinematográfico con tal énfasis en reflejar “en los personajes una estimación, comprensiva aunque no carente de crítica de la importancia cultural del hombre a quién descubriría Groucho Marx como ‘un genio cómico absoluto…, el mejor que existe’”.
Allen en películas como Sueños de un seductor o Sopa de ganso en Hannah y sus hermanas, son muy personales. Una comedia de Woody Allen es un asunto serio, Manhattan (1979) con tomas en blanco y negro de la cartografía de Nueva York ágilmente una imagen sucede a la otra creando un montaje de vistas de la ciudad. Se escucha la Rapsodia en azul de Gershwin mientras observamos imágenes del ambiente favorito de Allen, el humorista contemporáneo más admirado de América. Las películas de Woody Allen tienen gran beneplácito en las magnánimas urbes ya que describen, dramatizan y satirizan las esencias de la vida urbana.
Nueva York es trama y escenario de muchas de sus películas pero también ha sido el vocero de la ciudad hasta extralimitarse del deber patriota e incluso al margen de ellas parece cargar la ciudad consigo, Nueva York le impregna y él impregna a Nueva York, la recrea constantemente. Gracias a la profundidad que alcanza en sus películas podemos contemplar a la ciudad con afecto y fascinación, claro ejemplo, la imagen en blanco y negro del puente de la 59 acompañada de los acordes melancólicos del Someone to watch Over Me de Gershwin. Por otra parte las historias de su apartamento sobre Central Park, sus frecuentes cenas en Elaineʼs, sus actuaciones semanales en Michaelʼs Pub lo vemos en pantalla con una representación particular íntima con interpretaciones muy selectas, vistas y gente de la ciudad a menudo enfocando su propio hábitat. En Hannah y sus hermanas un clímax de ocaso y simulación, Nueva York es una caja de evocativos recuerdos de su niñez, una prolongación de su propia psiquis, un lugar de creatividad cultural, asevera “los Neoyorquinos de Allen a veces son egoístas y neurasténicos pero siempre parecen estar más vivos que los melosos habitantes Californianos”. Esa Nueva York amontonada con un goce de caníbal, Nueva York se consume a sí misma demoliendo lo añejo y estableciendo un nuevo territorio sorprendiendo al observador, al visitante de Manhattan que es una metáfora, un candor perdido y un campo de batalla deslumbrante en el que irradia esperanza y los buenos deseos en conflicto de una nación.