Carmen Galindo

La ciudad, las calles, las palabras es el título del poemario de Josefina Morales. Mujer de múltiples vocaciones, le ha interesado y ha practicado las más diversas disciplinas, la Física, la Economía, la Geografía, la Ciencia Política (sin olvidar la militancia), y en el terreno del arte, el cine, el teatro y la poesía.

Hoy vamos a presentar, aunque presentar es un decir, ya que existen dos ediciones previas, la impresa, que apareció creo que por 1985 bajo el sello de la UNAM, y un hermoso libro-objeto, realizado por Sonia Morales, que hoy nos acompaña y que podremos ver, aunque no adquirir, porque como se indicó se trata de una edición artesanal de unos cuantos ejemplares, y la tercera, la que presentamos, la digital, que ya está en línea.

En su poemario, Josefina Morales evoca a varios autores, a los que mencionaré, como en el teatro, por orden de aparición. El primero es Juan Carlos Onetti, no se menciona su nombre, pero sí una de sus novelas, Juntacadáveres, y su territorio literario: Santa María. Sin embargo, siento que no es lo suyo. Al siguiente, lo cita, es el poeta surrealista Paul Éluard y el verso no podía ser más desgarrador, sin esperanza: “me odio a muerte” y Josefina Morales lo recupera, lo asume.

Se mencionan los nombres de otros dos escritores, Lawrence Durrell y Malcolm Lowry, y de dos personajes de novela, Gatsby de Scott Fitzgerald y Philip Marlowe de Raymond Chandler. Mundos distintos los de estos autores, pero algo en común, sensuales todos, todavía no antiguos, simplemente viejos, de los años treinta, de los cuarentas, de las películas en blanco y negro. Recuerdan, claro, al jazz, aunque esta evocación musical aparece sólo con el nombre (y solo el nombre) de Miles Davis. Para mí, que debió haber traído a cuenta al jazz de Nueva Orleans, pero tal vez acierta, porque en un momento, todos oíamos a Miles Davis. En el libro, sólo advertí otra evocación musical, la de Schuman ¡por Casals!

Cito para que entiendan el espacio, la atmósfera de estos poemas:

“Un poco de novelita policíaca, de un hombre solo, cansado, lastimado, con una gran ternura en el fondo. Voy a llenarme de Philip y su café, como de Lowry me lleno de su mezcal y de los dos me emborracho de su soledad.

“Estoy cansada de mí misma, no. Un poco sola, eso es todo, un poco sola con un poco de brandy y de café entre las venas. Como dice Philip, toneladas de café. Rico, fuerte, amargo, hirviente, reconfortante; la sangre vital de los hombres cansados.

“Philip Marlowe: cómo aprender a vivir en la ciudad traficante, en la ciudades malditas de hace veinte, treinta años que siguen siendo la misma maldición”.

Por mi lado, un solo comentario, excelente.

Y los nombres de los escritores, como los de músicos e intérpretes, están ahí, en la página, sin descripciones, sin compañía, sin adjetivos. Y esto ya es un rasgo de estilo, de economía en el lenguaje, de clasicismo, de intencionado laconismo. Igual son sus evocaciones de ciudades, y qué ciudades. Del mismo modo que los autores, son ciudades sensuales y que le dan vuelo a la imaginación. Nueva York, Nueva Orleans, Alejandría, “Santa María”. Y, como ya dije, están ahí, solitarias. No en vano, un poema que constata una ausencia, termina así: “la ciudad como siempre el escenario”.

De nuestras ciudades evoca dos, Taxco y Oaxaca. Del mismo modo que algunos escritores son llamados por la contraseña de sus personajes, Taxco no se menciona, pero sí Santa Prisca, su iglesia. Se reitera, pues, este aludir sin nombrar, típico rasgo de la poesía, como sacándole la vuelta a la cursilería de otros poetas. La otra ciudad nuestra es Oaxaca, donde quien escribe no nació, pero se considera hija adoptiva (por voluntad propia).

Otro rasgo de estilo personal y de enorme eficacia, es la repetición. Desprovistos de rima y de métrica regular, como casi toda la poesía actual, se apoya Josefina Morales en la repetición que llega incluso al eco: “esperanza, espera, era”.

Esta otra forma especial de la reiteración con el ritornello “la que”:

La mujer que no supo dar

La que dio y no recibió

La que esperó eternamente

La que buscó desesperadamente (fragmento)

O este otro tipo de repetición que atañe a la sintaxis: las palabras “se te burlan, se te hurtan, se te van”. O esta argucia literaria similar: “la ciudad que me obsesiona, que me vive, que me traga”.

¿Literatura comprometida?, sí. Se menciona el hambre, se indigna de que el mundo y sus habitantes sean vistos como mercancías, alusión clara a Marx que concebía al capitalismo como “el inmenso almacén de mercancías”. Después de escribir, versos arriba, el apellido, otra vez sólo el nombre de Fanon, menciona un huracán y supone que en el subdesarrollo nunca podremos rescatar a los muertos ni contabilizar su número: “nunca podemos siquiera rescatar a los muertos pues no podemos mantener a los vivos”.

Siempre me ha inquietado que leemos y no tomamos en serio a los poetas que, con mucha frecuencia, dicen cosas terribles. No escuchamos su grito, y en este caso la soledad recurrente en cada poema.

Escribe Josefina Morales:

A mediodía,

esa hora mediocre de la vida

cuando el calor de abril y mayo en la ciudad me harta

en esa hora pesada y sin futuro

tiempo detenido, aislado,

mi soledad latente despierta, se revela, grita.

En otro verso leo: “Eliseo murió hace dos años”.

En otro momento, tiene el deseo de hablar ya no con ese hombre ausente (no necesariamente Eliseo), sino hablar de él.

Mientras en otros poetas, la palabra sirve para eternizar el instante, Josefina Morales escribe para olvidar, pues intenta:

Un poema de amor que te refleje

y me haga olvidarte

para siempre enterrarte

en un montón de palabras

y de letras

Y por último, este poema:

Sin ausencias sin tu ausencia presente

la tarde pasa

el sol se esconde

y la luna no llega

las campanas de Santa Prisca lejana registran el tiempo

el tiempo que pasa viene

el tiempo que pasó

que no fue y en el que fui

una mujer de paso

de miradas de silencios y de ausencias

Un hermoso e inquietante libro. Su atmósfera, su evocación de otro tiempo es para mi generación (y otras cercanas) un guiño más que de complicidad, de identificación.