Las rolas
Moisés Castillo, enviado
Tixtla, Gro.- En la explanada central de Tixtla se escucha música a todo volumen. Las bocinas escupen canciones de todo tipo y las personas se apresuran para cumplir una nueva jornada laboral. Los chicos suben y bajan de las Van para acudir a la escuela, y uno que otro empleado del ayuntamiento busca algo de desayunar en el mercado o cerca de la Parroquia de San Martín de Tours.
Un joven veinteañero es el encargado del puesto ambulante que ofrece CD de 15 pesos, es una especie de DJ que lo mismo pone rolas de Bronco que de Katy Perry. Pone play: “Y como decía Chalino que se ponga el saco al que bien le que quede… Que porque tengo dinero/dicen que ahora estoy muy guapo/cuando traía mi carcacha/decían este vato está bien gacho/ahora traigo en mis bolsillos/puro dinero gabacho”.
Apenas llevo tres días en el pueblo y ya escuché esa canción día, tarde y noche. Unas 30 veces. ¿Será como un himno local? Es el track #10 del disco Corridos al patrón San Judas Tadeo, el material más solicitado según el joven comerciante. A unas horas de regresar a la ciudad de México, me invade una pregunta: ¿qué será de esta gente a la que le robaron la tranquilidad y la esperanza, luego de la tragedia de Ayotzinapa?
Poder político y narco van de la mano
Pensar en posibles escenarios futuros nos permite entender mejor dónde estamos. Alrededor se dibuja un futuro pesimista. “Hay duda y desasosiego”, piensa Fabiola Hernández, antropóloga, egresada de la Universidad Autónoma de Guerrero. Trabajó muchos años en el programa Oportunidades (ahora, Progresa) y conoce como nadie la pobreza que sufren los guerrerenses, sobre todo los indígenas de la montaña. Está casada con un profesor normalista que da clases en Chilpancingo y tiene dos hijos.
En Tixtla ya no es un secreto que el poder político y el narco van de la mano. Los grupos criminales de Los Ardillos y Los Rojos —escisiones del cártel de los Beltrán Leyva— buscan imponer el terror en el pueblo y poco a poco lo están logrando. El toque de queda espontáneo es la mejor muestra de que el miedo reina sobre la vida cotidiana.
“Mucha gente viene de fuera y piensa que el pueblo es un paraíso, pero hay demasiado temor y apatía. Tixtla es reconocida por su gastronomía y antes salíamos a cenar a las 10 de la noche sin preocupaciones. Ahora es imposible. Son las medidas que, como ciudadanos, nos hemos impuesto, no hay de otra.”
Hace un mes, el crimen organizado levantó a 17 jovencitos y secuestró al chofer del presidente municipal interino y ningún medio reportó esta espiral de violencia. Existe una guerra entre cárteles, y las autoridades no reaccionan. Quizás esperan que los resultados de las elecciones extraordinarias programadas para el próximo 29 de noviembre aminoren las agresiones y amenazas. Lo cierto es que hay una paranoia generalizada. Han cerrado varios negocios por pagos de derecho de piso y las ventas han bajado por el clima de inseguridad.
Fabiola está convencida de que los valores en la sociedad se han perdido, muchos jóvenes prefieren ganar dinero fácil para comprarse camionetas y conquistar a las chicas. Llega a mi mente “El corrido del pobre”, esa rola que tocan una y otra vez en el centro del pueblo: “Me gusta ser mujeriego/de corazón se los digo/ya no sé ni cuántas tengo/ahora soy muy distinguido/pues cuando no tenía feria/ni se arrimaban conmigo”.
Por eso Fabiola y su marido harán todo lo posible para que sus hijos estudien fuera de Guerrero y tengan otra visión del mundo. La situación de los jóvenes es complicada, en la mayoría de las comunidades sólo pueden estudiar vía las telesecundarias. El único futuro para esos chicos pobres es el crimen organizado o estudiar una carrera técnica y encontrar un empleo como vendedor en algún establecimiento.
En Tixtla, cuando muere una persona o pasa algo trascendente para la comunidad se activa el servicio de perifoneo. La mañana del 27 de septiembre de 2014 se invitó a la población para que se concentrara en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, porque habían sucedido hechos preocupantes. Se comunicó que decenas de jóvenes fueron golpeados por la policía pero, conforme pasaron las horas y los días, se confirmó la desaparición de 43 estudiantes y el asesinato de varios normalistas por parte de agentes del municipio de Iguala.
A un año de distancia, la solidaridad hacia los padres de lo 43 se esfumó por la indiferencia social y el miedo que ha provocado el narco. Fabiola nunca olvidará la gran labor de los chicos de Ayotzinapa cuando Tixtla se inundó tras el paso del huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel en septiembre de 2013.
“Ayudaron a sacar de las casas las pertenencias de la gente, si no es por ellos pierdo todo mi patrimonio. Los medios no saben la realidad de los chicos. Salen a botear porque están bien limitados de dinero. Mi mamá trabajó en el área de cocina y comentaba que los alumnos se conforman con un plato de frijoles. Es una vil mentira que los muchachos no estudiaban o andaban de revoltosos.”
Sobrevivientes de la tragedia
La única certeza de la noche del 26 de septiembre en Iguala es que los policías municipales dispararon sin piedad contra decenas de estudiantes. Ernesto Guerrero Cano, alumno de segundo año de la licenciatura en Educación Primaria de la Escuela Normal de Ayotzinapa, sobrevivió a las balas. Mientras movían una patrulla que bloqueaba el paso de los tres autobuses en los que se transportaban por la calle Juan N. Álvarez rumbo a Periférico Norte, Ernesto observó cómo se desplomó el cuerpo de Aldo Gutiérrez. Estaba a su lado. Una bala perforó y atravesó de un lado a otro la cabeza del joven de 19 años. El rostro de Aldo tenía un aspecto desgarrador, debajo del cráneo nació un charco de sangre. Ernesto no lo podía creer. “¡Somos estudiantes, no disparen, ya nos mataron a uno!”, gritó desesperado. Fue inútil. No se escuchaba otro ruido que el crujido rabioso de las balas. También pensó que él valdría madre. En esos momentos de horror recordó a sus compañeros Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel de Jesús Echeverría, asesinados durante el desalojo de la Autopista del Sol en diciembre de 2011.
Aldo, oriundo de Tultepec, poblado campesino del municipio de Ayutla de los Libres, se encuentra en estado vegetativo. La herida le causó daños en el 65% de su cerebro. Aldo quería ser maestro como su hermano Ulises. El resto de sus hermanos estudiaron hasta la primaria y, como su padre, se dedican al campo.
“Siempre hemos tenido la idea de que si te van a matar, vas a morir luchando. La piedra que tenía en la mano, en esos instantes, planeaba lanzarla con todas mis fuerzas contra el policía que se acercara… Estuvimos ahí como dos horas y media. De la nada dejaron de disparar. Abrieron la puerta del tercer autobús y comenzaron a llevarse a mis compañeros, cerca de 20. Durante la segunda balacera nos echamos a correr y poco a poco fueron agarrando al resto.”
En la entrada de Ayotzinapa están colgadas fotografías de los rostros de los estudiantes desaparecidos y una manta blanca firmada por los trabajadores de la escuela: “Exigimos castigo a los asesinos de normalistas y destitución de funcionarios cómplices”. Sobresalen varios murales coloridos y un par de leyendas que describen la misión y visión de esta institución de educación superior.
El patio principal se encuentra sereno. No hay nadie a la vista. Más abajo está la cancha de basquetbol con una gran ofrenda para los 43. Flores, veladoras y recuerdos de los estudiantes que aún no sabemos dónde están. Es lamentable que a un año de la tragedia funcionarios de primer nivel, como Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, insistan en defender a un gobierno que miente y es incapaz de realizar una investigación profesional. Ese “ya basta de culpar al gobierno de la desaparición de los normalistas”, sólo demuestra desprecio hacia los padres y familiares de los jóvenes.
La verdadera familia de Ernesto
Las instalaciones de la Normal, que alberga a 500 estudiantes, son un desastre. Están abandonadas. Salones sin mobiliario, vidrios rotos, baños sin servicio adecuado, techos sin impermeabilizar, dormitorios en donde se hospedan hasta tres personas en un espacio de 3×3 metros. Muchos duermen en el suelo entre cartones y cobijas sucias, otros lo hacen en literas oxidadas y colchones que llevan más de una década en uso. Humedad, paredes llenas de moho, falta de Internet. Las comidas no alcanzan para todos y las raciones son pequeñas.
La escuela con modalidad de internado no cuenta con las condiciones para “formar licenciados capaces de enfrentar los retos que representa una educación de calidad para todos los mexicanos”, como reza la misión de la institución. Los alumnos hacen lo que pueden para sobrevivir, por eso salen a las calles a realizar actividades de boteo y venden productos que cosechan de las parcelas de la escuela como frijol, maíz, flores de terciopelo y cempazúchil. Ayotzinapa agoniza entre el paisaje verde y montañoso. Es la única verdad.
Mientras continúa el recorrido, Ernesto explica que es integrante del Comité Ejecutivo Estudiantil donde se desempeña como presidente del Comité de Orientación Política-Ideológica. Su labor consiste en preparar políticamente a los estudiantes, principalmente a los de primer año. Los estatutos de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México establecen que la ideología que se enseñará en las Normales Rurales será marxista-leninista, es la doctrina predominante.
“No vamos a predirigir a nadie, analizamos, estudiamos, comparamos y criticamos otras filosofías. Tenemos material de Marx, Lenin, Hegel, Engels. Le tenemos cierta atención a Bakunin por su anarquismo. Aquí cada quien se forma un criterio. Lo que queremos con nuestros alumnos, una vez que terminen la licenciatura, es que sean capaces de reflexionar y analizar la realidad social.”
Antes de ingresar en Ayotzinapa, Ernesto trabajó en el área de mantenimiento en la estancia infantil Cuento de Hadas, en Tixtla. En muchas ocasiones la directora le pedía que ocupara el sitio de las maestras faltistas y ahí descubrió el amor por los niños y el sueño de ser profesor de primaria. Ernesto proviene de una familia disfuncional, prácticamente no ve a sus padres. Dice que encontró en sus compañeros de la Normal a su verdadera familia.
Cuatro falsos
A un año de distancia, ¿cuáles son los mitos del caso Iguala?
Que nuestro objetivo primordial era boicotear un evento de María de los Ángeles Pineda Villa; falso. Que con nosotros venían personas ajenas al estudiantado; falso. No faltó la versión de que íbamos a matar a un jefe de Guerreros Unidos, totalmente falso; y estúpido. Que los compañeros fueron quemados en el basurero de Cocula; falso. Tuvimos contacto con personas de Cocula y dicen que llovió casi todo el día. Lo único cierto es que en la balacera hubo dos tipos de policía: los municipales de Iguala y los federales. El objetivo, como lo manejan muchos medios, no era viajar a Iguala, ni tampoco llevábamos palos como dice el docudrama que está circulando. Se quedó un autobús en Huitzuco para realizar un boteo por el 2 de octubre, llegamos a una caseta que está cerca de Iguala, es la que va rumbo a Taxco. Circularon patrullas de la Policía Federal y desviaron los autobuses. En el camino nos enteramos que compañeros de otro punto habían detenido un autobús para botear. Acordaron con el conductor que iban a dejar a los pasajeros en la terminal y el transporte seguiría con los compañeros, pero el chofer ingresó en la estación y los encerró. Ese hecho nos orilló a entrar en la ciudad de Iguala para rescatarlos.
¿Continúa el apoyo de la gente de Tixtla?
Tixtla es el que más ha sufrido las consecuencias, ya que las actividades que se realizan han afectado al pueblo: bloqueos, toma de vehículos de productos varios. A unos días de las elecciones, el PRI estaba soltando entre mil y dos mil pesos para promover el voto. El PRI formó un grupo de choque contra los padres y estudiantes de la Normal. La gente pensó que el pueblo estaba enfrentándose a sí mismo. La gente de Tixtla, al principio, hizo acto de presencia en la Normal, traía de comer, apoyaba actividades. Sin embargo, la solidaridad disminuyó y es a lo que le apostaba el gobierno: al desgaste y al olvido.
Con el paso del tiempo, el apoyo de afuera es lo más importante. Hay que admitir que también tenemos cierto grado de responsabilidad de que el apoyo se vaya perdiendo. El respeto que el estudiante de Ayotzinapa tenía hace 10 años ha ido decayendo por nuestra culpa, no hay que culpar de todo al gobierno. Nuestras actitudes han provocado un distanciamiento con la gente. Estamos trabajando para recuperar ese respeto.
¿Qué hay sobre las “novatadas denigrantes” a los alumnos de nuevo ingreso? ¿Es otro mito?
Para ingresar en una normal rural no sólo se requiere pasar el examen académico, lo más importante es la semana de prueba, la semana de inducción. Las normales rurales se rigen por cinco ejes: académico, político, productivo, deportivo y cultural. Son actividades que un campesino puede hacer, y si no aguanta, se retira por propia voluntad. Los estudiantes saben que la semana de prueba es lo primordial. Luego viene una semana de guardia: se van rolando para vigilar la Normal, siempre nos hemos visto amenazados por el gobierno. La semana de prueba no es nada del otro mundo. Sí se corta el cabello, pero es por tradición y estamos luchando para erradicar eso.
¿Tienes temor por la violencia que comienza a sentirse en Tixtla? ¿Cuál es el momento más difícil que te ha ocurrido en este año?
Claro, ha empezado a escucharse de los levantones, los embolsados con huellas de tortura. Tixtla siempre ha sido peleado, porque es un punto estratégico en el trasiego de la droga. Cuando fui policía comunitario se dijo que evitaríamos un enfrentamiento con el gobierno y los delincuentes, siempre y cuando el grupo delictivo no se metiera con la gente. El pueblo de Tixtla no se deja, es un pueblo recio, si ve que comienzan a joder los narcos, empezará a organizarse y les darán en la madre. Cuando fui al Servicio Médico Forense a reconocer los cuerpos de mis compañeros fue un momento muy duro. Me mostraron a Julio César Mondragón y pensé que le habían echado ácido en su cara, traté de ponerle el rostro que tenía en mi recuerdo. Si mis compañeros están vivos, ¿en dónde están? En cárceles clandestinas militares. Eso ya se ha vivido en México.
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Yo no mato; educo: José Luis Hernández Rivera
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En octubre de 2014, José Luis Hernández Rivera, director de la Normal Raúl Isidro Burgos, declaró al periódico El País que la desaparición de 43 estudiantes “es la tragedia de mi vida, el holocausto, lo peor”. Trece meses después, el sociólogo de 64 años de edad declaró en la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada por los señalamientos que hay en su contra de pertenecer a la organización criminal de Los Rojos.
“Se me planteó como testigo, entonces lo que expuse fueron situaciones académicas y sobre eso fue lo que versó mi parte. Nada de imputaciones por narcotráfico me cuestionaron.”
Integrantes de Guerreros Unidos, incluido Sidronio Casarrubias Salgado, líder de la organización criminal, acusan al director de la Normal de recibir de la banda delictiva Los Rojos 300 mil dólares, a cambio de transportar armas y sicarios en uno de los camiones en que viajaban los estudiantes.
El pasado 15 de octubre, Hernández Rivera se deslindó de estas versiones y descartó que hubiera sicarios infiltrados entre los alumnos la noche del 26 de septiembre de 2014.
“Quieren difamar con esas deformaciones, implicar a la escuela. Es una institución académica que está fuera de la situación de los grupos delictuosos. Mi trabajo no es de matar, sino ser académico. La misma policía, las mismas autoridades lo saben, porque hemos sido vigilados”, dijo en entrevista a Grupo Imagen.
Hay que recordar que José Luis Hernández Rivera fue nombrado por el exgobernador Ángel Aguirre Rivero director de la Normal de Ayotzinapa y tomó protesta el 25 de septiembre de 2012. Hace unas semanas confirmó que sus días estaban contados en la institución, ya que se va a jubilar. Se puso como fecha límite el próximo 15 de diciembre para ejercer su mandato en la escuela.
“Es tiempo de que otro relance la escuela, la cual está por cumplir un año sin clases, deteriorada y en cuyos salones habitan familiares de las víctimas. Siento que tengo que retirarme, porque tres años en este cargo es mucho tiempo”, explicó al diario Excélsior.
Hernández Rivera tiene tres décadas desempeñándose como académico y directivo en la Universidad Autónoma de Guerrero y otras instituciones de educación media y superior. Es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero, con maestría en historia por la Universidad Iberoamericana y doctorado por el Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano.
Tanto Rogelio Ortega —exgobernador interino de Guerrero— como Vidulfo Rosales —abogado de los padres de los normalistas desaparecidos— han defendido a José Luis Hernández Rivera de cualquier nexo con el narco.
“No meto una mano, meto las dos al fuego por el director de la Normal Isidro Burgos”, afirmó Ortega.
“Estamos seguros —dijo Rosales— de que no tiene nada que ver con la delincuencia organizada, ni con las movilizaciones que realizan los estudiantes. Él tiene un pasado, él es de la corriente política de Rogelio Ortega, él viene de ese grupo que tuvieron en los años sesenta, que les decían «Los Auroros», porque tenían un periódico que se llamaba La Aurora”.
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