Mireille Roccatti
En los últimos tiempos, hemos observado la falta de oficio de políticos y candidatos o simples militantes que parece que no saben más que recurrir al insulto, a la diatriba, y privilegian la disputa o la confrontación en el Congreso o en las campañas electorales. Ello me ha hecho desempolvar de mi biblioteca una de las obras de un amigo de Alfonso Reyes, la del español José Martínez Ruiz (1873-1967), mejor conocido como Azorín, quien en su volumen El político expone cómo debe ser y comportarse un político y, si bien es cierto, algunas de sus consejas pudieran resultar démodé, en su gran mayoría son atemporales.
1.- El político ha de tener fortaleza. La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza. Su cuerpo ha de ser sano y fuerte. Se requiere una naturaleza firme y segura para no dejarse vencer en los momentos críticos y amargos. Al comer debe ser frugal.
2.- Tener elegancia en el vestir. La verdadera elegancia es vestir como todo el mundo y que, a pesar de todo, tenga un sello especial que lo distinga. La elegancia es sencillez y naturalidad. No debe vestir con colores llamativos ni usar joyas o accesorios demasiado vistosos.
3.- Debe ser discreto. El político debe practicar la virtud de la eubolia, que consiste en ser discreto de lengua, ser cauto, ser reservado y decir sólo lo que conviene decir. No se debe desparramar en palabras.
4.- No ser vulnerable a la adulación. El político debe saber desentenderse de la corte de admiradores y amigos que lo rodean y que construyen una muralla que le impide ver en su real normalidad, en su verdad, al pueblo.
5.- Reconocer y corregir los errores. El político debe saber corregir a tiempo los equívocos. No es necio el que hace la necedad, sino el que hecha, no la sabe enmendar. Debe rectificar cauta y discretamente la conducta errónea.
6.- Tener paciencia. Lo que se hace precipitadamente se hace mal y a disgusto. Al responder agravios o injurias, el político deberá ser cauto y dejar pasar tiempo, debe evitar respuestas viscerales e irreflexivas. Cuando la multitud o la opinión pública le exigen determinada conducta, debe actuar sin perder la sangre fría y no dejarse arrastrar por el impulso general.
7.- Conservarse en el fiel de la balanza. El político nunca debe perder el sentido del equilibrio. Cuando no pueda juzgar por sí mismo, deberá recurrir al consejo de personas doctas y ajenas a los asuntos públicos. No temer contradecirse cuando apele en ocasiones a la entereza y en otras a la condescendencia.
8.- Desdén para el elogio o el vituperio. Existen muchas reputaciones gloriosas que no tienen fundamento y muchos desprestigios que no deben ser considerados como tales. El político debe meditar en el valor de las palabras de censura o alabanza pronunciadas sobre alguien. No estime el elogio en más de lo que realmente vale. El elogio de los admiradores es lo que más pone a prueba la fe y la constancia del político.
9.- Debe conocer a las personas que le rodean. Al hombre del poder lo rodean gente de toda clase, unos buenos, discretos y leales; y otros, “galopines, truchimanes y trapisondistas” que se introducen en la vida privada de los políticos mediante la asiduidad y la lisonja. El político debe conocerlos a todos y saber de qué viven, qué intereses tienen, con quién se relacionan, qué han hecho y qué hacen y cuáles son sus secretas idas y venidas.
10.- Debe aceptar con sencillez las distinciones. El político no se debe hacer del rogar en las cortesías. Si lo elogian, debe aceptar sin protestas el elogio. Se ha dicho que protestar el elogio es el deseo de ser dos veces loado.
11.- Debe ser impasible ante el ataque. El político nunca debe perder la sangre fría; permanecerá siempre impasible ante el ataque. Al ser blanco de invectivas, de cólera o de la insidia, debe permanecer en todo momento sin mover un músculo de la cara, cuidando también el lenguaje corporal, sin dar la más leve señal de irritación, de impaciencia o de enojo. No debe perder nunca la ecuanimidad.