EDITORIAL
El presidente Enrique Peña Nieto fue claro: dijo que, en lo personal, estaba en contra de la legalización de la marihuana, pero abierto a un debate en el que participen especialistas para determinar las consecuencias de su consumo.
La reacción de Peña Nieto es la correcta. Corresponde a la de un mandatario cuyo gobierno enfrenta, como ningún otro país en el mundo, el poder criminal del narcotráfico.
La realidad nacional nada tiene que ver con Holanda o Suecia, con Estados Unidos o Inglaterra, donde la sociedad y el negocio de la droga tienen otras características.
Decir, como algunos aseguran, que las drogas deben ser despenalizadas para bajar su costo y dejen de ser un negocio, es una utopía. Tan lo es, que basta voltear a ver lo que está sucediendo en la Unión Americana con la legalización del mercado de la marihuana. De 2013 a 2014 ha crecido la venta y el consumo en más de un 70%; tanto o más que la, ya tan de moda, comida orgánica.
Pero el Presidente dijo otras dos verdades: “No toda la sociedad mexicana está a favor del uso de esta droga”. Es cierto, la sociedad está dividida; la misma Corte lo estuvo, como los partidos, los médicos y los sociólogos.
Que le pregunten a los padres de familia con hijos adictos qué opinan sobre la posibilidad de que los jóvenes puedan cultivar marihuana en sus casas, de que la fumen a diario, de que se reconviertan, ¿por qué no?, en comerciantes de “churros”. Tal vez, se piensa, esa familia podría salir de pobre.
Otra cosa más señaló Peña Nieto: “Soy de los que cree que el consumo de esta sustancia puede llevar a drogas más duras”. Cualquier psiquiatra o especialista en adicciones puede confirmar esa posibilidad.
Claro, hay quienes le atribuyen cualidades milagrosas a la hierba. Ya no sólo cura el cáncer o aminora sus síntomas, sino que la ponderan como símbolo de vanguardia democrática, libertad y tolerancia.
De seguir así, la hoja verde sustituirá a la Estatua de la Libertad, a los estandartes rojinegros, a la paloma de la paz, al puño emblemático del poder racial y, en una de ésas, hasta el crucifijo.
Digamos que México ha descubierto, de pronto, que el cannabis puede resolver todos los problemas nacionales.
Quienes hoy la defienden por moda, por querer adoptar posiciones supuestamente de avanzada en materia de derechos humanos, se están convirtiendo en abogados defensores de un negocio que sólo cambiará de manos.
Hace falta un debate entre expertos, sobre todo para que nos digan: ¿qué ganará el país con la legalización de la marihuana?
¿Qué ganará la sociedad, esos niños y esos jóvenes, principal objetivo de los cárteles de la droga?