“Me da tristeza ver a México tan descompuesto y a la deriva”, afirmó Fernando del Paso, Premio Cervantes 2015, mexicano de corazón, y literato que aspira a ser historiador, según su frase cargada de ironía.
Bien puede don Fernando expresar el 23 de abril de 2016 en la Universidad de Alcalá de Henares, en España, al recibir ese ameritado premio, que le da tristeza ver el mundo “tan descompuesto y a la deriva”, ya que no es un mal exclusivo de nuestro país, sino compartido, en desgracia global, por todas las naciones del orbe.
En todo el planeta se percibe el mal ambiente. Se vive y se sobrevive en la maldad generada por otras maldades, y la cual está produciendo, ya, actos inescrupulosos de destrucción inhumana por venganza y por odio.
París sólo ha sido un escenario eficaz para que el desquite, del fundamentalismo islámico, se satisfaga ante los ojos de sus seguidores, quienes hierven de cólera y locura por los bombardeos asesinos en Siria, por parte de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Alemania, entre otros.
Desde el siglo XX, Estados Unidos y sus aliados nos hicieron, a los mexicanos, odiar y temer a sus enemigos de guerra: primero a los países del Eje, (Alemania, Japón e Italia) después a los coreanos, posteriormente a los vietnamitas, rusos, chinos, cubanos, afganos y a los iraquíes.
Ahora van en contra de los musulmanes fundamentalistas, masacrando a gente inocente de aquellas regiones sirias, y estos suicidas yihadistas, en el toma y daca, no vienen a asesinar a quienes los bombardean, sino también a gente inocente.
La lucha actual no es entre angelicales ni entre una parte culpable y otra buena. Es entre malos, cuya perversidad es provocada por su ambición, miedo, crueldad, intolerancia, pero sobre todo su incapacidad para comprender el alma de los otros, quienes no creen ni se comportan igual que los seres humanos productos de la cultura occidental, dominante y jactanciosa.
Y en todo ese embute están enredados problemas económicos, políticos, energéticos, religiosos, bélicos y, desde luego, culturales; ensalada atractivísima para los mercaderes de la guerra.
Eso pasa en lo macro, en todo el globo terráqueo, pero también en lo micro; en México por ejemplo, y agravado en algunas regiones de nuestro país.
Las fuerzas subterráneas de esos movimientos de recomposición y descomposición de las relaciones entre los seres humanos pueden, como en el caso de los volcanes, reventar por cualquier parte, con características propias de los lugares y circunstancias, pero en esencia es la misma o similar etiología, con variables en sus efectos violentos.
Los poderosos, en lo macro o en lo micro, tienen en razón de su fuerza (económica, política, social, educativa, etcétera) mayor responsabilidad y, desafortunadamente, llevan hasta el extremo su soberbia, vicios e ineptitud, su arrogancia y riqueza, y con ello crecen las desigualdades de toda índole, hasta el estallido final.
Así los desfavorecidos en Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, o en Siria, Afganistán, Iraq, Somalia, Nigeria, para hacer cita sólo de algunos despreciados por el sistema que nos rige, reciben, de los todopoderosos, agravios tanto económicos y políticos, como policiacos y de fuerzas armadas, los que se acumulan, multiplicando los rencores y aborrecimientos, hasta que explotan, pudiendo llegar a estremecer al mundo.
Cada día la gente aguanta menos y empieza a perder el respeto a los poderosos.
Ante ese amenazador revoltijo explosivo, no permitamos que el odio asesine la razón.
Marco Antonio Aguilar Cortés